Miércoles, 25 de marzo de 2015
Teresa
Psicología
Psicología
¿POR QUE NO ME AYUDAS?
Desde niños siempre se nos ha enseñado que debemos ser buenos y ayudar a los demás. Al principio no entendemos muy bien por qué, pero poco a poco vamos comprobando que ayudar a otros no está tan mal, uno se siente bien cuando consigue que otro deje de sentirse mal, pero ¿por qué unas veces actuamos para resolver el problema de otra persona y en cambio hay ocasiones en que nos mostramos pasivos ante la necesidad del que tenemos al lado?
Proceso en la toma de decisiones a la hora de ayudar
La decisión de ayudar pasa por un proceso que se puede resumir en cinco pasos que conducen a tomar la elección de ayudar o mostrarse indiferente ante una persona que necesita ayuda.
Paso 1: Lo primero que tiene que ocurrir para que se de la conducta de ayuda es darse cuenta de que alguien la necesita. Al no poder anticipar cuándo o dónde puede surgir un problema inesperado, no estamos atentos a la situación, estamos haciendo o pensando otra cosa, no nos damos cuenta de que el problema existe. Debido a la atención selectiva, muchas escenas, sonidos u otro tipo de señal, la podemos ignorar porque no son significativas ni relevantes, o porque estamos preocupados por otros asuntos ya que si no lo hiciéramos así, estaríamos abrumados por una sobrecarga de información, de manera que si no te das cuenta, el problema no existe y como consecuencia, no actúas. Por lo tanto, una persona que está demasiado ocupada para prestar atención a los estímulos que existen a su alrededor no se da cuenta ni siquiera de una emergencia obvia. En este caso, no se ofrece ayuda porque no hay ninguna conciencia de que la demanda de esta exista.
Paso 2: Ver a alguien que necesite ayuda y que lo interpretemos así. A veces ocurre que aunque estemos prestando atención a lo que ocurre a nuestro alrededor, la información que tenemos de una persona o acción es extraña para nosotros, limitada e incompleta. También podemos interpretar que eso no nos importa o que no es asunto nuestro. Por ejemplo, si escuchamos gritos entre un hombre y una mujer, podemos pensar que es una simple pelea de novios o que puede tratarse de un caso de violencia de género .Lo más acertado en este caso y también lo más probable, es esperar a tener más información ya que pensar otra cosa sería menos usual y suele ser poco probable (violencia) y tendemos a dar una explicación rutinaria (pelea de novios). Si percibimos que necesita ayuda, pasamos al paso siguiente, si no, inhibimos la respuesta y no ayudamos, esperamos a tener más información ya que no estamos seguros de lo que está pasando. Cuando somos testigos de algo, ya sea un problema serio o algo sin trascendencia y la información que tenemos es ambigua, tendemos a aceptar una interpretación tranquilizadora y no estresante que nos indique que no hay necesidad de hacer nada. (Wilson y Petruska, 1984), ya que puede resultar realmente embarazoso interpretar erróneamente una situación y actuar inapropiadamente y pueden etiquetar nuestra conducta como estúpida, exagerada o absurda.
Paso 3: Para poder ayudar, tienes que asumir que es tu responsabilidad hacerlo.
Una vez que prestamos atención a algún evento externo y lo interpretamos como que es necesario ayudar, se llevará a cabo la acción sólo si la persona toma la responsabilidad de ayudar.
Cuando una persona está sola ante una situación que requiere su ayuda es más probable que actúe ya que no hay nadie más que pueda hacerse responsable.
Sin embargo, si los espectadores de una escena son un grupo, hay difusión de la responsabilidad, es decir, la responsabilidad asumida se comparte así; si hay sólo un espectador, éste tiene total responsabilidad. Si hay dos espectadores, cada uno tiene el 50 por ciento de la responsabilidad. Si hay cien espectadores, cada uno tiene sólo el 1 por ciento de la responsabilidad. A mayor número de espectadores, menos responsable a actuar se siente cada uno de ellos.
Puede ocurrir también que si otras personas no parecen estar alarmadas por lo que ocurre y no están haciendo nada para intervenir, es más seguro seguir su ejemplo y así evitan dar una respuesta que puede ser inapropiada, hacer el ridículo o parecer que han perdido la calma ante los demás. Así, estar con otras personas que no responden parece ser un poderoso inhibidor de la conducta de ayuda. La tendencia de aquellos que están en un grupo de extraños a dudar y no hacer nada se basa en lo que se conoce como ignorancia pluralista, es decir, como ninguno de los espectadores sabe con seguridad lo que está ocurriendo, cada uno depende del ejemplo de los demás, y como resultado, nadie responde. Muy a menudo, los espectadores se refrenan y se comportan como si no hubiera ningún problema, y utilizan esta «información» para justificar el hecho de que no actúen.
Paso 4: Tenemos que saber cómo ayudar. Incluso si un espectador alcanza el Paso 3 y asume la responsabilidad, nada útil puede hacerse a menos que esa persona sepa cómo ayudar.
A veces, las situaciones que requieren ayuda son lo suficientemente simples que casi cualquier persona tiene las destrezas necesarias: si ves a un niño que se cae en la calle, tienes la destreza necesaria para ayudarlo a levantarse o si eres testigo de un robo, puedes encontrar la forma de llamar a la policía, pero hay otras situaciones que requieren de un conocimiento y destrezas especiales que la mayoría de los espectadores no poseemos. Por ejemplo, tú puedes ayudar a alguien que se está ahogando sólo si sabes nadar o a alguien que se está atragantando, sólo si tienes conocimiento en primeros auxilios.
Paso 5: Tomar la decisión de ayudar.
Incluso si la respuesta a los primeros cuatro pasos es sí, la ayuda no ocurrirá a menos que tomes la decisión final de actuar. La ayuda en este último paso puede verse inhibida por miedo (a menudo realista) a las posibles consecuencias negativas. Los costes potenciales son muchos. Por ejemplo, si te paras a ayudar a una persona que se está ahogando, puede que te ahogues tú también en el intento, o que la persona que parece necesitar ayuda sea un criminal que sólo está fingiendo que tiene un problema. Ted Bundy, el asesino en serie, era bien parecido, un hombre bien educado que se aprovechó en repetidas ocasiones de las simpatías de mujeres confiadas. Algunas veces cojeaba, le pedía a una mujer joven que lo ayudara a llegar hasta su coche y luego la secuestraba, pasando a ser su próxima víctima (Byrne, R. L., 2001).
¿Cómo influyen los costes y beneficios de ayudar?
Desde un enfoque de la conducta humana, que supone que el individuo sopesa los pros y los contras antes de actuar, y está movido fundamentalmente por su propio interés. Si suponemos que los costes de proporcionar ayuda a otro ( tiempo y esfuerzo empleado, peligro, sensación embarazosa ante la presencia de otros observadores, etc.) tienen más peso que los beneficios (reconocimiento social, sentimiento de orgullo, agradecimiento de la víctima, posibilidad de entablar una relación reforzante o el placer intrínseco por haber ayudado a otro), decidiremos no actuar, a menos que los costes de no ofrecer ayuda, tales como el sentimiento de culpabilidad, la sensación desagradable al saber que otro está sufriendo, la amenaza a la propia imagen o la desaprobación social, sean todavía mayores.
Cuando los costes de no intervenir en ayuda de la persona necesitada son altos y los de proporcionar ayuda son bajos, la respuesta más probable será ayudar directamente. Cuando ambos costes son altos, el observador se encuentra ante un grave dilema y para resolverlo tiene varias opciones:
La ayuda indirecta: buscando a otra persona que pueda asistir a la víctima. Reduce cognitivamente los costes de no ayudar reinterpretando la situación. Aquí entrarían las estrategias de difusión de la responsabilidad (si no ayudo, otro lo hará) y de atribución de responsabilidad a la víctima (se merece lo que le está pasando). El resultado de estos mecanismos es un descenso de los costes de no intervenir, con lo cual podemos abandonar la escena sin muchos escrúpulos de conciencia. La situación más difícil es aquella en que tanto los costes de ayudar como de no hacerlo son bajos. Aquí tienen mucho más peso otros factores como las normas sociales y personales, las diferencias de personalidad, las relaciones entre el observador y la víctima y otras variables situacionales.
Un tipo especial de consecuencia desagradable puede surgir cuando observas a un individuo que está siendo amenazado por alguien de su propia familia. El desconocido bien intencionado que intenta ayudar a menudo sólo provoca ira. Es posible que esto explique por qué los espectadores rara vez ofrecen ayuda cuando creen que una mujer está siendo atacada por su pareja o que un niño está siendo maltratado físicamente por uno de los padres. Incluso la policía se muestra recelosa cuando se les llama para lidiar con una airada escena doméstica.
Entonces, por algunas muy buenas razones, los espectadores pueden decidir refrenarse y evitar los riesgos que pueden estar asociados con llevar a cabo acciones de ayuda.
Más allá de los cinco pasos de toma de decisiones que influyen en la conducta prosocial, hay otros factores adicionales que también tienen un efecto en la probabilidad de que un espectador ayude o no. Los más importantes de ellos son:
Ayudar a aquellos que te agradan. Si la persona que se está ahogando en lugar de un extraño, fuera un gran amigo, hijo o hermano tuyo hace que estés más dispuesto a ir en su ayuda. Esto es obvio. Los riesgos que uno está dispuesto a correr por alguien querido, inhiben las consecuencias que comentábamos anteriormente.
Si la víctima es un extraño pero debido a la similitud, atractivo físico y otros factores tú sientes que es alguien que te agrada, influye en tu tendencia a prestarle ayuda. Cualquier factor que incremente la atracción del espectador hacia la víctima aumenta la probabilidad de una respuesta si ésta necesita ayuda (Clark et al., 1987). La apariencia es un ejemplo: una víctima atractiva físicamente recibe más ayuda que una no atractiva (Benson, Karabenick y Lerner, 1976). Igualmente, no te sorprenderá saber que es más probable que los espectadores ayuden a una víctima que es similar a ellos que a una disímil (Dovidio y Morris, 1975; Hayden, Jackson y Guydish, 1984).
Atribuciones de responsabilidad de la víctima.
Las atribuciones influyen en las emociones, y éstas en la conducta. Por ejemplo, si vemos a un hombre tendido inconsciente en la acera, tu tendencia a ayudar se verá influida por la atribución que hagas sobre esa situación, es decir, ¿Por qué creo que este hombre está tendido ahí?. Lo primero que hacemos es observar las señales que le rodean, (si su ropa está sucia o rota, si hay presencia de una botella al lado de él, etc.) y empezamos a hacer atribuciones (bebió demasiado y como consecuencia perdió el conocimiento, está en ese estado por su culpa y se podría haber evitado). En este caso, lógicamente estarás menos motivado a ayudarlo, ya que atribuyes este estado a su propia responsabilidad. Si por el contrario, ves a este mismo desconocido bien vestido, con un golpe y con señales de haber sido atacado, tendrás más tendencia a ayudarlo ya que parece ser una víctima inocente de un accidente o atraco y no atribuyes que la responsabilidad sea suya. Culpar a la víctima es una de las maneras de recuperar tu propio sentido de control percibido sobre los hechos y así aliviar tus sentimientos de ansiedad en caso de no ayudar. Las personas escogen muy a menudo ignorar a la víctima por una variedad de razones, tales como «no es mi responsabilidad» y «es su culpa».
El poder del ejemplo en la conducta de ayuda.
En una situación de emergencia, la presencia de otros espectadores que no ayudan inhibe la ayuda. La mayoría de nosotros no escogería deliberadamente ser cruel y poco compasivo, pero podemos vernos impulsados en esa dirección si nos convencemos a nosotros mismos de que no hay razón para ayudar.
Sin embargo, también es verdad que la presencia de un espectador que ayuda provee un fuerte modelo social que da como resultado un aumento en la conducta de ayuda entre los otros espectadores.
Así mismo, los modelos que muestran conductas de ayuda en los medios de comunicación también contribuyen a la creación de una norma social que estimula la conducta de ayuda.
¿Y si existe un dilema moral, cuáles son los motivos que nos impulsan a ayudar?
Hay tres motivos principales que son relevantes cuando una persona se enfrenta con un dilema moral: Interés propio, integridad moral e hipocresía moral.
Interés propio (algunas veces llamado egoísmo): nuestro comportamiento se basa en la búsqueda de lo que nos proporciona la mayor satisfacción. Las personas para quienes este es el motivo principal no se preocupan por cuestiones relacionadas con el bien y el mal o con lo justo y lo injusto simplemente hacen lo que es mejor para ellos.
Integridad moral; los que están motivados por la integridad moral, toman en cuenta la bondad y la justicia, sacrificando el interés propio con el fin de hacer “lo correcto”. Las posibilidades de tomar una decisión moral aumentan si el individuo reflexiona sobre sus valores o alguien se los recuerda. Algunas veces el motivo de comportarse con integridad moral se ve derrotado en una situación específica si el interés propio es suficientemente fuerte.
Hipocresía moral; quieren parecer morales pero evitando los costes de ser morales en realidad, estas personas están motivadas por la hipocresía moral, es decir, están impulsadas por el interés propio pero también están preocupadas por las apariencias externas. Esta combinación significa que para ellos es importante parecer que se preocupan por hacer lo correcto, cuando en realidad continúan guiándose por sus propios intereses.
La conducta de ayuda desde el punto de vista del que la recibe
Si damos por supuesto que ayudar a alguien es siempre beneficioso para él, cometemos un error, ya que en muchos casos puede ser contraproducente.
Hay que distinguir entre la ayuda que alguien pide y la que se ofrece sin haber sido solicitada.
Pedir ayuda
La petición de ayuda a otra persona es el resultado de un proceso de decisión en el que el individuo se plantea tres cuestiones:
El problema que tengo ¿se solucionaría si alguien me ayuda?. En la decisión de pedir ayuda o no, sopesamos dos factores: los beneficios que se esperan de la ayuda, como mejorar nuestra situación personal, resolver el problema que tenemos o sentirnos mejor, y los costes de pedir ayuda, que pueden ser personales, como sentimientos de pérdida de autoestima, o sociales, relacionados con la imagen que damos a los demás.
¿Pido ayuda a alguien o no? El simple reconocimiento de que existe un problema no es suficiente para motivar a la gente a pedir ayuda. Según Nadles, (1991) el que una persona decida pedir ayuda o no pedirla depende de 1) sus características personales (edad, género, rasgos de personalidad), 2) la naturaleza del problema y el tipo de ayuda que se necesita, y 3) las características del potencial donante de ayuda.
¿A quién pido ayuda?. Muchas veces preferimos pedir ayuda a alguien que pueda ayudar sin ser demasiado amenazante para nuestra autoestima, antes que a la persona más competente. Otras veces, la conducta se mueve por consideraciones de estricta reciprocidad: el que hace algo por otro espera que el favor le sea devuelto, y si recibe algo de otro sabe que debe corresponder. También no poder devolver el favor al otro cuando creemos que se espera de nosotros que lo hagamos es un factor disuasor a la hora de pedir ayuda.
Reacción ante la ayuda recibida si no ha sido solicitada.
Aunque lo normal según el sentido común es que la persona que necesita ayuda la pida y la que la recibe la agradezca, la realidad no siempre es así de sencilla. Cuando ofrecemos nuestra ayuda a alguien, en especial si no nos la ha pedido, deberemos tener cuidado con la forma en que lo hacemos ya que puede derivar en un sentimiento de amenaza para quien la recibe. Recibir ayuda puede disminuir la autoestima, especialmente si quien ayuda es un amigo o alguien similar a nosotros en edad, educación u otras características Cuando la autoestima se ve amenazada, el afecto negativo que resulta crea un sentimiento de desagrado hacia la persona que la ofrece.
En general, la persona tenderá a percibir una ayuda como amenazante para su autoestima cuando:
Procede de alguien socialmente comparable a ella (es decir, alguien semejante en alguna característica relevante).
Cuando amenaza la propia libertad y autonomía (al quedar obligada a corresponder).
Cuando además de implicar una obligación de devolver el favor no da ninguna oportunidad para hacerlo (impidiendo al receptor cumplir las normas de reciprocidad y equidad).
Cuando sugiere que la persona que recibe la ayuda es inferior a la que la ofrece y dependiente de ella.
Cuando se refiere a un problema central para la identidad del receptor (por su repercusión en la imagen de sí mismo y hacia los demás).
Cuando no coincide con los aspectos positivos del autoconcepto del receptor.
En todos estos casos, la persona experimentará sentimientos negativos hacia la ayuda y hacia el que la ofrece.
Por lo tanto, una persona que recibe ayuda puede experimentar emociones negativas como incomodidad y sentirse resentida hacia la persona que la ayudó. Otras pueden sentirse deprimidas como consecuencia de recibir ayuda (las personas mayores discapacitadas físicamente, por ejemplo.)
La ayuda también puede ser percibida como un insulto (cuando un miembro de un grupo estigmatizado recibe ayuda no solicitada de un miembro de un grupo no estigmatizado).
El recibir ayuda de amigos, familiares o vecinos en el caso de problemas serios (por ejemplo, dificultades financieras) puede conducir a sentimientos de inadecuación y resentimiento.
Cuando una persona responde negativamente a recibir ayuda, hay también un aspecto positivo que no es obvio. Cuando recibir ayuda es lo suficientemente desagradable como para que la persona quiera evitar volver a parecer incompetente, de nuevo, ella estará motivada a autoayudarse en el futuro (Fisher, Nadler y Whitcher- Alagna, 1982; Lehman et al., 1995). Esta motivación puede reducir los sentimientos de dependencia, entre otros beneficios (Daubman, 1995).
Si consideras que ayudar no está tal mal, has superado los cinco pasos en la toma de decisiones a la hora de prestar tu ayuda , has puesto en una balanza los costes y beneficios y aún así quieres ayudarme………..Puedes hacerlo así:
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Autora: María Teresa Vallejo Laso
Referencias Bibliográficas
Robert A. Baron; Donn Byrne Psicología Social 10ª Edición Pearson Educación, S.A., Madrid, 2005
Expósito, F. (1998), “Observando la conducta altruista” en M. Moya y cols. (eds.). Prácticas de Psicología Social, Madrid, UNED, PP.199-207.
J.F., Morales, Huici, C., Moya, M.; Gaviria, E.; López-Sáez, M.; Nouvillas, E. en Psicología Social. Mc Graw Hill, 2001.
Wright, R. (1994). The moral animal:The new science of evolutionary psychology. New York: Pantheon.
Gladwell, M. (Eds.) (2000). The tipping point: How little things can make a difference. New York: Little, Brown
Desde niños siempre se nos ha enseñado que debemos ser buenos y ayudar a los demás. Al principio no entendemos muy bien por qué, pero poco a poco vamos comprobando que ayudar a otros no está tan mal, uno se siente bien cuando consigue que otro deje de sentirse mal, pero ¿por qué unas veces actuamos para resolver el problema de otra persona y en cambio hay ocasiones en que nos mostramos pasivos ante la necesidad del que tenemos al lado?
Proceso en la toma de decisiones a la hora de ayudar
La decisión de ayudar pasa por un proceso que se puede resumir en cinco pasos que conducen a tomar la elección de ayudar o mostrarse indiferente ante una persona que necesita ayuda.
Paso 1: Lo primero que tiene que ocurrir para que se de la conducta de ayuda es darse cuenta de que alguien la necesita. Al no poder anticipar cuándo o dónde puede surgir un problema inesperado, no estamos atentos a la situación, estamos haciendo o pensando otra cosa, no nos damos cuenta de que el problema existe. Debido a la atención selectiva, muchas escenas, sonidos u otro tipo de señal, la podemos ignorar porque no son significativas ni relevantes, o porque estamos preocupados por otros asuntos ya que si no lo hiciéramos así, estaríamos abrumados por una sobrecarga de información, de manera que si no te das cuenta, el problema no existe y como consecuencia, no actúas. Por lo tanto, una persona que está demasiado ocupada para prestar atención a los estímulos que existen a su alrededor no se da cuenta ni siquiera de una emergencia obvia. En este caso, no se ofrece ayuda porque no hay ninguna conciencia de que la demanda de esta exista.
Paso 2: Ver a alguien que necesite ayuda y que lo interpretemos así. A veces ocurre que aunque estemos prestando atención a lo que ocurre a nuestro alrededor, la información que tenemos de una persona o acción es extraña para nosotros, limitada e incompleta. También podemos interpretar que eso no nos importa o que no es asunto nuestro. Por ejemplo, si escuchamos gritos entre un hombre y una mujer, podemos pensar que es una simple pelea de novios o que puede tratarse de un caso de violencia de género .Lo más acertado en este caso y también lo más probable, es esperar a tener más información ya que pensar otra cosa sería menos usual y suele ser poco probable (violencia) y tendemos a dar una explicación rutinaria (pelea de novios). Si percibimos que necesita ayuda, pasamos al paso siguiente, si no, inhibimos la respuesta y no ayudamos, esperamos a tener más información ya que no estamos seguros de lo que está pasando. Cuando somos testigos de algo, ya sea un problema serio o algo sin trascendencia y la información que tenemos es ambigua, tendemos a aceptar una interpretación tranquilizadora y no estresante que nos indique que no hay necesidad de hacer nada. (Wilson y Petruska, 1984), ya que puede resultar realmente embarazoso interpretar erróneamente una situación y actuar inapropiadamente y pueden etiquetar nuestra conducta como estúpida, exagerada o absurda.
Paso 3: Para poder ayudar, tienes que asumir que es tu responsabilidad hacerlo.
Una vez que prestamos atención a algún evento externo y lo interpretamos como que es necesario ayudar, se llevará a cabo la acción sólo si la persona toma la responsabilidad de ayudar.
Cuando una persona está sola ante una situación que requiere su ayuda es más probable que actúe ya que no hay nadie más que pueda hacerse responsable.
Sin embargo, si los espectadores de una escena son un grupo, hay difusión de la responsabilidad, es decir, la responsabilidad asumida se comparte así; si hay sólo un espectador, éste tiene total responsabilidad. Si hay dos espectadores, cada uno tiene el 50 por ciento de la responsabilidad. Si hay cien espectadores, cada uno tiene sólo el 1 por ciento de la responsabilidad. A mayor número de espectadores, menos responsable a actuar se siente cada uno de ellos.
Puede ocurrir también que si otras personas no parecen estar alarmadas por lo que ocurre y no están haciendo nada para intervenir, es más seguro seguir su ejemplo y así evitan dar una respuesta que puede ser inapropiada, hacer el ridículo o parecer que han perdido la calma ante los demás. Así, estar con otras personas que no responden parece ser un poderoso inhibidor de la conducta de ayuda. La tendencia de aquellos que están en un grupo de extraños a dudar y no hacer nada se basa en lo que se conoce como ignorancia pluralista, es decir, como ninguno de los espectadores sabe con seguridad lo que está ocurriendo, cada uno depende del ejemplo de los demás, y como resultado, nadie responde. Muy a menudo, los espectadores se refrenan y se comportan como si no hubiera ningún problema, y utilizan esta «información» para justificar el hecho de que no actúen.
Paso 4: Tenemos que saber cómo ayudar. Incluso si un espectador alcanza el Paso 3 y asume la responsabilidad, nada útil puede hacerse a menos que esa persona sepa cómo ayudar.
A veces, las situaciones que requieren ayuda son lo suficientemente simples que casi cualquier persona tiene las destrezas necesarias: si ves a un niño que se cae en la calle, tienes la destreza necesaria para ayudarlo a levantarse o si eres testigo de un robo, puedes encontrar la forma de llamar a la policía, pero hay otras situaciones que requieren de un conocimiento y destrezas especiales que la mayoría de los espectadores no poseemos. Por ejemplo, tú puedes ayudar a alguien que se está ahogando sólo si sabes nadar o a alguien que se está atragantando, sólo si tienes conocimiento en primeros auxilios.
Paso 5: Tomar la decisión de ayudar.
Incluso si la respuesta a los primeros cuatro pasos es sí, la ayuda no ocurrirá a menos que tomes la decisión final de actuar. La ayuda en este último paso puede verse inhibida por miedo (a menudo realista) a las posibles consecuencias negativas. Los costes potenciales son muchos. Por ejemplo, si te paras a ayudar a una persona que se está ahogando, puede que te ahogues tú también en el intento, o que la persona que parece necesitar ayuda sea un criminal que sólo está fingiendo que tiene un problema. Ted Bundy, el asesino en serie, era bien parecido, un hombre bien educado que se aprovechó en repetidas ocasiones de las simpatías de mujeres confiadas. Algunas veces cojeaba, le pedía a una mujer joven que lo ayudara a llegar hasta su coche y luego la secuestraba, pasando a ser su próxima víctima (Byrne, R. L., 2001).
¿Cómo influyen los costes y beneficios de ayudar?
Desde un enfoque de la conducta humana, que supone que el individuo sopesa los pros y los contras antes de actuar, y está movido fundamentalmente por su propio interés. Si suponemos que los costes de proporcionar ayuda a otro ( tiempo y esfuerzo empleado, peligro, sensación embarazosa ante la presencia de otros observadores, etc.) tienen más peso que los beneficios (reconocimiento social, sentimiento de orgullo, agradecimiento de la víctima, posibilidad de entablar una relación reforzante o el placer intrínseco por haber ayudado a otro), decidiremos no actuar, a menos que los costes de no ofrecer ayuda, tales como el sentimiento de culpabilidad, la sensación desagradable al saber que otro está sufriendo, la amenaza a la propia imagen o la desaprobación social, sean todavía mayores.
Cuando los costes de no intervenir en ayuda de la persona necesitada son altos y los de proporcionar ayuda son bajos, la respuesta más probable será ayudar directamente. Cuando ambos costes son altos, el observador se encuentra ante un grave dilema y para resolverlo tiene varias opciones:
La ayuda indirecta: buscando a otra persona que pueda asistir a la víctima. Reduce cognitivamente los costes de no ayudar reinterpretando la situación. Aquí entrarían las estrategias de difusión de la responsabilidad (si no ayudo, otro lo hará) y de atribución de responsabilidad a la víctima (se merece lo que le está pasando). El resultado de estos mecanismos es un descenso de los costes de no intervenir, con lo cual podemos abandonar la escena sin muchos escrúpulos de conciencia. La situación más difícil es aquella en que tanto los costes de ayudar como de no hacerlo son bajos. Aquí tienen mucho más peso otros factores como las normas sociales y personales, las diferencias de personalidad, las relaciones entre el observador y la víctima y otras variables situacionales.
Un tipo especial de consecuencia desagradable puede surgir cuando observas a un individuo que está siendo amenazado por alguien de su propia familia. El desconocido bien intencionado que intenta ayudar a menudo sólo provoca ira. Es posible que esto explique por qué los espectadores rara vez ofrecen ayuda cuando creen que una mujer está siendo atacada por su pareja o que un niño está siendo maltratado físicamente por uno de los padres. Incluso la policía se muestra recelosa cuando se les llama para lidiar con una airada escena doméstica.
Entonces, por algunas muy buenas razones, los espectadores pueden decidir refrenarse y evitar los riesgos que pueden estar asociados con llevar a cabo acciones de ayuda.
Más allá de los cinco pasos de toma de decisiones que influyen en la conducta prosocial, hay otros factores adicionales que también tienen un efecto en la probabilidad de que un espectador ayude o no. Los más importantes de ellos son:
Ayudar a aquellos que te agradan. Si la persona que se está ahogando en lugar de un extraño, fuera un gran amigo, hijo o hermano tuyo hace que estés más dispuesto a ir en su ayuda. Esto es obvio. Los riesgos que uno está dispuesto a correr por alguien querido, inhiben las consecuencias que comentábamos anteriormente.
Si la víctima es un extraño pero debido a la similitud, atractivo físico y otros factores tú sientes que es alguien que te agrada, influye en tu tendencia a prestarle ayuda. Cualquier factor que incremente la atracción del espectador hacia la víctima aumenta la probabilidad de una respuesta si ésta necesita ayuda (Clark et al., 1987). La apariencia es un ejemplo: una víctima atractiva físicamente recibe más ayuda que una no atractiva (Benson, Karabenick y Lerner, 1976). Igualmente, no te sorprenderá saber que es más probable que los espectadores ayuden a una víctima que es similar a ellos que a una disímil (Dovidio y Morris, 1975; Hayden, Jackson y Guydish, 1984).
Atribuciones de responsabilidad de la víctima.
Las atribuciones influyen en las emociones, y éstas en la conducta. Por ejemplo, si vemos a un hombre tendido inconsciente en la acera, tu tendencia a ayudar se verá influida por la atribución que hagas sobre esa situación, es decir, ¿Por qué creo que este hombre está tendido ahí?. Lo primero que hacemos es observar las señales que le rodean, (si su ropa está sucia o rota, si hay presencia de una botella al lado de él, etc.) y empezamos a hacer atribuciones (bebió demasiado y como consecuencia perdió el conocimiento, está en ese estado por su culpa y se podría haber evitado). En este caso, lógicamente estarás menos motivado a ayudarlo, ya que atribuyes este estado a su propia responsabilidad. Si por el contrario, ves a este mismo desconocido bien vestido, con un golpe y con señales de haber sido atacado, tendrás más tendencia a ayudarlo ya que parece ser una víctima inocente de un accidente o atraco y no atribuyes que la responsabilidad sea suya. Culpar a la víctima es una de las maneras de recuperar tu propio sentido de control percibido sobre los hechos y así aliviar tus sentimientos de ansiedad en caso de no ayudar. Las personas escogen muy a menudo ignorar a la víctima por una variedad de razones, tales como «no es mi responsabilidad» y «es su culpa».
El poder del ejemplo en la conducta de ayuda.
En una situación de emergencia, la presencia de otros espectadores que no ayudan inhibe la ayuda. La mayoría de nosotros no escogería deliberadamente ser cruel y poco compasivo, pero podemos vernos impulsados en esa dirección si nos convencemos a nosotros mismos de que no hay razón para ayudar.
Sin embargo, también es verdad que la presencia de un espectador que ayuda provee un fuerte modelo social que da como resultado un aumento en la conducta de ayuda entre los otros espectadores.
Así mismo, los modelos que muestran conductas de ayuda en los medios de comunicación también contribuyen a la creación de una norma social que estimula la conducta de ayuda.
¿Y si existe un dilema moral, cuáles son los motivos que nos impulsan a ayudar?
Hay tres motivos principales que son relevantes cuando una persona se enfrenta con un dilema moral: Interés propio, integridad moral e hipocresía moral.
Interés propio (algunas veces llamado egoísmo): nuestro comportamiento se basa en la búsqueda de lo que nos proporciona la mayor satisfacción. Las personas para quienes este es el motivo principal no se preocupan por cuestiones relacionadas con el bien y el mal o con lo justo y lo injusto simplemente hacen lo que es mejor para ellos.
Integridad moral; los que están motivados por la integridad moral, toman en cuenta la bondad y la justicia, sacrificando el interés propio con el fin de hacer “lo correcto”. Las posibilidades de tomar una decisión moral aumentan si el individuo reflexiona sobre sus valores o alguien se los recuerda. Algunas veces el motivo de comportarse con integridad moral se ve derrotado en una situación específica si el interés propio es suficientemente fuerte.
Hipocresía moral; quieren parecer morales pero evitando los costes de ser morales en realidad, estas personas están motivadas por la hipocresía moral, es decir, están impulsadas por el interés propio pero también están preocupadas por las apariencias externas. Esta combinación significa que para ellos es importante parecer que se preocupan por hacer lo correcto, cuando en realidad continúan guiándose por sus propios intereses.
La conducta de ayuda desde el punto de vista del que la recibe
Si damos por supuesto que ayudar a alguien es siempre beneficioso para él, cometemos un error, ya que en muchos casos puede ser contraproducente.
Hay que distinguir entre la ayuda que alguien pide y la que se ofrece sin haber sido solicitada.
Pedir ayuda
La petición de ayuda a otra persona es el resultado de un proceso de decisión en el que el individuo se plantea tres cuestiones:
El problema que tengo ¿se solucionaría si alguien me ayuda?. En la decisión de pedir ayuda o no, sopesamos dos factores: los beneficios que se esperan de la ayuda, como mejorar nuestra situación personal, resolver el problema que tenemos o sentirnos mejor, y los costes de pedir ayuda, que pueden ser personales, como sentimientos de pérdida de autoestima, o sociales, relacionados con la imagen que damos a los demás.
¿Pido ayuda a alguien o no? El simple reconocimiento de que existe un problema no es suficiente para motivar a la gente a pedir ayuda. Según Nadles, (1991) el que una persona decida pedir ayuda o no pedirla depende de 1) sus características personales (edad, género, rasgos de personalidad), 2) la naturaleza del problema y el tipo de ayuda que se necesita, y 3) las características del potencial donante de ayuda.
¿A quién pido ayuda?. Muchas veces preferimos pedir ayuda a alguien que pueda ayudar sin ser demasiado amenazante para nuestra autoestima, antes que a la persona más competente. Otras veces, la conducta se mueve por consideraciones de estricta reciprocidad: el que hace algo por otro espera que el favor le sea devuelto, y si recibe algo de otro sabe que debe corresponder. También no poder devolver el favor al otro cuando creemos que se espera de nosotros que lo hagamos es un factor disuasor a la hora de pedir ayuda.
Reacción ante la ayuda recibida si no ha sido solicitada.
Aunque lo normal según el sentido común es que la persona que necesita ayuda la pida y la que la recibe la agradezca, la realidad no siempre es así de sencilla. Cuando ofrecemos nuestra ayuda a alguien, en especial si no nos la ha pedido, deberemos tener cuidado con la forma en que lo hacemos ya que puede derivar en un sentimiento de amenaza para quien la recibe. Recibir ayuda puede disminuir la autoestima, especialmente si quien ayuda es un amigo o alguien similar a nosotros en edad, educación u otras características Cuando la autoestima se ve amenazada, el afecto negativo que resulta crea un sentimiento de desagrado hacia la persona que la ofrece.
En general, la persona tenderá a percibir una ayuda como amenazante para su autoestima cuando:
Procede de alguien socialmente comparable a ella (es decir, alguien semejante en alguna característica relevante).
Cuando amenaza la propia libertad y autonomía (al quedar obligada a corresponder).
Cuando además de implicar una obligación de devolver el favor no da ninguna oportunidad para hacerlo (impidiendo al receptor cumplir las normas de reciprocidad y equidad).
Cuando sugiere que la persona que recibe la ayuda es inferior a la que la ofrece y dependiente de ella.
Cuando se refiere a un problema central para la identidad del receptor (por su repercusión en la imagen de sí mismo y hacia los demás).
Cuando no coincide con los aspectos positivos del autoconcepto del receptor.
En todos estos casos, la persona experimentará sentimientos negativos hacia la ayuda y hacia el que la ofrece.
Por lo tanto, una persona que recibe ayuda puede experimentar emociones negativas como incomodidad y sentirse resentida hacia la persona que la ayudó. Otras pueden sentirse deprimidas como consecuencia de recibir ayuda (las personas mayores discapacitadas físicamente, por ejemplo.)
La ayuda también puede ser percibida como un insulto (cuando un miembro de un grupo estigmatizado recibe ayuda no solicitada de un miembro de un grupo no estigmatizado).
El recibir ayuda de amigos, familiares o vecinos en el caso de problemas serios (por ejemplo, dificultades financieras) puede conducir a sentimientos de inadecuación y resentimiento.
Cuando una persona responde negativamente a recibir ayuda, hay también un aspecto positivo que no es obvio. Cuando recibir ayuda es lo suficientemente desagradable como para que la persona quiera evitar volver a parecer incompetente, de nuevo, ella estará motivada a autoayudarse en el futuro (Fisher, Nadler y Whitcher- Alagna, 1982; Lehman et al., 1995). Esta motivación puede reducir los sentimientos de dependencia, entre otros beneficios (Daubman, 1995).
Si consideras que ayudar no está tal mal, has superado los cinco pasos en la toma de decisiones a la hora de prestar tu ayuda , has puesto en una balanza los costes y beneficios y aún así quieres ayudarme………..Puedes hacerlo así:
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Autora: María Teresa Vallejo Laso
Referencias Bibliográficas
Robert A. Baron; Donn Byrne Psicología Social 10ª Edición Pearson Educación, S.A., Madrid, 2005
Expósito, F. (1998), “Observando la conducta altruista” en M. Moya y cols. (eds.). Prácticas de Psicología Social, Madrid, UNED, PP.199-207.
J.F., Morales, Huici, C., Moya, M.; Gaviria, E.; López-Sáez, M.; Nouvillas, E. en Psicología Social. Mc Graw Hill, 2001.
Wright, R. (1994). The moral animal:The new science of evolutionary psychology. New York: Pantheon.
Gladwell, M. (Eds.) (2000). The tipping point: How little things can make a difference. New York: Little, Brown