Martes, 16 de diciembre de 2014
Consult Psicologia Clinica MDS
- Las Terrenas, Samaná, (República Dominicana)
Psicología
Psicología
El miedo es una emoción primaria la cual, ante un peligro real nos impulsa a luchar, escapar o hasta quedar paralizados. Persigue ante todo proteger la integridad y salvar nuestras vidas. Sin el miedo no podríamos sobrevivir. Pero cuando este miedo, como emoción adaptativa se transforma en una emoción secundaria estamos hablando de una fobia (Grenberg y Paivio, 2000).
El temor que se experimenta en la fobia no se deriva de un peligro real. Se trata más bien de construcciones de la mente que nos hacen sentir un miedo incontrolable ante situaciones que representan un peligro subjetivo para nosotros. Su origen pudo haber sido una situación particular a la que estuvimos expuestos y que de alguna manera nos ha marcado. Entonces el temor de que esa situación se pueda repetir, es lo que llamamos “miedo al miedo”.
Las fobias son innumerables, pero entre las más conocidas se encuentran la claustrofobia, o miedo a los espacios cerrados, miedo a las alturas, a algunos animales como perros, gatos, aves, o insectos, reptiles, etc., a los espacios abiertos donde haya una multitud como es el caso de la agorafobia, miedo a los aviones, miedo a hablar en público o a exponerse ante la mirada de los demás y a ser juzgados, como es la fobia social, entre otras.
Cuando estamos frente al objeto o situación fóbica, se presentan algunas reacciones fisiológicas en la forma de sudoración, hiperventilación, elevación de la tasa cardíaca, mareos, nauseas, malestar estomacal, sequedad en la boca, manos sudorosas, enrojecimiento o palidez en el rostro, rigidez en las extremidades, entre otros. Estas respuestas son acompañadas por lo general por elevados niveles de ansiedad, temor a volverse loc@ o a perder el control, miedo a desmayarse o a morir y pensamientos recurrentes de escape o evitación.
Según el DSM-IV, el diagnóstico de fobia específica sólo es correcto cuando el comportamiento de evitación, miedo y ansiedad ante el estímulo fóbico interfiere con las actividades cotidianas del individuo, ya sean académicas, laborales o sociales, con las relaciones personales y cuando crea un malestar clínicamente significativo.
Así, una persona con temor a los espacios cerrados (claustrofobia) evitaría de cualquier modo utilizar un ascensor y hasta podría llegar a rechazar un empleo si se requiriera su uso. O, en el caso de alguien con temor a volar podría perder la oportunidad de compartir con la familia unas vacaciones, o en casos extremos, hasta un ascenso si dentro de las responsabilidades inherentes al cargo, tuviese que viajar en avión con frecuencia.
Por su lado, la agorafobia va limitando la vida de las personas que la padecen, quedando paulatinamente confinadas en su medio familiar. Evitan la salida a los supermercados, tiendas, espectáculos públicos, salidas con amigos y cualquier otro lugar donde no se sientan seguros y a salvo. Una persona con fobia a los animales de cualquier tipo, podría no disfrutar de actividades al aire libre, como un parque o paseos en el campo por el temor de encontrarse con alguno de esos animales.
La sola anticipación de tales encuentros o hasta imaginarlos, puede provocar niveles de activación fisiológica tan intensos que el sujeto los vive como si los tuviera enfrente. En casos crónicos, los sujetos no pueden ver películas o fotografías donde se muestre el objeto de su fobia. Cabe señalar que la experiencia directa no necesariamente tiene que haberse vivido por la persona que padece la fobia. Puede haber escuchado historias de familiares cercanos, o haber sido testigo de alguna situación que le sucediera a otra persona, haberlo visto en una película y que la impresión de tales experiencias se haya quedado grabada en su memoria provocando un miedo tan intenso que muchos adultos con fobia reconocen como excesivo o irracional.
En el tratamiento de las fobias, se requiere de una participación activa y comprometida por parte del cliente que viene a consulta, ya que se utilizan técnicas de exposición gradual ante el objeto fóbico que pueden resultar muy intensas para la persona. La motivación principal es poder participar en actividades familiares, sociales o laborales sin que este temor desmesurado interfiera y limite su vida con sufrimiento y una gran ansiedad, que podría acompañarle casi todo el tiempo.
La desensibilización sistemática es una de las técnicas más conocidas y utilizadas con más frecuencia. Como su nombre lo indica, consiste en una exposición gradual que permita un acercamiento al objeto o situación fóbica, primero en imaginación, luego con fotos o imágenes, hasta lograr un acercamiento directo, en el que la ansiedad podría alcanzar su máximo nivel. Por supuesto, la persona siempre estará acompañada por el o la terapeuta quien le dará apoyo durante la exposición y combinará ésta con técnicas de relajación y otras que contribuyan a que el sujeto se sienta en un ambiente seguro y donde sus temores y miedos sean validados durante cada experiencia.
Cada cliente tiene una condición particular, por lo que las técnicas pueden variar de un individuo a otro. En este sentido, se evalúa la historia de condicionamiento, así como la biografía de la persona, para determinar entre otras cosas, el origen de la fobia y si existe comorbilidad con otras afecciones de tipo clínico o psicológico. Con estas informaciones se elabora un plan de tratamiento adaptado a las necesidades particulares de la persona consultante. El tratamiento tiene una duración aproximada de cuatro a ocho semanas, dependiendo de cuánto se involucre en el proceso la persona afectada.
En los programas de intervención para el tratamiento de las fobias, la tasa de recaídas es bastante baja, si las técnicas utilizadas fueron aplicadas adecuadamente. Asimismo, los beneficios que se obtienen compensan en mucho la incomodidad que supone el tratamiento para los clientes, ya que esto les da una sensación de libertad, y de poder manejar sus vidas sin tener el fantasma de la fobia acechándoles en cada rincón.
Maritza Díaz Savary, M.A
Psicóloga Clínica
Tel. (809) 508-7632 y (829) 994-6119
https://www.facebook.com/maritzadiazsavaryterapeuta?ref=hl
El temor que se experimenta en la fobia no se deriva de un peligro real. Se trata más bien de construcciones de la mente que nos hacen sentir un miedo incontrolable ante situaciones que representan un peligro subjetivo para nosotros. Su origen pudo haber sido una situación particular a la que estuvimos expuestos y que de alguna manera nos ha marcado. Entonces el temor de que esa situación se pueda repetir, es lo que llamamos “miedo al miedo”.
Las fobias son innumerables, pero entre las más conocidas se encuentran la claustrofobia, o miedo a los espacios cerrados, miedo a las alturas, a algunos animales como perros, gatos, aves, o insectos, reptiles, etc., a los espacios abiertos donde haya una multitud como es el caso de la agorafobia, miedo a los aviones, miedo a hablar en público o a exponerse ante la mirada de los demás y a ser juzgados, como es la fobia social, entre otras.
Cuando estamos frente al objeto o situación fóbica, se presentan algunas reacciones fisiológicas en la forma de sudoración, hiperventilación, elevación de la tasa cardíaca, mareos, nauseas, malestar estomacal, sequedad en la boca, manos sudorosas, enrojecimiento o palidez en el rostro, rigidez en las extremidades, entre otros. Estas respuestas son acompañadas por lo general por elevados niveles de ansiedad, temor a volverse loc@ o a perder el control, miedo a desmayarse o a morir y pensamientos recurrentes de escape o evitación.
Según el DSM-IV, el diagnóstico de fobia específica sólo es correcto cuando el comportamiento de evitación, miedo y ansiedad ante el estímulo fóbico interfiere con las actividades cotidianas del individuo, ya sean académicas, laborales o sociales, con las relaciones personales y cuando crea un malestar clínicamente significativo.
Así, una persona con temor a los espacios cerrados (claustrofobia) evitaría de cualquier modo utilizar un ascensor y hasta podría llegar a rechazar un empleo si se requiriera su uso. O, en el caso de alguien con temor a volar podría perder la oportunidad de compartir con la familia unas vacaciones, o en casos extremos, hasta un ascenso si dentro de las responsabilidades inherentes al cargo, tuviese que viajar en avión con frecuencia.
Por su lado, la agorafobia va limitando la vida de las personas que la padecen, quedando paulatinamente confinadas en su medio familiar. Evitan la salida a los supermercados, tiendas, espectáculos públicos, salidas con amigos y cualquier otro lugar donde no se sientan seguros y a salvo. Una persona con fobia a los animales de cualquier tipo, podría no disfrutar de actividades al aire libre, como un parque o paseos en el campo por el temor de encontrarse con alguno de esos animales.
La sola anticipación de tales encuentros o hasta imaginarlos, puede provocar niveles de activación fisiológica tan intensos que el sujeto los vive como si los tuviera enfrente. En casos crónicos, los sujetos no pueden ver películas o fotografías donde se muestre el objeto de su fobia. Cabe señalar que la experiencia directa no necesariamente tiene que haberse vivido por la persona que padece la fobia. Puede haber escuchado historias de familiares cercanos, o haber sido testigo de alguna situación que le sucediera a otra persona, haberlo visto en una película y que la impresión de tales experiencias se haya quedado grabada en su memoria provocando un miedo tan intenso que muchos adultos con fobia reconocen como excesivo o irracional.
En el tratamiento de las fobias, se requiere de una participación activa y comprometida por parte del cliente que viene a consulta, ya que se utilizan técnicas de exposición gradual ante el objeto fóbico que pueden resultar muy intensas para la persona. La motivación principal es poder participar en actividades familiares, sociales o laborales sin que este temor desmesurado interfiera y limite su vida con sufrimiento y una gran ansiedad, que podría acompañarle casi todo el tiempo.
La desensibilización sistemática es una de las técnicas más conocidas y utilizadas con más frecuencia. Como su nombre lo indica, consiste en una exposición gradual que permita un acercamiento al objeto o situación fóbica, primero en imaginación, luego con fotos o imágenes, hasta lograr un acercamiento directo, en el que la ansiedad podría alcanzar su máximo nivel. Por supuesto, la persona siempre estará acompañada por el o la terapeuta quien le dará apoyo durante la exposición y combinará ésta con técnicas de relajación y otras que contribuyan a que el sujeto se sienta en un ambiente seguro y donde sus temores y miedos sean validados durante cada experiencia.
Cada cliente tiene una condición particular, por lo que las técnicas pueden variar de un individuo a otro. En este sentido, se evalúa la historia de condicionamiento, así como la biografía de la persona, para determinar entre otras cosas, el origen de la fobia y si existe comorbilidad con otras afecciones de tipo clínico o psicológico. Con estas informaciones se elabora un plan de tratamiento adaptado a las necesidades particulares de la persona consultante. El tratamiento tiene una duración aproximada de cuatro a ocho semanas, dependiendo de cuánto se involucre en el proceso la persona afectada.
En los programas de intervención para el tratamiento de las fobias, la tasa de recaídas es bastante baja, si las técnicas utilizadas fueron aplicadas adecuadamente. Asimismo, los beneficios que se obtienen compensan en mucho la incomodidad que supone el tratamiento para los clientes, ya que esto les da una sensación de libertad, y de poder manejar sus vidas sin tener el fantasma de la fobia acechándoles en cada rincón.
Maritza Díaz Savary, M.A
Psicóloga Clínica
Tel. (809) 508-7632 y (829) 994-6119
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