Miércoles, 25 de marzo de 2015
Perfectum. Metodología para la mejora
- Zapopan, (México)
Psicología
Psicología
PRIMERO LOS PADRES, LUEGO LOS HIJOS
(Primera de tres partes)
¿Problemas con los hijos?
Bajos resultados escolares, indisciplina e insubordinación, agresividad y falta de control, pobre socialización, dificultad de concentración, problemas alimentarios y otros semejantes que se presentan en los niños y adolescentes, derivan de conflictos, deficiencias y problemas de los padres como individuos o en su relación de pareja.
El ejercicio de la paternidad, tarea de por sí compleja, se torna más difícil cuando por un lado la sociedad impone a los padres la exigencia de cuidar y formar correctamente a sus hijos y por otro el sistema plantea obstáculos al promover usos, costumbres y valores que se contraponen con su misión: individualismo, consumismo, edonismo exacerbado.
Por todas partes surgen “escuelas para padres”, libros, cursos y especialistas que dictan reglas, consejos de qué, cómo y cuándo deben hacer los padres para promover la mejor formación de sus hijos y para resolver los problemas: cómo deben alimentarlos; cómo deben hablarles; cómo ejercer la autoridad; qué no deben decirles; etc.
Pero si el origen de la seguridad, la salud y el éxito del hijo está en los padres ¿no deberían ser los padres el centro de la atención?.
Todos los consejos, todas las directrices, lejos de ser una ayuda pueden convertirse en un peso adicional para un padre frustrado, angustiado, confundido o para una madre sumisa, desorientada, sola, que intenta seguir tales consejos y a pesar de eso poco o nada consigue.
Sin importar cuántos libros lea, cuántos cursos y asesorías tome, ningún padre podrá ejercer la paternidad eficientemente si primero no ha desarrollado habilidades, ha establecido hábitos adecuados y mantiene equilibrio emocional.
Cuando el hijo presenta problemas es necesario observar primero a los padres: cómo cultivan su crecimiento personal, cómo se divierten, con quién se relacionan; cuánto tiempo dedican a sus hijos; cómo los alimentan; cómo se relacionan con ellos, cómo se comunican, cómo los corrigen, los aconsejan, los vigilan; cómo dan permisos, cómo los estimulan.
Estos datos aportan información sobre qué pasa con los padres y qué pasa en consecuencia con los hijos. Una adolescente rebelde y agresiva, por ejemplo, puede ser el resultado de una madre con un bajo nivel de autocontrol, que privilegia su satisfacción y evita continuamente el esfuerzo de ejecutar las acciones para supervisar y disciplinar a su hija.
Los consejos para mejorar la conducta de la adolescente serán de escasa ayuda, mientras la madre no incremente su propia tolerancia a la frustración y desarrolle habilidades de supervisión, para reducir la agresividad e incrementar el apego a reglas en su hija.
De igual manera, adicciones y violencia en los padres favorecen la angustia que se traduce en timidez y aislamiento en los niños, haciéndolos vulnerables. La ayuda que en estos casos brinde a los niños la terpia, resulta limitada en tanto los padres no suspendan sus comportamientos adictivos y agresivos o se retire al niño de ese ambiente.
Problemas en los hijos evidencian problemas en los padres: depresión, bajo autocontrol, conflictos de pareja, insatisfacción sexual, déficit de habilidades sociales, sometimiento, violencia, adicciones...
En tales casos el primer paso es que los padres reconozca y resuelvan sus deficiencias y conflictos y eventualmente reciban orientación para solucionarlos.
Para ejercer una mejor paternidad, los padres son primero y luego los hijos.
(Primera de tres partes)
¿Problemas con los hijos?
Bajos resultados escolares, indisciplina e insubordinación, agresividad y falta de control, pobre socialización, dificultad de concentración, problemas alimentarios y otros semejantes que se presentan en los niños y adolescentes, derivan de conflictos, deficiencias y problemas de los padres como individuos o en su relación de pareja.
El ejercicio de la paternidad, tarea de por sí compleja, se torna más difícil cuando por un lado la sociedad impone a los padres la exigencia de cuidar y formar correctamente a sus hijos y por otro el sistema plantea obstáculos al promover usos, costumbres y valores que se contraponen con su misión: individualismo, consumismo, edonismo exacerbado.
Por todas partes surgen “escuelas para padres”, libros, cursos y especialistas que dictan reglas, consejos de qué, cómo y cuándo deben hacer los padres para promover la mejor formación de sus hijos y para resolver los problemas: cómo deben alimentarlos; cómo deben hablarles; cómo ejercer la autoridad; qué no deben decirles; etc.
Pero si el origen de la seguridad, la salud y el éxito del hijo está en los padres ¿no deberían ser los padres el centro de la atención?.
Todos los consejos, todas las directrices, lejos de ser una ayuda pueden convertirse en un peso adicional para un padre frustrado, angustiado, confundido o para una madre sumisa, desorientada, sola, que intenta seguir tales consejos y a pesar de eso poco o nada consigue.
Sin importar cuántos libros lea, cuántos cursos y asesorías tome, ningún padre podrá ejercer la paternidad eficientemente si primero no ha desarrollado habilidades, ha establecido hábitos adecuados y mantiene equilibrio emocional.
Cuando el hijo presenta problemas es necesario observar primero a los padres: cómo cultivan su crecimiento personal, cómo se divierten, con quién se relacionan; cuánto tiempo dedican a sus hijos; cómo los alimentan; cómo se relacionan con ellos, cómo se comunican, cómo los corrigen, los aconsejan, los vigilan; cómo dan permisos, cómo los estimulan.
Estos datos aportan información sobre qué pasa con los padres y qué pasa en consecuencia con los hijos. Una adolescente rebelde y agresiva, por ejemplo, puede ser el resultado de una madre con un bajo nivel de autocontrol, que privilegia su satisfacción y evita continuamente el esfuerzo de ejecutar las acciones para supervisar y disciplinar a su hija.
Los consejos para mejorar la conducta de la adolescente serán de escasa ayuda, mientras la madre no incremente su propia tolerancia a la frustración y desarrolle habilidades de supervisión, para reducir la agresividad e incrementar el apego a reglas en su hija.
De igual manera, adicciones y violencia en los padres favorecen la angustia que se traduce en timidez y aislamiento en los niños, haciéndolos vulnerables. La ayuda que en estos casos brinde a los niños la terpia, resulta limitada en tanto los padres no suspendan sus comportamientos adictivos y agresivos o se retire al niño de ese ambiente.
Problemas en los hijos evidencian problemas en los padres: depresión, bajo autocontrol, conflictos de pareja, insatisfacción sexual, déficit de habilidades sociales, sometimiento, violencia, adicciones...
En tales casos el primer paso es que los padres reconozca y resuelvan sus deficiencias y conflictos y eventualmente reciban orientación para solucionarlos.
Para ejercer una mejor paternidad, los padres son primero y luego los hijos.