Lunes, 01 de time.september de 2014
PROLIDERA fábrica de líderes con corazón
- Algemesí, (España)
Psicología
Psicología
¿Te imaginas un socorrista en una playa sin bañistas? Advertirás, querido lector, que esta cuestión, aparentemente absurda, esconde un axioma de lógica rotunda: el experto deportista necesita del nadador inseguro, así como el temeroso playista precisa del confiado salvador. Como el grano (parte) de arena (todo), uno es en tanto el otro existe. Y viceversa.
Aunque individuos, únicos e irrepetibles, somos seres sociales. Esta es nuestra indiscutible condición, paradójica naturaleza humana: dependientes al nacer, con vocación de convertirnos en jóvenes independientes, creadores de vínculos adultos de interdependencia. Y obsérvese que no hablo de dependencia emocional o afectiva, apego desmedido, enfermizo y fácilmente adictivo, por cuanto no es lo mismo querer compartir nuestra vida con otros para así enriquecerla (sumar), que necesitar a los demás para llenar un vacío existencial (restar).
Mis clientes (no me gusta llamarlos pacientes, pues no quiero obviar su compromiso activo -y no pasivo- en el proceso), presos de un autoengaño limitante disfrazado de ansiedad o estrés, bien lo saben: cada vez que piden ayuda para reducir el malestar que envuelve a su desafiante reto, contribuyen ellos mismos a caer más aún en el agujero en que están inmersos. Los familiares o allegados, presos de su afán por auxiliar a su indefenso compañero, bien lo saben: cada vez que les ofrecen especial cuidado, contribuyen a empujarle aún más al fondo de ese agujero. Y así, se mantiene crónico el círculo vicioso que potencia un juego de roles complementarios: dependiente-protector-dependiente-protector...
Con el convencimiento absoluto de que éste que escribe lo sigue haciendo porque otros lo leen, deduzco que un comportamiento no puede entenderse sin el contexto en el que se manifiesta, que la rabieta de un niño va in crescendo por unos padres inflexibles a rabiar, los desaires del maleante se escampan en el silencio del indiferente, el retraído orador lo es ante una audiencia expectante, el triste deprimido sigue en su aislamiento por aquellos que dan cobijo a sus quejas, y el acomplejado anoréxico se alimenta de los que le incitan a comer con vehemencia. En esencia somos, pues, tal para cual.
Aunque individuos, únicos e irrepetibles, somos seres sociales. Esta es nuestra indiscutible condición, paradójica naturaleza humana: dependientes al nacer, con vocación de convertirnos en jóvenes independientes, creadores de vínculos adultos de interdependencia. Y obsérvese que no hablo de dependencia emocional o afectiva, apego desmedido, enfermizo y fácilmente adictivo, por cuanto no es lo mismo querer compartir nuestra vida con otros para así enriquecerla (sumar), que necesitar a los demás para llenar un vacío existencial (restar).
Mis clientes (no me gusta llamarlos pacientes, pues no quiero obviar su compromiso activo -y no pasivo- en el proceso), presos de un autoengaño limitante disfrazado de ansiedad o estrés, bien lo saben: cada vez que piden ayuda para reducir el malestar que envuelve a su desafiante reto, contribuyen ellos mismos a caer más aún en el agujero en que están inmersos. Los familiares o allegados, presos de su afán por auxiliar a su indefenso compañero, bien lo saben: cada vez que les ofrecen especial cuidado, contribuyen a empujarle aún más al fondo de ese agujero. Y así, se mantiene crónico el círculo vicioso que potencia un juego de roles complementarios: dependiente-protector-dependiente-protector...
Con el convencimiento absoluto de que éste que escribe lo sigue haciendo porque otros lo leen, deduzco que un comportamiento no puede entenderse sin el contexto en el que se manifiesta, que la rabieta de un niño va in crescendo por unos padres inflexibles a rabiar, los desaires del maleante se escampan en el silencio del indiferente, el retraído orador lo es ante una audiencia expectante, el triste deprimido sigue en su aislamiento por aquellos que dan cobijo a sus quejas, y el acomplejado anoréxico se alimenta de los que le incitan a comer con vehemencia. En esencia somos, pues, tal para cual.
Jose Terrés Molina
Psicólogo y coach
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