Martes, 16 de diciembre de 2014
maliop
Psicología
Psicología
En este artículo vamos a hablar sobre el yo total, el cual está integrado por el yo físico, yo psíquico (que incluye a las emociones), el yo espiritual y el yo social (Marco Antonio Polo Scott, 2004).
Pues bien, en esta ocasión quiero referirme a esa parte del individuo que le permite contactarse con otras personas semejantes a él: el yo social.
Inicio por compartirte que de Wall y Wrigth citan que las relaciones sociales se dan por la “necesidad de filiación”.
“Los lazos que uno establece con los demás se originan de una necesidad innata por establecer relaciones”.
Estos autores aluden también que “la unidad básica del sistema social es la díada, o relación entre dos personas”.
Esto conlleva a que los vínculos entre las personas sean biunívocos, directos, recíprocos e independientes.
Entre otras cosas, esta relación de uno a uno converge en el hecho de que cuando fallece un ser querido, por ejemplo el padre, cada uno de los hijos vive el duelo de manera diferente.
El evento se llama igual: muerte del padre; pero lo significativo de la defunción es exclusivamente de carácter individual.
Cada quien tiene su muy personal interpretación del suceso y, por lo tanto, su muy propia manera de recorrer el camino del duelo.
De otra parte, creo importante destacar que cuando un ser humano transita por un proceso de duelo, además de la fe y la familia, es fundamental – como red de soporte – el apoyo social.
Cohen, Doyle, Skoner, Rabin y Gwaltmey (1997) mencionan que la calidad de vida, la salud mental y la salud física, son beneficios de este apoyo.
Calidad de vida, en cuanto a que en la persona “aumenta la sensación de control y competencia social; mejora el autoconcepto, la autoestima y la autoeficacia”.
En este sentido agregan que “mejora la capacidad para manejar los sucesos de la vida” y “contribuye a la satisfacción en la vida, el bienestar subjetivo (alegría)”.
Pues bien, en esta ocasión quiero referirme a esa parte del individuo que le permite contactarse con otras personas semejantes a él: el yo social.
Inicio por compartirte que de Wall y Wrigth citan que las relaciones sociales se dan por la “necesidad de filiación”.
“Los lazos que uno establece con los demás se originan de una necesidad innata por establecer relaciones”.
Estos autores aluden también que “la unidad básica del sistema social es la díada, o relación entre dos personas”.
Esto conlleva a que los vínculos entre las personas sean biunívocos, directos, recíprocos e independientes.
Entre otras cosas, esta relación de uno a uno converge en el hecho de que cuando fallece un ser querido, por ejemplo el padre, cada uno de los hijos vive el duelo de manera diferente.
El evento se llama igual: muerte del padre; pero lo significativo de la defunción es exclusivamente de carácter individual.
Cada quien tiene su muy personal interpretación del suceso y, por lo tanto, su muy propia manera de recorrer el camino del duelo.
La familia, que es el primer círculo social de un sujeto es, por lo tanto, “un sistema de relaciones recíprocas e independientes: cada progenitor sostiene una relación diádica con el hijo, quien se ve influido por e influye en la relación que cada uno tiene con el otro”.
De otra parte, creo importante destacar que cuando un ser humano transita por un proceso de duelo, además de la fe y la familia, es fundamental – como red de soporte – el apoyo social.
Cohen, Doyle, Skoner, Rabin y Gwaltmey (1997) mencionan que la calidad de vida, la salud mental y la salud física, son beneficios de este apoyo.
Calidad de vida, en cuanto a que en la persona “aumenta la sensación de control y competencia social; mejora el autoconcepto, la autoestima y la autoeficacia”.
En este sentido agregan que “mejora la capacidad para manejar los sucesos de la vida” y “contribuye a la satisfacción en la vida, el bienestar subjetivo (alegría)”.