Martes, 16 de diciembre de 2014
Rupturas de pareja-Procesos separación
- Barcelona, (España)
Psicología
Psicología
A veces las personas contamos a los demás experiencias agradables de bienestar, alegría, amor… y otras veces experiencias relativamente desagradables de cólera, confusión o pena, entre otras. Sea cual sea la experiencia emocional que una persona descubra, tod@s estaremos de acuerdo en que su experiencia debe ser respetada.
Si bien, advierte el psicólogo John Stevens que hay maneras en que la experiencia de una persona puede no ser respetada, aunque nuestra intención sea precisamente la contraria. Por ejemplo cuando juzgamos, aconsejamos, señalamos deberes y obligaciones para sacar a la persona de su estado, o cuando explicamos e interpretamos lo que nos cuentan.
Dice Stevens que en estos casos no estamos respetando su experiencia emocional porque no estamos facilitando a la otra persona aceptar plenamente su vivencia, asimilarla en la experiencia total de su vida y desarrollarse como un ser humano más completo e integrado.
Muchas veces más es menos. Y ayudamos mejor si en lugar de tirar de la persona, la acompañamos, le ofrecemos nuestra presencia, la escuchamos, empatizamos con su dificultad y mostramos confianza en sus posibilidades y su fuerza. De otra manera, aunque resulte paradójico, corremos el riesgo de confirmarle, sin quererlo, que es débil.
Ésta muchas veces es la posición del terapeuta, quien debe decidir qué tipo de terapeuta quiere ser: aquel que ofrece una receta a su paciente, decidiendo por él y erigiendose como experto salvador, o aquel que ve a su paciente como alguien capaz de pensar y salvarse a sí mismo, de decidir y de construir su propia receta.
De este modo, el terapeuta no se sitúa como experto, sino como espejo y reflejo de los miedos, conflictos, decisiones y potencialidades de la persona que acude a consultar. De este modo el proceso de terapia no es sólo una relación de ayuda, sino también un proceso de autoconocimiento, empoderamiento y crecimiento personal.
Si bien, advierte el psicólogo John Stevens que hay maneras en que la experiencia de una persona puede no ser respetada, aunque nuestra intención sea precisamente la contraria. Por ejemplo cuando juzgamos, aconsejamos, señalamos deberes y obligaciones para sacar a la persona de su estado, o cuando explicamos e interpretamos lo que nos cuentan.
Dice Stevens que en estos casos no estamos respetando su experiencia emocional porque no estamos facilitando a la otra persona aceptar plenamente su vivencia, asimilarla en la experiencia total de su vida y desarrollarse como un ser humano más completo e integrado.
Muchas veces más es menos. Y ayudamos mejor si en lugar de tirar de la persona, la acompañamos, le ofrecemos nuestra presencia, la escuchamos, empatizamos con su dificultad y mostramos confianza en sus posibilidades y su fuerza. De otra manera, aunque resulte paradójico, corremos el riesgo de confirmarle, sin quererlo, que es débil.
Ésta muchas veces es la posición del terapeuta, quien debe decidir qué tipo de terapeuta quiere ser: aquel que ofrece una receta a su paciente, decidiendo por él y erigiendose como experto salvador, o aquel que ve a su paciente como alguien capaz de pensar y salvarse a sí mismo, de decidir y de construir su propia receta.
De este modo, el terapeuta no se sitúa como experto, sino como espejo y reflejo de los miedos, conflictos, decisiones y potencialidades de la persona que acude a consultar. De este modo el proceso de terapia no es sólo una relación de ayuda, sino también un proceso de autoconocimiento, empoderamiento y crecimiento personal.