Martes, 16 de diciembre de 2014
Psic. Claudia Calderon
- Barquisimeto, (Venezuela)
Psicología
Psicología
Cuando me preguntan a qué me dedico y respondo que soy Terapeuta de Pareja y de Familia, me encuentro con reacciones muy diferentes. Desde una mueca incomprensible, pasando por quienes dicen “entonces mejor no te cuento nada más porque me vas a psicoanalizar”, hasta quienes alegan que no le ven sentido a pagarle a alguien para hablar de sus vidas privadas porque hablar con sus amg@s es gratis.
Muchas veces no extiendo el tema porque me doy cuenta que pueden tocarse fibras de incomodidad en algunas personas, y creo que el respeto a las opiniones es imprescindible para comunicarnos; pero cuando tengo la oportunidad de contar con el interés y la curiosidad de los demás, no dejo de aprovechar el momento para romper con los estereotipos y algunas ideas mal concebidas sobre la psicología. Creo que todos somos diferentes, pero hay aspectos humanos comunes que no se pueden negar, por ejemplo: todos enfrentamos dificultades, las superamos (o no), sufrimos, triunfamos, vivenciamos la felicidad, y nos transformamos al pasar por etapas en nuestro existir; que no son explicadas con ecuaciones y cuyo significado se nos escapa a una simple mirada al espejo porque cuando nos vemos a nosotros mismos tenemos el sesgo de nuestro propio punto de vista, e inevitablemente nuestra vida emocional matiza TODO (lo digo sin titubeos), todo lo que somos, hacemos, pensamos.
Para la mayoría, las relaciones personales ocupan un lugar protagónico en sus vidas, porque los seres queridos son fuente mutua de afecto, apoyo, estabilidad emocional, seguridad, por decir poco la base de sustentación para el desarrollo de todas las áreas vitales.
No es de sorprender que la Pareja tenga un rol especialmente cercano al ser la persona escogida para la intimidad (entendida en su sentido amplio de proximidad emocional y física), e incluso para un proyecto de vida compartido como puede ser la formación de una familia.
¿Quién no se describiría como “embobado” o “en las nubes” cuando está ilusionado por una conexión especial que empieza a sentir con alguien que recién conoce? ¿Quién no ha perdido el apetito o el sueño porque no deja de pensar en una persona que despierta sensaciones y sentimientos fascinantes? ¿Quién no ha tenido un día terrible en el trabajo sin poder concentrarse, de mal humor, decaído y sin energías porque le preocupa una situación que atraviesa con su pareja? ¿Quién no ha tenido literalmente “EL PEOR DÍA DE SU VIDA” por un corazón roto? En mi experiencia, es fácil identificarse con estás preguntas e incluso ponerle un rostro, nombre y apellido a esa persona que ha ocupado (en el pasado o en el presente) ese rol en nuestras vidas.
Dicho esto, el amor romántico es una aspiración común y, aunque pareciera que much@s desean lo mismo, es un reto encontrar a la persona adecuada para cada quien, y descifrar la manera para que ese amor funcione sanamente, sea fructífero y evolucione con el tiempo permitiendo el crecimiento de ambos miembros.
La atracción y el afecto son elementos básicos iniciales que encienden la chispa, pero muchos otros componentes entran en juego para que una pareja pueda prosperar con un amor maduro. Al unirse dos personas, se unen también dos historias de vida únicas, cada cual con experiencias pasadas diferentes, como por ejemplo los éxitos y/o fracasos amorosos previos. Además, cada uno contribuye con un bagaje particular de sus familias de origen que aporta hábitos, principios, valores, códigos comunicacionales y formas de solucionar los conflictos. Esta combinación se refleja en las expectativas que cada persona tiene respecto a lo que una pareja debería ser y hacer.
Algunas de estas expectativas son más fáciles de reconocer, mientras que otras parecen sobreentendidas o hasta inconscientes, pero igualmente influyen el comportamiento.
- Yo pensaba que los dos queríamos tener hijos algún día.
- Yo pensaba que esto no era serio ni que éramos exclusivos.
- Yo pensaba que entre los dos íbamos a compartir los gastos económicos.
- Yo pensaba que la religión no era importante para nosotros.
- Yo pensaba que cuando nos casáramos iba a cambiar.
- Yo pensaba que cuando tuviéramos hijos iba a dejar de trabajar.
¿Suena conocido?
En una pareja, algunas de estas expectativas serán compatibles con las del otro, mientras que otras colisionan. Las diferencias pueden ser enriquecedoras porque cada miembro de la pareja tiene fortalezas diversas para aportar, sin embargo existen elementos fundamentales que al desencajar traen conflictos. En ocasiones podrán solventarse por medio de adaptación o negociación, pero a veces no se logra de forma efectiva a pesar de intentarlo, poniendo en peligro el bienestar de la pareja o incluso su continuidad. Esto puede resultar muy frustrante y generar gran malestar a quienes están inmersos en esta dinámica.
Considerando todos estos aspectos y muchos otros más que quedan por mencionar, la PSICOTERAPIA DE PAREJA es una recurso al que podemos optar cuando hemos intentado por iniciativa propia múltiples soluciones que no han funcionado a la hora de enfrentar una crisis de pareja. Un profesional que identifica estos aspectos y que cuenta con el entrenamiento para implementar aportes puede ayudar a la pareja en el proceso de darse cuenta de sus recursos y limitaciones, modificar los patrones disfuncionales y crear códigos de comunicación nuevos y compartidos. Los objetivos de la terapia de pareja pueden variar según los motivos de quienes la solicitan, puede tratarse de temas puntuales o más complejos, y en ocasiones surgen nuevos objetivos a partir de los iniciales; sin embargo el propósito siempre se orienta a promover la salud y aumentar el bienestar de los involucrados.
Muchas veces no extiendo el tema porque me doy cuenta que pueden tocarse fibras de incomodidad en algunas personas, y creo que el respeto a las opiniones es imprescindible para comunicarnos; pero cuando tengo la oportunidad de contar con el interés y la curiosidad de los demás, no dejo de aprovechar el momento para romper con los estereotipos y algunas ideas mal concebidas sobre la psicología. Creo que todos somos diferentes, pero hay aspectos humanos comunes que no se pueden negar, por ejemplo: todos enfrentamos dificultades, las superamos (o no), sufrimos, triunfamos, vivenciamos la felicidad, y nos transformamos al pasar por etapas en nuestro existir; que no son explicadas con ecuaciones y cuyo significado se nos escapa a una simple mirada al espejo porque cuando nos vemos a nosotros mismos tenemos el sesgo de nuestro propio punto de vista, e inevitablemente nuestra vida emocional matiza TODO (lo digo sin titubeos), todo lo que somos, hacemos, pensamos.
Para la mayoría, las relaciones personales ocupan un lugar protagónico en sus vidas, porque los seres queridos son fuente mutua de afecto, apoyo, estabilidad emocional, seguridad, por decir poco la base de sustentación para el desarrollo de todas las áreas vitales.
No es de sorprender que la Pareja tenga un rol especialmente cercano al ser la persona escogida para la intimidad (entendida en su sentido amplio de proximidad emocional y física), e incluso para un proyecto de vida compartido como puede ser la formación de una familia.
¿Quién no se describiría como “embobado” o “en las nubes” cuando está ilusionado por una conexión especial que empieza a sentir con alguien que recién conoce? ¿Quién no ha perdido el apetito o el sueño porque no deja de pensar en una persona que despierta sensaciones y sentimientos fascinantes? ¿Quién no ha tenido un día terrible en el trabajo sin poder concentrarse, de mal humor, decaído y sin energías porque le preocupa una situación que atraviesa con su pareja? ¿Quién no ha tenido literalmente “EL PEOR DÍA DE SU VIDA” por un corazón roto? En mi experiencia, es fácil identificarse con estás preguntas e incluso ponerle un rostro, nombre y apellido a esa persona que ha ocupado (en el pasado o en el presente) ese rol en nuestras vidas.
Dicho esto, el amor romántico es una aspiración común y, aunque pareciera que much@s desean lo mismo, es un reto encontrar a la persona adecuada para cada quien, y descifrar la manera para que ese amor funcione sanamente, sea fructífero y evolucione con el tiempo permitiendo el crecimiento de ambos miembros.
La atracción y el afecto son elementos básicos iniciales que encienden la chispa, pero muchos otros componentes entran en juego para que una pareja pueda prosperar con un amor maduro. Al unirse dos personas, se unen también dos historias de vida únicas, cada cual con experiencias pasadas diferentes, como por ejemplo los éxitos y/o fracasos amorosos previos. Además, cada uno contribuye con un bagaje particular de sus familias de origen que aporta hábitos, principios, valores, códigos comunicacionales y formas de solucionar los conflictos. Esta combinación se refleja en las expectativas que cada persona tiene respecto a lo que una pareja debería ser y hacer.
Algunas de estas expectativas son más fáciles de reconocer, mientras que otras parecen sobreentendidas o hasta inconscientes, pero igualmente influyen el comportamiento.
- Yo pensaba que los dos queríamos tener hijos algún día.
- Yo pensaba que esto no era serio ni que éramos exclusivos.
- Yo pensaba que entre los dos íbamos a compartir los gastos económicos.
- Yo pensaba que la religión no era importante para nosotros.
- Yo pensaba que cuando nos casáramos iba a cambiar.
- Yo pensaba que cuando tuviéramos hijos iba a dejar de trabajar.
¿Suena conocido?
En una pareja, algunas de estas expectativas serán compatibles con las del otro, mientras que otras colisionan. Las diferencias pueden ser enriquecedoras porque cada miembro de la pareja tiene fortalezas diversas para aportar, sin embargo existen elementos fundamentales que al desencajar traen conflictos. En ocasiones podrán solventarse por medio de adaptación o negociación, pero a veces no se logra de forma efectiva a pesar de intentarlo, poniendo en peligro el bienestar de la pareja o incluso su continuidad. Esto puede resultar muy frustrante y generar gran malestar a quienes están inmersos en esta dinámica.
Considerando todos estos aspectos y muchos otros más que quedan por mencionar, la PSICOTERAPIA DE PAREJA es una recurso al que podemos optar cuando hemos intentado por iniciativa propia múltiples soluciones que no han funcionado a la hora de enfrentar una crisis de pareja. Un profesional que identifica estos aspectos y que cuenta con el entrenamiento para implementar aportes puede ayudar a la pareja en el proceso de darse cuenta de sus recursos y limitaciones, modificar los patrones disfuncionales y crear códigos de comunicación nuevos y compartidos. Los objetivos de la terapia de pareja pueden variar según los motivos de quienes la solicitan, puede tratarse de temas puntuales o más complejos, y en ocasiones surgen nuevos objetivos a partir de los iniciales; sin embargo el propósito siempre se orienta a promover la salud y aumentar el bienestar de los involucrados.