Martes, 16 de diciembre de 2014
Psicóloga Montse Jiménez
- Terrassa, (España)
Psicología
Psicología
Las libertades propias acaban donde empiezan las de los demás; eso es algo que aprendemos desde la infancia. El problema surge cuando el límite entre unas y otras no está correctamente establecido.
Las personas dominantes, por naturaleza, tienden a ocupar más espacio escénico, por decirlo de alguna manera, que las personas sumisas. No lo hacen como muestra de menosprecio hacia los demás sino porque suelen tener menos capacidad de dudar de sus propias decisiones o porque tienen un alto nivel de energía que necesitan desplegar. Sin embargo, esto no siempre es así; hay quienes disfrutan no sólo dominando, sino, humillando a los demás. Sea por una razón o por otra, debemos tener en cuenta que cuando nos relacionamos con personas dominantes corremos el riesgo de vernos avasallados o de tener que ceder un terreno que nos pertenece.
Poner límites es tener muy claro qué consideramos propio, ya sean pertenencias, derechos, opiniones, etc., y tener la confianza de hacérselo saber a los demás en el momento oportuno y no dejar que nos quiten el lugar que nos corresponde.
Para poner límites de una forma efectiva, hay que saber controlar las propias emociones. Ante cualquier muestra de atropello, no dejarse llevar por la ira ni por el decaimiento, sino mantener una actitud firme y serena.
El ceder ante un abuso, nos minará la autoestima y el abusador volverá a nostros con aún mayor fuerza. Debemos de ser justos con nosotros mismos y querernos lo suficientes como para recordar que, la verdadera caridad, “empieza por casa”.
Las personas dominantes, por naturaleza, tienden a ocupar más espacio escénico, por decirlo de alguna manera, que las personas sumisas. No lo hacen como muestra de menosprecio hacia los demás sino porque suelen tener menos capacidad de dudar de sus propias decisiones o porque tienen un alto nivel de energía que necesitan desplegar. Sin embargo, esto no siempre es así; hay quienes disfrutan no sólo dominando, sino, humillando a los demás. Sea por una razón o por otra, debemos tener en cuenta que cuando nos relacionamos con personas dominantes corremos el riesgo de vernos avasallados o de tener que ceder un terreno que nos pertenece.
Poner límites es tener muy claro qué consideramos propio, ya sean pertenencias, derechos, opiniones, etc., y tener la confianza de hacérselo saber a los demás en el momento oportuno y no dejar que nos quiten el lugar que nos corresponde.
Para poner límites de una forma efectiva, hay que saber controlar las propias emociones. Ante cualquier muestra de atropello, no dejarse llevar por la ira ni por el decaimiento, sino mantener una actitud firme y serena.
El ceder ante un abuso, nos minará la autoestima y el abusador volverá a nostros con aún mayor fuerza. Debemos de ser justos con nosotros mismos y querernos lo suficientes como para recordar que, la verdadera caridad, “empieza por casa”.