Viernes, 04 de julio de 2014
mayte leal
Psicología
Psicología
Observo, preocupada, ciertas obsesiones. Hábitos adquiridos, que de forma más rápida que lenta, se instauran en la vida de muchos. La tecnología punta y los avances exprés en materia de comunicación son un ejemplo, como el archiutilizado "whatsapp”.
La exigencia de inmediatez y la frustración de no satisfacerla al instante, hace de este canal de comunicación un medio aparentemente ideal, aunque no lo sea.
Es habitual ver a la gente, por la calle, caminando y whatsappeando, esperando el turno en alguna tienda ejercitando el pulgar, o en la cola del cine…O dentro del mismo, para tortura de algunos, durante el visionado de la película. Se ha convertido en algo normal, que no extraña, que se acepta y se comparte. Y tiene sus ventajas, obviamente. No voy a enumerarlas. Como suele decirse, el medio es fantástico, otra cosa es el uso que se haga de él. Aunque la verdad sea otra.
Lo que empezó siendo una moda adolescente ha cobrado vida en la adultez madurita, con el mismo entusiasmo obsesivo y catatónico. Un éxito comercial, sin duda. Nuevamente, se creó una necesidad donde no la hay. Y la compramos, sin cuestionarnos qué nos están vendiendo y para qué. Tragamos, consumimos con voracidad insaciable, digerimos mal y vomitamos.
Cada día llega más gente a consulta con malos entendidos comunicacionales, provenientes del maravilloso whatsapp. Y es que son muchos quienes viven en él. Se enamoran a través de mensajes escritos, se desenamoran, se decepcionan, se desafían, se cabrean, se dejan, se vuelven a querer, se odian, se vuelven a dejar… Y lo que es más sorprendente, a la par que absurdo, sin siquiera sentir la necesidad de verse, ni de tocarse, ni de decirse, ni de mirarse. Quizás ése sea su éxito y su fracaso.
Los malos entendidos son habituales, como lo es la no resolución de los mismos, ¿para qué si está clarísimo lo que el otro me dice y su intención? " Fulanito me dijo je je je en una clara señal de burla…Menganito tardó más de media hora en contestarme…eso quiere decir que no le importo ¿no?"
Actos insignificantes que se elevan a categorías supremas.
Y es que lo que uno dice y lo que el otro entiende, a veces, ni es lo mismo ni se parece.
Asombrosa paradoja: un exceso de comunicación que incomunica, y no sólo a los participantes activos del tecleo obsesivo, sino también a éstos en su entorno real.
No es raro ver a dos personas aparentemente juntas ( porque comparten una mesa y café), con sendas miradas puestas en sus pantallas móviles respectivas, en una actitud de ausente presencia. Sólo en cuerpo presente, sí, como los muertos, pero en vida, que es más triste si cabe.
Estar pendiente del móvil a todas horas, en cualquier lugar, no importa con quién estés ni para qué. Relaciones virtuales que no son relaciones, sólo intercambios impulsivos, de consumo rápido, perfecto para inapetentes. Sin arriesgar demasiado, y sin embargo, arriesgándolo todo.
Con los adolescentes quizás ocurra como nos pasó a nosotros con los walkman, que nos recluíamos en nuestra música y nos aislábamos del mundo, como una forma de vivir nuestros pensamientos, a solas, sin más compañía que nuestros ídolos, pero a otras edades, quizás sean otros los motivos…Y no sé si muy alegres.
Pasear por la calle viendo cabezas gachas, con serio riesgo de descoyuntarse las cervicales, además de hostiarse con quienquiera que se cruce en sus caminos, me lleva a pensar que, bien mirado, esta moda duradera es una suerte para los fisioterapeutas, y por qué no, para nosotros, los psicólogos. Quizás debería verlo con más optimismo.
La exigencia de inmediatez y la frustración de no satisfacerla al instante, hace de este canal de comunicación un medio aparentemente ideal, aunque no lo sea.
Es habitual ver a la gente, por la calle, caminando y whatsappeando, esperando el turno en alguna tienda ejercitando el pulgar, o en la cola del cine…O dentro del mismo, para tortura de algunos, durante el visionado de la película. Se ha convertido en algo normal, que no extraña, que se acepta y se comparte. Y tiene sus ventajas, obviamente. No voy a enumerarlas. Como suele decirse, el medio es fantástico, otra cosa es el uso que se haga de él. Aunque la verdad sea otra.
Lo que empezó siendo una moda adolescente ha cobrado vida en la adultez madurita, con el mismo entusiasmo obsesivo y catatónico. Un éxito comercial, sin duda. Nuevamente, se creó una necesidad donde no la hay. Y la compramos, sin cuestionarnos qué nos están vendiendo y para qué. Tragamos, consumimos con voracidad insaciable, digerimos mal y vomitamos.
Cada día llega más gente a consulta con malos entendidos comunicacionales, provenientes del maravilloso whatsapp. Y es que son muchos quienes viven en él. Se enamoran a través de mensajes escritos, se desenamoran, se decepcionan, se desafían, se cabrean, se dejan, se vuelven a querer, se odian, se vuelven a dejar… Y lo que es más sorprendente, a la par que absurdo, sin siquiera sentir la necesidad de verse, ni de tocarse, ni de decirse, ni de mirarse. Quizás ése sea su éxito y su fracaso.
Los malos entendidos son habituales, como lo es la no resolución de los mismos, ¿para qué si está clarísimo lo que el otro me dice y su intención? " Fulanito me dijo je je je en una clara señal de burla…Menganito tardó más de media hora en contestarme…eso quiere decir que no le importo ¿no?"
Actos insignificantes que se elevan a categorías supremas.
Y es que lo que uno dice y lo que el otro entiende, a veces, ni es lo mismo ni se parece.
Asombrosa paradoja: un exceso de comunicación que incomunica, y no sólo a los participantes activos del tecleo obsesivo, sino también a éstos en su entorno real.
No es raro ver a dos personas aparentemente juntas ( porque comparten una mesa y café), con sendas miradas puestas en sus pantallas móviles respectivas, en una actitud de ausente presencia. Sólo en cuerpo presente, sí, como los muertos, pero en vida, que es más triste si cabe.
Estar pendiente del móvil a todas horas, en cualquier lugar, no importa con quién estés ni para qué. Relaciones virtuales que no son relaciones, sólo intercambios impulsivos, de consumo rápido, perfecto para inapetentes. Sin arriesgar demasiado, y sin embargo, arriesgándolo todo.
Con los adolescentes quizás ocurra como nos pasó a nosotros con los walkman, que nos recluíamos en nuestra música y nos aislábamos del mundo, como una forma de vivir nuestros pensamientos, a solas, sin más compañía que nuestros ídolos, pero a otras edades, quizás sean otros los motivos…Y no sé si muy alegres.
Pasear por la calle viendo cabezas gachas, con serio riesgo de descoyuntarse las cervicales, además de hostiarse con quienquiera que se cruce en sus caminos, me lleva a pensar que, bien mirado, esta moda duradera es una suerte para los fisioterapeutas, y por qué no, para nosotros, los psicólogos. Quizás debería verlo con más optimismo.