Jueves, 03 de abril de 2014
Instituto de Coaching yTerapia Humanista
- San Lorenzo de El Escorial, (España)
Psicología
Psicología
Son tantos los motivos que llevan a la ruptura de una relación como personas que la viven.
Cuando Tomas llego por primera vez a mi consulta presentaba un aspecto poco saludable; ojeras profundas, sensación de cansancio largo, torpe aliño indumentario, tono de voz bajo y monótono, y una tremenda tristeza en la mirada.
Tomas tiene 48 años y después de 10 años de relación con Lucia habían decidido dejarlo. Era la segunda relación larga que tenia Tomas y de esta compartía con Lucia una hija de 7 años. Con su primera pareja había tenido un hijo, ahora con 20 años.
Era principios de septiembre, Tomas llevaba dos largos meses durmiendo mal y sin apenas apetito y presentaba una enorme dificultad para concentrarse en su trabajo y en cualquier otra cosa que no fuera deambular arriba y abajo por las causas de la ruptura, el resentimiento, la pena honda, el odio, la soledad y el miedo.
Las conversaciones con sus amigos y allegados se habían hecho monotemáticas, la ancha cama compartida un espacio inhóspito y vacio al que no podía volver, cualquier rincón de la casa, del patio, del paisaje adyacente a su casa un lazo con los tiempos cercanos y remotos repletos de la presencia de Lucia. Sonidos, olores y sabores atizaban su memoria sin consideración alguna en busca de la voz, del perfume o de los platos cocinados por Lucia. Tomas estaba rodeado, sumergido, inundado por la pena.
En una misma sesión pasaba de la rabia y el odio encarnizados a la tristeza y la compasión contaminados de esperanza. No podía entender que Lucia le hubiera abandonado y que lo hubiera hecho de la forma que lo hizo. No soportaba que le hubiera sustituido por otro que había asomado a internet en una de esas páginas de contactos repletos de “cazaincaut@s”.
Lucia le había mentido cuando la había descubierto y eso le parecía terriblemente desleal, no se merecía esto y creía que la relación vivida le permitía aventurar, en caso de ocurrir, un desenlace diferente.
Tomás se sentía herido y se había instalado en el sufrimiento.
La perdida de lo que vivimos como amor y de la persona que lo encarna siempre es dolorosa. Y el dolor, esa emoción tan consustancial con el ser humano, no conoce atajos para salir de él.
El dolor hay que dolerlo. Pero esa experiencia resulta, en ocasiones, insoportable y al igual que cuando sentimos dolor físico utilizamos de manera cada vez más rápida el analgésico aliviador que efectivamente alivia pero que también puede impedir el conocimiento de la causa que provoca el dolor, de la misma forma en el dolor emocional nos resulta dificultoso asumir que nos han dejado de querer, que ya no somos especiales e importantes para la persona querida, que somos sustituibles e innecesarios y eso suele ser inadmisible para nuestro ego robusto y programado que se apoya en el sufrimiento pretendiendo cruzar la travesía del desierto del dolor mas aliviado. Pero el sufrimiento no es buena compañía. Es una mala elaboración de dolor, es la sal que vertemos en la herida y que la impide cicatrizar pues necesitamos atender la demanda del “Yo” impregnado de orgullo, celos, apego…. Y aparecen entonces las preguntas y los pensamientos recurrentes ¿Porqué a mi?, ¿ Qué he hecho mal?. Si hubiera actuado de otra manera… pero claro cómo iba a saber yo.. Si apenas hace unas semanas todavía me dijo que me quería. ¿Cómo ha podido ser tan desagradecida?. ¿Cómo es posible que no valore lo que yo he hecho por la relación? ¡¡Qué…… (poner el insulto que mas os agrade)¡¡ ¡¡No se da cuenta del daño que le va a hacer a la niña¡¡¡
Y así, enfrascados en esa dinámica pasan las semanas y los meses entre la pena, la rabia, el odio y la esperanza del regreso, sin poder cerrar la puerta que nos ayude a reencontrarnos con la parte más saludable de cada uno de nosotros. Aceptando que en ocasiones nuestra realidad no es como nos gustaría pero es como es, y que es necesario reconocerla para poder afrontarla y cambiarla sin las mochilas tóxicas que conlleva el sufrimiento.
Después de unos meses Tomas ya siente que para caminar y crecer con su hija y que para caminar y crecer consigo mismo no es necesaria la presencia de Lucia. A veces va y viene de la pena al sufrimiento, pero éste se muestra con mucha menos virulencia y esto le permite, entre otras cosas, conectar de manera saludable con su magnífico sentido del hum
Cuando Tomas llego por primera vez a mi consulta presentaba un aspecto poco saludable; ojeras profundas, sensación de cansancio largo, torpe aliño indumentario, tono de voz bajo y monótono, y una tremenda tristeza en la mirada.
Tomas tiene 48 años y después de 10 años de relación con Lucia habían decidido dejarlo. Era la segunda relación larga que tenia Tomas y de esta compartía con Lucia una hija de 7 años. Con su primera pareja había tenido un hijo, ahora con 20 años.
Era principios de septiembre, Tomas llevaba dos largos meses durmiendo mal y sin apenas apetito y presentaba una enorme dificultad para concentrarse en su trabajo y en cualquier otra cosa que no fuera deambular arriba y abajo por las causas de la ruptura, el resentimiento, la pena honda, el odio, la soledad y el miedo.
Las conversaciones con sus amigos y allegados se habían hecho monotemáticas, la ancha cama compartida un espacio inhóspito y vacio al que no podía volver, cualquier rincón de la casa, del patio, del paisaje adyacente a su casa un lazo con los tiempos cercanos y remotos repletos de la presencia de Lucia. Sonidos, olores y sabores atizaban su memoria sin consideración alguna en busca de la voz, del perfume o de los platos cocinados por Lucia. Tomas estaba rodeado, sumergido, inundado por la pena.
En una misma sesión pasaba de la rabia y el odio encarnizados a la tristeza y la compasión contaminados de esperanza. No podía entender que Lucia le hubiera abandonado y que lo hubiera hecho de la forma que lo hizo. No soportaba que le hubiera sustituido por otro que había asomado a internet en una de esas páginas de contactos repletos de “cazaincaut@s”.
Lucia le había mentido cuando la había descubierto y eso le parecía terriblemente desleal, no se merecía esto y creía que la relación vivida le permitía aventurar, en caso de ocurrir, un desenlace diferente.
Tomás se sentía herido y se había instalado en el sufrimiento.
La perdida de lo que vivimos como amor y de la persona que lo encarna siempre es dolorosa. Y el dolor, esa emoción tan consustancial con el ser humano, no conoce atajos para salir de él.
El dolor hay que dolerlo. Pero esa experiencia resulta, en ocasiones, insoportable y al igual que cuando sentimos dolor físico utilizamos de manera cada vez más rápida el analgésico aliviador que efectivamente alivia pero que también puede impedir el conocimiento de la causa que provoca el dolor, de la misma forma en el dolor emocional nos resulta dificultoso asumir que nos han dejado de querer, que ya no somos especiales e importantes para la persona querida, que somos sustituibles e innecesarios y eso suele ser inadmisible para nuestro ego robusto y programado que se apoya en el sufrimiento pretendiendo cruzar la travesía del desierto del dolor mas aliviado. Pero el sufrimiento no es buena compañía. Es una mala elaboración de dolor, es la sal que vertemos en la herida y que la impide cicatrizar pues necesitamos atender la demanda del “Yo” impregnado de orgullo, celos, apego…. Y aparecen entonces las preguntas y los pensamientos recurrentes ¿Porqué a mi?, ¿ Qué he hecho mal?. Si hubiera actuado de otra manera… pero claro cómo iba a saber yo.. Si apenas hace unas semanas todavía me dijo que me quería. ¿Cómo ha podido ser tan desagradecida?. ¿Cómo es posible que no valore lo que yo he hecho por la relación? ¡¡Qué…… (poner el insulto que mas os agrade)¡¡ ¡¡No se da cuenta del daño que le va a hacer a la niña¡¡¡
Y así, enfrascados en esa dinámica pasan las semanas y los meses entre la pena, la rabia, el odio y la esperanza del regreso, sin poder cerrar la puerta que nos ayude a reencontrarnos con la parte más saludable de cada uno de nosotros. Aceptando que en ocasiones nuestra realidad no es como nos gustaría pero es como es, y que es necesario reconocerla para poder afrontarla y cambiarla sin las mochilas tóxicas que conlleva el sufrimiento.
Después de unos meses Tomas ya siente que para caminar y crecer con su hija y que para caminar y crecer consigo mismo no es necesaria la presencia de Lucia. A veces va y viene de la pena al sufrimiento, pero éste se muestra con mucha menos virulencia y esto le permite, entre otras cosas, conectar de manera saludable con su magnífico sentido del hum