Psicología
Triste, inexplicable experiencia la de decir adiós a un ser querido, al hijo, al padre, al amigo o al amante que nos acompañó durante un tiempo que parecía ser eterno. Triste, desconcertante experiencia la de perder a alguien y no poder, siquiera, decirle adiós.
Sucede cuando se experimenta una pérdida incierta, inconcreta, difuminada en la posibilidad de que sea sólo un sueño del que se espera despertar cuanto antes. Es la llamada pérdida ambigua, que se siente cuando no existe una constatación, un certificado de defunción, un cuerpo que enterrar.
La pérdida ambigua contiene una gran variedad de significados en sus diferentes niveles. Puede deberse a la desaparición de una persona por secuestro, por guerra o por cualquier otra situación de violencia, así como por tragedias naturales. O puede ser también porque esa persona querida, por quien se experimenta un duelo, permanece con vida pero ha sufrido cambios debido a enfermedades como el Alzheimer, un trastorno mental crónico o un traumatismo cerebral.
Pero la pérdida ambigua no sólo se produce por situaciones extremas, sino también por circunstancias desconcertantes en la vida cotidiana. Es el caso de la ausencia psicológica de quien está, pero no está. La soledad que se experimenta cuando la persona con quien se convive trabaja en exceso, o cuando los hijos se marchan para iniciar su vida adulta, o cuando los padres se divorcian y no consiguen proporcionar a los hijos la constancia de su presencia, son ejemplos de pérdidas ambiguas. Y se vive también cuando, debido a la migración, se congelan las relaciones dificultando la superación de la pérdida de quienes no se vuelven a ver, anclando la emoción en la melancolía y en la nostalgia.
En mayor o en menor medida, estas experiencias tienen algo en común: el estrés por la ambigüedad de la pérdida, que no se puede comprobar de manera objetiva. Para amortiguar las sensaciones dolorosas, se recurre con frecuencia a la fantasía, anticipando la pérdida, o recreando lo que no está, intentando poner zancadillas a la realidad, apostando por la puerta entreabierta que deja la incerteza.
Es un tipo de pérdida muy frecuente, más de lo que se piensa. Pero es tan inquietante que poco caso se le hace e, incluso en ocasiones, se opta por obviarla completamente. Cuando se intenta afrontar, también puede suceder que sean los otros quienes no la validen al no tener una existencia objetiva, y se ignoren los síntomas o se diagnostiquen equivocadamente. De cualquier manera, la incertidumbre de la pérdida ambigua es algo agotador emocional y físicamente.
Se sufre depresión, ansiedad, parálisis psicológica, sueños angustiosos, enfermedades psicosomáticas. Los síntomas son similares a los del estrés postraumático. La diferencia está en que en la pérdida ambigua el trauma, es decir, la ambigüedad, se alarga indefinidamente, alternando entre la esperanza y la desesperación. Del otro lado se espera que la/el doliente se recupere renunciando a los lazos con la persona perdida y rehaciendo su vida, ojalá en el menor tiempo posible. Con esta urgencia, difícilmente se puede comprender que algunas personas reaccionen de forma diferente, permaneciendo más interesadas en la posibilidad de recuperar lo perdido.
Es el caso del ausente que está siempre presente, o al revés. Y así la vida se convierte en un constante esperar a que la rueda gire y a que llegue por fin el momento ansiado, el despertar de la pesadilla, sin ningún referente que obligue a pisar la tierra y, al fin, poder llorar por la certeza de la pérdida.
Pero no todo es fantasía, por supuesto. En la pérdida ambigua abundan las emociones contradictorias. Se teme y a la vez se desea el final. Se siente rabia y a la vez culpa, amor, miedo. Hay un momento en que no se pueden tomar decisiones, ni actuar, ni liberarse, y esto es comprensible porque la ambivalencia cumple su función y es la de preservar, al menos temporalmente, la ilusión. Porque, hasta que no se demuestre lo contrario, no se ha perdido nada y así se permanece en un constante quedarse e irse, esperar y desistir, odiar y amar.
Sin embargo, el mayor logro no consiste en una definición contundente, sino en aprender a vivir con la ambigüedad. Esa es, tal vez, la sorpresa más inesperada para quien elabora una pérdida en estas circunstancias. Que después de luchar contra la corriente, de dar tumbos alrededor de sí mismo/a durante tanto tiempo, la ambivalencia y la negación se debilitan dando paso a la aceptación de la incertidumbre.
Vivir con la incertidumbre… algo que se consigue después de mucho resistirse, para pasar a cuestionar la propia necesidad de control, la compulsión por la búsqueda de la solución perfecta, la obsesión por la lógica. Se empieza a definir de otra manera la relación con la persona perdida y con el mundo en general, porque uno se da cuenta de que la vida no siempre es racional ni justa y ese es, precisamente, el motivo por el que el duelo se vive frecuentemente en soledad. Porque la pérdida ambigua desenmascara la fantasía colectiva del causa-efecto, que tanta tranquilidad aporta cuando el punto de apoyo depende de las certezas.
La Psicoterapia en la Pérdida Ambigua:
El término “Pérdida Ambigua” ha sido acertadamente acuñado por la terapeuta familiar Pauline Boss, en quien, además de mi experiencia personal y profesional, me baso para escribir esta entrada.
Aunque los sentimientos de confusión son normales en la pérdida ambigua, una inadecuada resolución puede traer problemas. Por esto, es importante recuperar todas las funciones necesarias para afrontar la situación. El trabajo de duelo es inmenso en algunos de estos casos, ya que supone entender la pérdida, hacerle frente y seguir adelante sin la ayuda de la constatación.
La confusión y el desconcierto permanente pueden tener efectos devastadores y, por esto, resulta peligroso anclarse en el limbo de la ambivalencia sin una elaboración consciente. Reconocer los sentimientos conflictivos es una buena vía para empezar a comprenderlos. Vivir este duro proceso en compañía, con la ayuda psicoterapéutica, suaviza el camino hacia la resolución, que consiste en la capacidad de cambiar lo que se puede y de aceptar lo que no es posible.
La Psicoterapia Corporal permite, además, liberar la energía necesaria para afrontar la pérdida, previniendo el anquilosamiento de las emociones y, con ello, evitando complicaciones en este particular trabajo de duelo.
La pérdida ambigua es una experiencia intensa que, con la paradoja que la caracteriza, nos coloca en el infierno de la ambivalencia mientras conseguimos aceptar la incertidumbre como parte de la vida.