La resignación es una de las más grandes enemigas de la salud física y psicológica. No tiene nada que ver con la naturaleza humana y, en cambio, sí está íntimamente relacionada con la imposición de adaptarse, aún a lo indignante. Recuperar la capacidad de vivir la vida plenamente, es la mejor manera de prevenir la enfermedad de nuestros tiempos.
¿Y yo qué puedo hacer? Es una de las preguntas más frecuentes de una persona dispuesta a resignarse. Dice un conocido bolero: “Que voy hacer, si ya te vas, sólo tener resignación, resignación para poder vivir sin ti. Si un nuevo amor mató a mi amor, si me has dejado de querer, ¿qué puedo hacer? Sólo tener resignación”.
Este tipo de mensajes hace de la resignación una actitud casi digna de alabar, para incluir en la lista de logros en sacrificio. Pero si lo que motiva es la vida, habrá que revisar seriamente esta opción, pues está claramente demostrado que por aquí no se llega a la tranquilidad, sino más bien a una muerte en vida, progresiva y contradictoria con la naturaleza humana.
De acuerdo. Cada día las cosas se ponen más difíciles. El trabajo no abunda, las relaciones afectivas son un desastre, el dinero no llega, el ecosistema está desequilibrado. Son tantas las dificultades, que a pesar de intentarlo una vez y todas las demás, parece que la única alternativa posible es tirar la toalla y sentarse a ver cómo se va la vida sin disfrutarla.
Pero esa actitud, aunque parezca la única viable, es el primer paso para ceder a la propia destrucción. Y para hablar del tema volvemos a Wilhelm Reich quien, a base de años de investigación, demostró cómo la resignación atenta contra todo lo vivo, causando estragos no sólo en la vida social y afectiva, sino también en el cuerpo.
Como hemos comentado en otra entrada del blog (ver), Reich mostró cómo el ser humano se acoraza contra su propia naturaleza y contra la miseria social que le rodea. Explicó que este acorazamiento “es la base de la soledad, del desamparo, del insaciable deseo de autoridad, del miedo a la responsabilidad, de la angustia mística, de la miseria sexual, de la rebelión impotente así como de una resignación artificial y patológica“.
Así es como algunas personas se mantienen en un estado de resignación como muestra de la humildad (falsa humildad) que se les pide, generando la incapacidad más por miedo que por otra cosa, de hacerse responsables de sí mismas, es decir, de hacerse cargo de su placer y de su displacer. Porque la alegría de vivir no es posible sin una lucha interna para experimentar también las vivencias dolorosas. La tristeza, el duelo, la frustración, la rabia, hacen parte del juego y, como tales, tendrían que tener un lugar al nivel de la alegría y del éxito para ser expresadas con naturalidad.
Pero la resignación no solo afecta la vida social y psicológica, aunque esto ya es bastante grave, sino que es también una de las bases del desarrollo de enfermedades, desde una úlcera hasta algunos casos de cáncer, pasando por disfunciones sexuales, acidez, hemorroides, espasmos, trastornos menstruales y otros. Esto no significa que todas las enfermedades siempre tengan como base la resignación, pero sí que cuando esta va ganando terreno, suele manifestarse en el cuerpo tarde o temprano, de estas formas. Y resulta comprensible si tomamos en cuenta que la actitud resignada contrae, supone un tono bajo y una disminución de la respiración. Reich explicó cómo el mal funcionamiento biológico, de forma crónica, deteriora la respiración y la pulsación de los tejidos, impidiendo la libre circulación del fluido energético necesario para regularse. Y es aquí donde está la relación entre la enfermedad y la resignación. Dado que este blog tiene un propósito informativo más que académico, sugiero a quienes deseen profundizar en el tema acceder a la biblioteca, en la que encontrarán referencias bibliográficas, tanto de la obra de Reich como de sus continuadores.
Por último, hay que aclarar que no es lo mismo resignarse que aceptar una situación frustrante. No resignarse no significa emprender una lucha a contracorriente e irracional para conseguir todo lo que se desea. Esto también hace parte de la responsabilidad de la que hablábamos antes. Se puede recibir voluntaria y activamente una experiencia, y esto es muy diferente a conformarse o someterse. La aceptación está relacionada con una liberación, la resignación es la trampa en la que se atrapa la incapacidad de luchar. Y aquí las cosas cambian, tanto, que las consecuencias son diametralmente opuestas. La resignación es más amiga de la culpa y de la culpabilización, de la queja permanente por lo que los demás hicieron o dejaron de hacer para estar pasándolo tan mal. La aceptación es la capacidad de asumir la realidad, sea cual sea, manteniendo la integridad y las ganas de continuar viviendo.
La lucha racional, la manifestación de la indignación frente a la injusticia y la búsqueda de vías saludables de expresión de la rabia y de la frustración, son maneras de proteger el sistema social, psíquico y biológico, para la recuperación del bienestar y de la salud que naturalmente nos pertenece.