Psicología
¿Qué sería de la vida moderna sin internet y sus redes sociales? Seguramente no pasaría nada extraordinario, salvo que tendríamos que volver a los hábitos de antes, cuando se llamaba a los amigos a la puerta de la casa y cuando una conversación se sostenía mirándose a los ojos y no al teclado.
Me considero afortunada por tener acceso a la información en cualquier momento, por poder llegar al lado opuesto del mundo con un solo "click" para abrazar virtualmente al amigo que llora, o para celebrar las alegrías de quienes se han quedado lejos después de tanto viaje. Me parece un privilegio estar, en este preciso momento, escribiendo mientras disfruto de un bello paisaje alicantino, y saber que en pocos días alguien podrá leer, comentar y compartir lo que publico en este blog.
Pero también veo cómo, para algunas personas, la comunicación se ha convertido en un ansioso y compulsivo tomar y soltar un aparato que promete notificar el esperado mensaje, o chequear cada dos por tres el Facebook para ver si alguien ha publicado alguna novedad, o se ha cambiado el peinado o el novio, o se ha comprado un vestido nuevo.
Las redes sociales, con todas las ventajas que conllevan, también tienen la capacidad de dominar a las personas consumiendo su tiempo y su energía, y pasar de ser una herramienta de información y acercamiento para convertirse en una esclavitud y en el reflejo de un ambiente de sistemática incomunicación.
Y esto no sucede por nada. Es definitivamente más fácil decir "te quiero", discutir, pedir perdón, perdonar, copiar y pegar, quejarse, preguntar o manifestarse usando las redes sociales, que asumir el riesgo de decir lo que uno piensa cara a cara. También resulta más sencillo, de esta forma, dejar salir lo mejor del carácter personal y controlar la timidez, el rechazo, la baja autoestima o la aversión al contacto real. Porque ¿quién se atreve a publicar en el muro de Facebook o en 140 caracteres de Twiter que se siente sólo/a, feo/a, confundido/a, fracasado/a o mala persona? Por el contrario, se selecciona la foto más bonita, los momentos más agradables, los éxitos, los mejores viajes y así crece el número de amigos a velocidades que nada tienen que ver con la realidad.
El teléfono, el Ipad o el ordenador nunca nos cuestionan. Nunca se levantan para decirnos que estamos equivocados, o que ya no nos quieren, ni nos ponen límites o condiciones. Por el contrario, nos dan todo lo que les pedimos, llegando incluso a saturar nuestros cerebros hasta el punto de que, si nos descuidamos, no nos queda tiempo para integrar, relativizar, descubrir o crear nuestros propios pensamientos.
Porque crear y descubrir exige tiempo. Y hay quienes se ven arrastrados en la marea interminable de la popularidad que garantizan las redes sociales. Basta con conectarse después de un mal día para recuperar la sensación de "ser alguien", eso cuando no aparece la amiga o el amigo a quien justamente ese día le ha ido de maravilla, con lo que la experiencia se convierte en un insomnio lleno de autoreproches y quejas tales como: "¿por-qué-él/ella-sí-y-yo-no?".
Buscar información, escribir y responder mensajes, encontrar frases célebres para subir a la red o elegir las mejores fotos, también exigen un tiempo grande y dan la sensación de estar muy ocupados, de ser útiles y, al menos por un momento, de ser el centro de la experiencia. Es por esto que algunos expertos relacionan el uso compulsivo de las redes sociales con el rasgo narcisista del carácter en su vertiente patológica, reflejado en el ansia de protagonismo. Un grupo de "amigos" que aplauden, siguen y hacen caso a cada cosa que alguien comparte, es algo que no suele pasar en la vida real, con lo cual es fácil convencerse de que es justamente en las redes sociales donde uno puede desarrollar adecuadamente su vida social. Y es aquí donde la situación puede tornarse perversa, tomando en cuenta además que, del otro lado, hay quienes pasan gran parte de su tiempo observando la vida de los demás de una forma absolutamente anónima. ¿A esto podemos llamar interacción?
Si estás leyendo esta entrada y te sientes de alguna forma aludida/o, toma en cuenta las siguientes preguntas que te ayudarán a ver más claramente si el uso de las redes sociales está dejando de ser una distracción o una vía de conocimiento y desarrollo, para convertirse en un problema:
- ¿Te cuesta concentrarte en el trabajo porque tu atención está puesta en WhatsApp, Facebook o Twitter, enviando y respondiendo mensajes para acabar el día con la sensación de haber hecho mucho y sin embargo haber avanzado poco?
- ¿Sientes angustia al no tener a mano el móvil, el Ipad o el ordenador, porque no hay cobertura donde te encuentras o se descargó la batería?
- ¿Necesitas cada vez más tiempo de conexión hasta que, por más horas que dediques, no te parece suficiente el tiempo que pasas en las redes sociales?
- ¿Se te pasa la hora de la comida, la cena, la ducha, el descanso o el sueño por estar conectado/a?
- ¿Te han llamado la atención amigos, pareja o familiares por no hacerles caso cuando estás reunido/a por estar pendiente de los mensajes?
- ¿Cada vez sales menos con la gente que conoces y que puedes ver directamente por preferir conectar con los amigos de las redes?
Puede haber mil causas por las que uno se encuentra en una o más de estas situaciones. Pero si es así, vale la pena revisar hasta qué punto la afición por las redes sociales está debilitando tus relaciones afectivas más directas. Recordemos que los gestos, las voces, los olores y todo lo que conlleva el lenguaje corporal hacen parte de la comunicación y que, por más entretenidas que sean las interacciones en la red, nunca podrán reemplazar la calidad de una comunicación directa.
Hay infinidad de consejos, también en internet por cierto, para aprender a controlar el acceso a las redes y dominar las conductas compulsivas, que van desde las estrategias más disparatadas hasta las más fundamentadas teóricamente, incluyendo historias personales escalofriantes de ex-adictos a las redes. Pero si existe un fondo de ansiedad, depresión o soledad, es francamente difícil apagar el móvil por pura voluntad, sea cual sea el método, el premio o el castigo. Sería recomendable revisar la base de una conducta que hace daño, no solamente para agradar a los demás, sino también como una forma de desarrollo personal.
Todo síntoma es una oportunidad para profundizar en la causa que lo produce y quizás resulte sorprendente descubrir hasta qué punto desconocemos nuestra potencia sensorial, tan maltratada con tanta estimulación auditiva y visual sin medida. Tal vez algún día consigamos detener por un momento ese compulsivo "click-click-click" y hacernos más conscientes de nuestras propias ideas y sentimientos. O puede ser que nos sintamos más dispuestos a dejar por un ratito los "me gusta" de cada amigo que dice cualquier cosa, para respirar profundo y gritar un liberador "ME GUSTO!!!"... mientras nos damos cuenta de nuestra infinita capacidad de comunicar, de trabajar, de crear, de amar y de saber, en este maravilloso mundo, con internet y sin él.