Jueves, 16 de febrero de 2017
PROLIDERA fábrica de líderes con corazón
- Algemesí, (España)
Psicología
Psicología
Por sugerencia y buen criterio de mi mujer, acostumbro a cortar las etiquetas de la ropa recién estrenada, “porque molestan”, dice. Así sucede con las etiquetas que aplicamos en general a la sintomatología que muestra una persona dentro de un contexto clínico o educativo, dándole forma de diagnóstico cuando lo contrastamos con algún estándar, con riesgo de estigmatizarla. Molestan, duelen, dejan cicatrices. Se adhieren tanto, tanto, que después resulta muy difícil despegarse de ellas.
Lo he visto a veces en algunos de mis clientes. Basta con que entonen la palabra “depresión” para comportarse como tal: cabizbajo, inhibido, desinteresado, fatigado. Basta con que unos padres o maestros nombren el término “hiperactividad” para que un niño responda con una conducta disruptiva, impulsiva, desordenada, irritable. Es así como el “celoso” buscará pruebas hasta demostrar ferozmente que las tiene, y el “obsesivo” seguirá viendo suciedad en el suelo de un palacio acabado de fregar con lejía. Así lo crees, así lo sientes, así lo dices, así lo haces.
No hay nada nuevo en anunciar que el cerebro humano nos engaña. Muchos experimentos han demostrado que las expectativas sobre algo llevan a las personas a actuar de tal manera que se cumpla lo esperado. La influencia de lo que quisiéramos sobre lo que verdaderamente es resulta crucial, pues llegamos a ver las cosas -y a convencernos de nuestra realidad creada- como hemos elegido verlas. Este fenómeno predictivo se conoce como efecto placebo o profecía autocumplida (también llamado efecto halo en el campo de la investigación científica o efecto Pigmalion en el ámbito médico y educativo, este último representado en la gran pantalla con la obra “My fair lady” y otras metáforas como las de “Pinocho” o “Frankenstein”).
Etiquetar a un niño por su comportamiento, clasificarle en lo que es (“inútil”) por lo que hace (“sacar malas notas”) me parece despreciable. Administrarle pastillas para que se tranquilice “porque es muy inquieto” me parece denunciable. ¡Cuántas patologías inventadas por la industria farmacéutica y de la felicidad! Ya lo advertía el filósofo Pascal al sugerir a los que tenían dificultades para creer: "vayan a la iglesia, arrodíllense, recen, honren los sacramentos, compórtense como si creyeran. La fe no tardará en llegar”. Y mucho me temo que estos asuntos de la psique no son cuestión de milagro divino.
Jose Terrés Molina
Psicòleg i coach
info@prolidera.com
www.prolidera.com
www.psicologosalgemesi.es
Lo he visto a veces en algunos de mis clientes. Basta con que entonen la palabra “depresión” para comportarse como tal: cabizbajo, inhibido, desinteresado, fatigado. Basta con que unos padres o maestros nombren el término “hiperactividad” para que un niño responda con una conducta disruptiva, impulsiva, desordenada, irritable. Es así como el “celoso” buscará pruebas hasta demostrar ferozmente que las tiene, y el “obsesivo” seguirá viendo suciedad en el suelo de un palacio acabado de fregar con lejía. Así lo crees, así lo sientes, así lo dices, así lo haces.
No hay nada nuevo en anunciar que el cerebro humano nos engaña. Muchos experimentos han demostrado que las expectativas sobre algo llevan a las personas a actuar de tal manera que se cumpla lo esperado. La influencia de lo que quisiéramos sobre lo que verdaderamente es resulta crucial, pues llegamos a ver las cosas -y a convencernos de nuestra realidad creada- como hemos elegido verlas. Este fenómeno predictivo se conoce como efecto placebo o profecía autocumplida (también llamado efecto halo en el campo de la investigación científica o efecto Pigmalion en el ámbito médico y educativo, este último representado en la gran pantalla con la obra “My fair lady” y otras metáforas como las de “Pinocho” o “Frankenstein”).
Etiquetar a un niño por su comportamiento, clasificarle en lo que es (“inútil”) por lo que hace (“sacar malas notas”) me parece despreciable. Administrarle pastillas para que se tranquilice “porque es muy inquieto” me parece denunciable. ¡Cuántas patologías inventadas por la industria farmacéutica y de la felicidad! Ya lo advertía el filósofo Pascal al sugerir a los que tenían dificultades para creer: "vayan a la iglesia, arrodíllense, recen, honren los sacramentos, compórtense como si creyeran. La fe no tardará en llegar”. Y mucho me temo que estos asuntos de la psique no son cuestión de milagro divino.
Jose Terrés Molina
Psicòleg i coach
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