Psicología
La vida, la vida misma debería ser vivida en un eterno y constante placer. Veo a mí alrededor gente enojada, mal encarada, hace gestos, se abruma, se acongoja, se deprime y se suicida.
Deberíamos de inventar otro sistema alterno en donde la felicidad sí pueda ser una realidad. ¿Cómo? Deberíamos por ejemplo saber decidir una carrera que nos hiciera feliz; ¿han visto algún baterista quejarse? ¿por qué el profesor se queja constantemente? ¿por qué la ama de casa llora a gritos desesperados? Tomar las decisiones más importantes de la vida bajo un riguroso método científico, bueno, o algo que se le parezca.
El sistema económico-político-cultural que establece las relaciones interpersonales que padecemos hoy en día ha creado un malestar profundo en la existencia de la humanidad. Dicen que tiempos pasados siempre fueron mejores, eso yo no lo sé de cierto, sospecho que algo anda mal, que algo huele a podrido y los síntomas de ese malestar lo estamos viviendo en la cotidianidad. No en balde la Organización Mundial de la Salud pronosticó que la Depresión se generalizaría en el año 2020, es decir, lo “normal” en la conducta de la especie humana sería ser un sujeto depresivo: el Ser-en-el-mundo siempre con la queja constante, amargándonos de todo, trabajar en un oficio desgastante y al final del día alienarnos con la televisión: el bálsamo de los pobres.
La vida del mortal debería regirse por unas cuantas ideas básicas, reflexionar en torno a las cuestiones de la posición del ser-en-el-mundo, como por ejemplo: ¿estoy haciendo lo que me gusta? ¿es esta la existencia que quiero llevar? ¿Ella o él es la persona que quiero para el resto de mi vida?
La toma de decisiones debería estar regulada por un hedonismo vitalista, casi casi rayando en un “eudemonismo”; estar a gusto con uno mismo, dejar de quejarse (la queja como epifenómeno de la insoportable levedad del ser), intentar hacer lo que a uno le apasiona, amar más, darse cuenta de que un día, no muy lejano, todos estaremos tres metros bajo tierra o hechos ceniza; lo que antes daba pensamientos ahora dará flores, como dijo el poeta; los brazos que servían para dar y recibir amor, dentro de poco tiempo estarán cruzados sobre el pecho, inertes, estúpidamente solos, como dijera el otro poeta.
¿Cómo valorar más nuestra existencia? Una propuesta para dar respuesta a dicha interrogante la encontramos en el existencialismo, específicamente en Heidegger y en Víctor Frankl. El sentido de la vida es re-pensar la muerte, sabernos finitos, saber que un día nos despediremos para siempre, haciendo consciencia de semejante suceso, ¿vale la pena ese disgusto que pasaste hoy en la mañana? ¿vale la pena haberte enojado con el amor de tu vida? ¿valió la pena reprender a tu hijo por que te desesperaste?
Re-pensar la vida, re-plantearnos la existencia, obtener más momentos placenteros, hacer lo que a uno le agrada, convivir con los seres que uno aprecia, como dijera Siddhartha: “El paraíso es estar con los que uno ama”.
La vida se nos va de las manos, el sistema en turno nos ha hecho creer que es normal vivir bajo el signo de la queja. Existen otras maneras más saludables de estar y ser-en-el-mundo. La cuestión es hacer un alto en el camino y ver hacia el horizonte, tomar decisiones y jugarnos la vida en ello. Quizá así podríamos ser, aunque sea, un poquito más felices.