Psicología Técnicas Psicología Terapias Ansiedad Depresión
Lo primero que hacemos al nacer es inhalar, y al morir, exhalamos por última vez. Venimos realizando dicho ritual desde el principio de los tiempos y tan automatizado se vuelve este doble movimiento que olvidamos su magnitud.
Es sabido que el atareado hombre postmoderno respira con un 30% de su capacidad pulmonar. Se verifica muy fácilmente al comparar el hundimiento del diafragma de un bebé con el de un adulto. Los bebes y niños pequeños aún conservan el buen hábito de respirar llenando el abdomen y esto los favorece enormemente.
Las células de todo nuestro organismo se alimentan, entre otras cosas, de oxigeno, con lo cual, cuanto más nutrimos a nuestro cuerpo de este recurso irreemplazable, mas rápido serán renovadas.
Pero lo más increíble es el vínculo que existe entre nuestras emociones y el ritmo respiratorio que ejecutamos automáticamente al sentirlas. Al sentir miedo o angustia, solemos acotar la respiración, se vuele corta y acelerada. Mientras que cuando estamos alegres o aliviados las inhalaciones y exhalaciones se extienden, como un suspiro.
Al intentar dominar nuestras emociones desde el pensamiento, desde la racionalidad, el proceso suele ser largo y tedioso, ya que pareciera que estuviéramos luchando para que se comuniquen dos sistemas que están codificados de formas totalmente diferentes. Queremos que se vaya la tristeza, pero aunque nos lo propongamos, no siempre es fácil desde la voluntad.
En cambio existe otro camino: desde el cuerpo, desde la respiración. Si el organismo comienza a realizar respiraciones conscientes y en forma repetida, regulando y alternando diferentes ritmos que evocan emociones determinadas (miedo, ansiedad, alegría, tranquilidad) el cerebro recibe esos datos y responde generando justamente esas emociones y regulándolas hasta equilibrarlas. Los cambios en el sentir se hacen evidentes y comprobables una vez recorrida la experiencia.
Existe un video muy interesante acerca del lenguaje corporal (link al video) donde Amy Cuddy explica como nuestras posturas determinan la manera en que nos sentimos, y que si logramos modificarlas, nuestras actitudes también se verán modificadas. Como verán es un camino de ida y de vuelta, de doble dirección entre nuestro cerebro y nuestras emociones.
Por supuesto que hay procesos de duelo o situaciones de sufrimiento agudo en donde estas herramientas pueden ser un complemento, y no el único recurso a utilizar. Sin embrago, en el día a día, este descubrimiento es trascendental ya que nos empodera para poder regular nuestra manera de sentir ante adversidades y nos permite alcanzar un equilibrio preventivo sin la necesidad de tener que recurrir a ansiolíticos o antidepresivos si puede evitarse.
Todo lo que necesitamos al alcance de nuestras narices, es media hora diaria de des-conexión y respiración consciente, tan importante en esta era de sobre información y comunicación acelerada.
Ojalá todos se animen a atravesar la experiencia.