Domingo, 16 de agosto de 2015
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Psicología
Psicología
Cada vez resulta más frecuente que los psicólogos escuchemos este interrogante en las consultas. Generalmente, padre, madre, hermanos mayores, o tíos, se comunican con un psicólogo en un estado de desborde e impotencia, solicitando consejos y sugerencias acerca del mejor modo de ¨enviar al psicólogo¨ a su querido adolescente.
Efectivamente, cuando las conductas violentas pueden poner en peligro al mismo adolescente o a los demás, se vuelve imprescindible solicitar ayuda profesional. Muchas veces, si se trata de menores de edad, el proceso se simplifica, ya que basta con que los adultos responsables ¨lleven¨ al niño o adolescente a la consulta, luego de solicitar un turno y acordar día y horario de encuentro con el profesional.
Pero a veces el panorama no parece tan alentador. Cuando un hijo, sobrino, o hermano que necesita ayuda es mayor de edad y se opone a iniciar un tratamiento psicológico, es necesario armarse de paciencia e iniciar un proceso gradual, y muchas veces lento, para lograr que finalmente acuda a una consulta.
¿Qué hacer en estos casos? Es fundamental comprender que el peor camino para lograrlo es el de la descalificación, la represión, el castigo, la violencia, las quejas y los reproches. De nada sirve, y hasta es contraproducente, decirle a nuestro hijo adolescente que es un violento, que se ha tornado insoportable tolerarlo, y que necesitamos que cambie para que nuestra vida y la de la familia se vuelva un poco más disfrutable.
Puede parecer una obviedad, pero es frecuente escuchar que este tipo de discurso es el que le repiten una y otra vez muchos padres a sus hijos frente a sus reacciones violentas o ataques de ira. ¨Sos insoportable¨, ¨No te aguanto más¨, ¨Estás loco, necesitás un psicólogo¨, ¨Sos el culpable de los problemas de la familia¨, ¨Por qué me hacés esto a mí, que hice tanto por vos¨, ¨Sos un desagradecido¨,…son solo algunas de las frases que utilizan muchos padres frente a la frustración que esta situación les produce.
Es necesario evitar el enfrentamiento y los gritos cuando el adolescente está enojado, manteniendo la calma para evitar que la situación empeore. Tampoco servirán de nada los ¨sermones¨ en ese momento, intentando que el joven razone. Lo mejor es distanciarse, alejarse, o permitir que él se aleje, y más tarde, encontrar el momento adecuado para hablar acerca de lo sucedido.
Tampoco son aceptables de ningún modo los castigos físicos. En ocasiones, los padres, desbordados, golpean a sus hijos. Esto sólo le enseñará al joven que, efectivamente, y tal como él cree, los problemas se resuelven a través de la violencia.
No es conveniente utilizar amenazas de castigo que luego no serán concretadas. Simplemente basta con señalar cuáles son las conductas inaceptables y advertir cuáles serán las consecuencias de estas conductas, que pueden ir desde la reducción hasta la pérdida total de privilegios como el acceso al dinero, o videojuegos, … dependiendo de las costumbres de cada familia.
Es fundamental predicar con el ejemplo. Decirle a un hijo: “Estoy tan enojado ahora que no quiero hablar con vos”, o “Necesito dar una vuelta. Hablamos cuando me calme y te calmes vos también”, es un modo de mostrarle de qué forma se puede proceder en lugar de recurrir a la violencia. Hace falta mucha fuerza interior para dominar los impulsos, especialmente la ira, y esta capacidad se aprende en la familia, durante la infancia y adolescencia, por influencia de quienes son responsables de la educación. Hay que evitar usar palabras vulgares, o insultos, para que un hijo aprenda a discutir, pero de manera tolerante y respetuosa.
El camino para lograr ayudar a un adolescente que está en esta situación es totalmente opuesto al castigo, represión, reproche, descalificación.
La vía es el diálogo, la contención, la tolerancia, y el respeto por las diferencias. Detrás de estas conductas impulsivas y violentas hay un mensaje que pide a gritos ser escuchado y tenido en cuenta. Lo ideal es mostrar preocupación, preguntarle qué le sucede, qué es lo que lo enoja, qué siente y por qué motivo, y en qué podríamos ayudarlo. Es importante que exprese si se siente angustiado, enojado, triste, temeroso, celoso, frustrado, o impotente…y fundamentalmente que esto que expresa, si logra expresarlo en palabras, sea escuchado atentamente. También es necesario señalarle que existen otros modos adecuados de expresión de las emociones, que no son destructivos sino constructivos.
Lo que no se ha resuelto a través de la palabra y el diálogo, se descargará de otro modo. Y esto sucede cuando lo que ha sido dicho anteriormente no ha sido escuchado, o cuando no ha podido siquiera ser expresado por bloqueos personales del protagonista, quien no puede expresarse por la vía de la palabra y entonces lo hace de otro modo, un modo destructivo y violento.
Sugerirle a un joven mayor de edad que vaya a un psicólogo no es tarea fácil. Y más difícil será si esta sugerencia proviene de las figuras de autoridad que muchas veces le ponen límite.
A veces, jóvenes de entre los 21 y los 25 años, que viven aún en el hogar familiar sin trabajar, en una adolescencia que no parece nunca acercarse a su fin, disfrutan de las comodidades y privilegios que esta situación les brinda, pero, a su vez, exigen que se les respete su intimidad, su individualidad y sus decisiones y deseos personales, llegando al extremo de exigir de mal modo que se satisfagan todos sus caprichos, o descargando las emociones generadas por sus problemas personales o escolares, de manera violenta, sin compartirlos con su familia ni solicitar ayuda, a los fines de intentar preservar su intimidad.
Para intentar que surja en él el deseo de iniciar un tratamiento psicológico, lo ideal es decirle que le haría muy bien contar con la ayuda profesional de una persona neutral que lo escuche sin juzgarlo moralmente, y donde él pueda contar con un espacio en el cual pueda expresarse libremente, y solucionar aquello que le preocupa o le angustia.
Si existiese otra situación, diferente de la de sus ¨ataques de ira¨ que pudiera motivar la consulta, también sería válido recurrir a ella como disparador del deseo de iniciar un tratamiento, y mencionársela. A modo de ejemplo:
¨Te noto triste… quizás es porque te peleaste con tu novia o con algún amigo en la escuela…, creo que te haría muy bien hablarlo con un psicólogo para sentirte mejor, si es que no querés hablarlo conmigo¨
¨Te notamos preocupado, sino querés contarnos a nosotros… por ahí podrías hablarlo con un psicólogo¨.
Estas frases, no basadas específicamente en las conductas agresivas, pueden llevar a que decida consultar, y finalmente, a la iniciación de un tratamiento psicológico más abarcativo.
La adolescencia es una etapa de la vida muy difícil para todos, y un hijo necesita del apoyo y del ejemplo. Una de las mejores enseñanzas que podés darle al adolescente es a aprender a expresar y manejar las emociones fuertes, como la ira. Si le enseñás respeto, autocontrol, y autocrítica, le estarás dando los mejores recursos para una vida emocional más saludable y armoniosa con los demás.
Información sobre la autora: http://www.psico.org/centro-28393
http://www.psico.org/psicologos/la-plata
Efectivamente, cuando las conductas violentas pueden poner en peligro al mismo adolescente o a los demás, se vuelve imprescindible solicitar ayuda profesional. Muchas veces, si se trata de menores de edad, el proceso se simplifica, ya que basta con que los adultos responsables ¨lleven¨ al niño o adolescente a la consulta, luego de solicitar un turno y acordar día y horario de encuentro con el profesional.
Pero a veces el panorama no parece tan alentador. Cuando un hijo, sobrino, o hermano que necesita ayuda es mayor de edad y se opone a iniciar un tratamiento psicológico, es necesario armarse de paciencia e iniciar un proceso gradual, y muchas veces lento, para lograr que finalmente acuda a una consulta.
¿Qué hacer en estos casos? Es fundamental comprender que el peor camino para lograrlo es el de la descalificación, la represión, el castigo, la violencia, las quejas y los reproches. De nada sirve, y hasta es contraproducente, decirle a nuestro hijo adolescente que es un violento, que se ha tornado insoportable tolerarlo, y que necesitamos que cambie para que nuestra vida y la de la familia se vuelva un poco más disfrutable.
Puede parecer una obviedad, pero es frecuente escuchar que este tipo de discurso es el que le repiten una y otra vez muchos padres a sus hijos frente a sus reacciones violentas o ataques de ira. ¨Sos insoportable¨, ¨No te aguanto más¨, ¨Estás loco, necesitás un psicólogo¨, ¨Sos el culpable de los problemas de la familia¨, ¨Por qué me hacés esto a mí, que hice tanto por vos¨, ¨Sos un desagradecido¨,…son solo algunas de las frases que utilizan muchos padres frente a la frustración que esta situación les produce.
Es necesario evitar el enfrentamiento y los gritos cuando el adolescente está enojado, manteniendo la calma para evitar que la situación empeore. Tampoco servirán de nada los ¨sermones¨ en ese momento, intentando que el joven razone. Lo mejor es distanciarse, alejarse, o permitir que él se aleje, y más tarde, encontrar el momento adecuado para hablar acerca de lo sucedido.
Tampoco son aceptables de ningún modo los castigos físicos. En ocasiones, los padres, desbordados, golpean a sus hijos. Esto sólo le enseñará al joven que, efectivamente, y tal como él cree, los problemas se resuelven a través de la violencia.
No es conveniente utilizar amenazas de castigo que luego no serán concretadas. Simplemente basta con señalar cuáles son las conductas inaceptables y advertir cuáles serán las consecuencias de estas conductas, que pueden ir desde la reducción hasta la pérdida total de privilegios como el acceso al dinero, o videojuegos, … dependiendo de las costumbres de cada familia.
Es fundamental predicar con el ejemplo. Decirle a un hijo: “Estoy tan enojado ahora que no quiero hablar con vos”, o “Necesito dar una vuelta. Hablamos cuando me calme y te calmes vos también”, es un modo de mostrarle de qué forma se puede proceder en lugar de recurrir a la violencia. Hace falta mucha fuerza interior para dominar los impulsos, especialmente la ira, y esta capacidad se aprende en la familia, durante la infancia y adolescencia, por influencia de quienes son responsables de la educación. Hay que evitar usar palabras vulgares, o insultos, para que un hijo aprenda a discutir, pero de manera tolerante y respetuosa.
El camino para lograr ayudar a un adolescente que está en esta situación es totalmente opuesto al castigo, represión, reproche, descalificación.
La vía es el diálogo, la contención, la tolerancia, y el respeto por las diferencias. Detrás de estas conductas impulsivas y violentas hay un mensaje que pide a gritos ser escuchado y tenido en cuenta. Lo ideal es mostrar preocupación, preguntarle qué le sucede, qué es lo que lo enoja, qué siente y por qué motivo, y en qué podríamos ayudarlo. Es importante que exprese si se siente angustiado, enojado, triste, temeroso, celoso, frustrado, o impotente…y fundamentalmente que esto que expresa, si logra expresarlo en palabras, sea escuchado atentamente. También es necesario señalarle que existen otros modos adecuados de expresión de las emociones, que no son destructivos sino constructivos.
Lo que no se ha resuelto a través de la palabra y el diálogo, se descargará de otro modo. Y esto sucede cuando lo que ha sido dicho anteriormente no ha sido escuchado, o cuando no ha podido siquiera ser expresado por bloqueos personales del protagonista, quien no puede expresarse por la vía de la palabra y entonces lo hace de otro modo, un modo destructivo y violento.
Sugerirle a un joven mayor de edad que vaya a un psicólogo no es tarea fácil. Y más difícil será si esta sugerencia proviene de las figuras de autoridad que muchas veces le ponen límite.
A veces, jóvenes de entre los 21 y los 25 años, que viven aún en el hogar familiar sin trabajar, en una adolescencia que no parece nunca acercarse a su fin, disfrutan de las comodidades y privilegios que esta situación les brinda, pero, a su vez, exigen que se les respete su intimidad, su individualidad y sus decisiones y deseos personales, llegando al extremo de exigir de mal modo que se satisfagan todos sus caprichos, o descargando las emociones generadas por sus problemas personales o escolares, de manera violenta, sin compartirlos con su familia ni solicitar ayuda, a los fines de intentar preservar su intimidad.
Para intentar que surja en él el deseo de iniciar un tratamiento psicológico, lo ideal es decirle que le haría muy bien contar con la ayuda profesional de una persona neutral que lo escuche sin juzgarlo moralmente, y donde él pueda contar con un espacio en el cual pueda expresarse libremente, y solucionar aquello que le preocupa o le angustia.
Si existiese otra situación, diferente de la de sus ¨ataques de ira¨ que pudiera motivar la consulta, también sería válido recurrir a ella como disparador del deseo de iniciar un tratamiento, y mencionársela. A modo de ejemplo:
¨Te noto triste… quizás es porque te peleaste con tu novia o con algún amigo en la escuela…, creo que te haría muy bien hablarlo con un psicólogo para sentirte mejor, si es que no querés hablarlo conmigo¨
¨Te notamos preocupado, sino querés contarnos a nosotros… por ahí podrías hablarlo con un psicólogo¨.
Estas frases, no basadas específicamente en las conductas agresivas, pueden llevar a que decida consultar, y finalmente, a la iniciación de un tratamiento psicológico más abarcativo.
La adolescencia es una etapa de la vida muy difícil para todos, y un hijo necesita del apoyo y del ejemplo. Una de las mejores enseñanzas que podés darle al adolescente es a aprender a expresar y manejar las emociones fuertes, como la ira. Si le enseñás respeto, autocontrol, y autocrítica, le estarás dando los mejores recursos para una vida emocional más saludable y armoniosa con los demás.
Información sobre la autora: http://www.psico.org/centro-28393
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