Lunes, 01 de time.september de 2014
gvelasquezd
Psicología
Psicología
Los seres humanos somos preparados y condicionados para vivir la vida en compañía de otros. Interactuamos en la sociedad en un mundo de relaciones compartiendo con familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, de estudio o grupos de intereses comunes. No obstante, a pesar de la gran variedad de alternativas que nos brinda este mundo social de relaciones en el que vivimos, es muy frecuente encontrar a personas que se sienten aislados con un sentimiento de vacío que va acompañado de una profunda tristeza por no sentirse amadas o necesitadas por alguien.
Ese sentimiento no es otro que La Soledad, una experiencia indeseada similar a la depresión y la ansiedad, donde la persona se percibe sola, bien porque su círculo de relaciones sociales es escaso o porque vive una relación insatisfactoria o demasiado superficial. Tal sentimiento de soledad siempre va a depender de la manera como se percibe la persona ante su entorno social.
Puede sentirse después de una pérdida familiar, como por ejemplo el fallecimiento de la pareja, un divorcio, o la separación de los hijos una vez que éstos emprenden su vida independiente.
Puede sentirla a pesar de estar acompañada por ejemplo de su pareja o familiares cercanos pero percibir emocionalmente que tal relación no es lo suficientemente armoniosa y en consecuencia no sentir satisfacción y seguridad.
Puede también suponer la no pertenencia a un grupo donde compartir intereses y preocupaciones, típico sentir por ejemplo de la persona que queda sin empleo porque es retirado o le llegó el momento de la jubilación.
En cualquiera de los casos nos vemos perdidos y sin referencias en las que podemos apoyarnos para afrontar la vida.
ESTAR SOLO Vs. SENTIRSE SOLO
Cuando hablamos de la soledad es importante reiterar que es una combinación de un estado real y la percepción que la persona tiene sobre el mismo. De aquí la necesidad de precisar que el sólo hecho que una persona por ejemplo viva sola, o pueda por distintas razones o voluntariamente tener períodos de aislamiento, no significa que se sienta sola, y por lo tanto no estar ante la desagradable sensación de soledad.
El estar solo bien puede ser por ejemplo una decisión provocada para encontrarse consigo mismo, para meditar o para “descontaminarse” antes de tomar una decisión importante. Situaciones éstas donde el estar solo puede ser muy útil y necesario y lejos de perturbar sirven de alivio e incluso disfrute para la persona.
Por otro lado, el sentirse sólo va acompañado de una situación que lleva a pensar a la persona de manera consciente la necesidad de que algo le falta, que su mundo de compañía y relaciones es pobre y no quiere estar en ese estado. No es su deseo esa situación pero considera que las circunstancias la han llevado allí y siente dolor y tristeza, sin ver salidas hacia el bienestar.
EL MIEDO A LA SOLEDAD Y LA DEPENDENCIA AFECTIVA
La soledad está catalogada para muchos estudiosos de la psicología como el miedo más grande que puede sentir el ser humano, algunos, como afirma Jorge Bucay, se atreven a asegurar que el miedo a la muerte no es más que el miedo a no saber si existe algo más allá de la muerte y si nos tocará experimentar esa etapa completamente solos.
Muchas veces, dado el gran temor a encontrarnos solos suele conducir a las personas a establecer relaciones que lejos de procurar un bienestar se traducen en verdaderas agonías de vida, porque de nada vale estar acompañados y seguir sintiendo la soledad, o peor aún, vivir sufriendo con la negación de la soledad porque existe un vínculo con alguien aunque sea de una manera tormentosa.
En estos casos se da lugar a la dependencia afectiva, donde la persona se aferra a una relación sólo por una necesidad de tener una compañía, aunque eso signifique aceptar condiciones como maltratos verbales o físicos, infidelidades u otros abusos que empobrecen la propia esencia del ser que los tolera, pagando un precio muy alto por estar acompañada. En consecuencia la falsa creencia de que así se evita la soledad no es más que una ilusión ya que no sólo no se cubren tales expectativas, sino que van deteriorando cada vez más su calidad de vida-
EL SENTIDO DE PERTENENCIA
Como seres sociales que somos hemos de sentir que pertenecemos y somos aceptados por algún grupo. Desde chicos compartimos y nos sentimos parte de grupos de amigos o compañeros de estudio y son muchas las oportunidades que vamos transitando hasta llegar a adultos, así somos parte de grupos sociales de distintas categorías, con los que nos sentimos identificados porque compartimos intereses comunes, como por ejemplo amigos de farra, grupos deportivos, religiosos, técnicos, etc.
Sin embargo, sin importar la edad que se tiene, a muchos les cuesta demasiado entrar a grupo alguno, bien porque aprendieron a vivir aislados, o por razones como baja autoestima y poca aceptación de si mismos que los lleva siempre a vivir una sensación de rechazo, por lo que optan por encerrarse en sí mismos y evitar el contacto por temor a la desilusión. Esta exclusión social puede ser una de las experiencias más duras a las que se puede enfrentar una persona. El no sentirse aceptado se traduce en una gran dificultad para establecer relaciones y por ende la conduce a un autoaislamiento que suele ser solo paliado por los familiares más cercanos, sin que ello le evite la terrible sensación de soledad.
ALGUNOS RECURSOS
Encerrarnos o paralizarnos con el miedo no va a evitar el sufrimiento de sentirnos solos, ni mucho menos el quedarnos en el juego de ser víctima del destino. Es necesario asumir responsablemente que hay que tomar acciones y asumir riesgos.
Es necesario entender que la soledad puede sentirse porque circunstancialmente han ocurrido situaciones que la han provocado, como por ejemplo una pérdida importante, en cuyo caso podemos elegir quedarnos en el lamento o elaborar nuestro duelo y seguir adelante. O también puede relacionarse con cierta incapacidad de las personas para manifestar asertivamente sus sentimientos y opiniones, siendo entonces preciso trabajar la incapacidad para desarrollar las habilidades necesarias.
En todo caso vale la pena detenerse y reflexionar algunos aspectos:
- Identificar qué tipo de soledad es la que estamos sufriendo y a qué circunstancias se debe.
- Aprender a actuar a pesar del miedo
- Tomar la iniciativa para conseguir nuevas relaciones
- Precisar qué personas nos interesan y elaborar una estrategia para contactar con ellas.
- Entender que no hay nada que perder y mucho que ganar. Si me para el miedo al rechazo no tendré nuevas amistades o amores. De manera que el “riesgo” sería encontrar esa amistad o ese amor
- Atrevernos a incursionar en nuevas actividades que den pie al conocimiento de gente nueva y a una sensación de pertenencia a algo también nuevo
- Repasar nuestras creencias limitadoras como pueden ser “ya yo estoy viejo para eso”, “es que no hay hombres suficientes”, “¿qué voy a aprender a estas alturas?”
Siempre habrá gente queriendo conocer otra gente. Siempre habrá también grupos abiertos a recibir nuevos participantes y siempre habrá quien pueda brindar la ayuda necesaria a los que la necesiten.
No es válido conformarse con el dicho “mejor solo que mal acompañado”. Siempre será mejor ESTAR Y SENTIRSE BIEN ACOMPAÑADO, y eso siempre será posible…
Gerardo J. Velásquez D.
Psicólogo
gvelasquezd@gmail.com
Ese sentimiento no es otro que La Soledad, una experiencia indeseada similar a la depresión y la ansiedad, donde la persona se percibe sola, bien porque su círculo de relaciones sociales es escaso o porque vive una relación insatisfactoria o demasiado superficial. Tal sentimiento de soledad siempre va a depender de la manera como se percibe la persona ante su entorno social.
Puede sentirse después de una pérdida familiar, como por ejemplo el fallecimiento de la pareja, un divorcio, o la separación de los hijos una vez que éstos emprenden su vida independiente.
Puede sentirla a pesar de estar acompañada por ejemplo de su pareja o familiares cercanos pero percibir emocionalmente que tal relación no es lo suficientemente armoniosa y en consecuencia no sentir satisfacción y seguridad.
Puede también suponer la no pertenencia a un grupo donde compartir intereses y preocupaciones, típico sentir por ejemplo de la persona que queda sin empleo porque es retirado o le llegó el momento de la jubilación.
En cualquiera de los casos nos vemos perdidos y sin referencias en las que podemos apoyarnos para afrontar la vida.
ESTAR SOLO Vs. SENTIRSE SOLO
Cuando hablamos de la soledad es importante reiterar que es una combinación de un estado real y la percepción que la persona tiene sobre el mismo. De aquí la necesidad de precisar que el sólo hecho que una persona por ejemplo viva sola, o pueda por distintas razones o voluntariamente tener períodos de aislamiento, no significa que se sienta sola, y por lo tanto no estar ante la desagradable sensación de soledad.
El estar solo bien puede ser por ejemplo una decisión provocada para encontrarse consigo mismo, para meditar o para “descontaminarse” antes de tomar una decisión importante. Situaciones éstas donde el estar solo puede ser muy útil y necesario y lejos de perturbar sirven de alivio e incluso disfrute para la persona.
Por otro lado, el sentirse sólo va acompañado de una situación que lleva a pensar a la persona de manera consciente la necesidad de que algo le falta, que su mundo de compañía y relaciones es pobre y no quiere estar en ese estado. No es su deseo esa situación pero considera que las circunstancias la han llevado allí y siente dolor y tristeza, sin ver salidas hacia el bienestar.
EL MIEDO A LA SOLEDAD Y LA DEPENDENCIA AFECTIVA
La soledad está catalogada para muchos estudiosos de la psicología como el miedo más grande que puede sentir el ser humano, algunos, como afirma Jorge Bucay, se atreven a asegurar que el miedo a la muerte no es más que el miedo a no saber si existe algo más allá de la muerte y si nos tocará experimentar esa etapa completamente solos.
Muchas veces, dado el gran temor a encontrarnos solos suele conducir a las personas a establecer relaciones que lejos de procurar un bienestar se traducen en verdaderas agonías de vida, porque de nada vale estar acompañados y seguir sintiendo la soledad, o peor aún, vivir sufriendo con la negación de la soledad porque existe un vínculo con alguien aunque sea de una manera tormentosa.
En estos casos se da lugar a la dependencia afectiva, donde la persona se aferra a una relación sólo por una necesidad de tener una compañía, aunque eso signifique aceptar condiciones como maltratos verbales o físicos, infidelidades u otros abusos que empobrecen la propia esencia del ser que los tolera, pagando un precio muy alto por estar acompañada. En consecuencia la falsa creencia de que así se evita la soledad no es más que una ilusión ya que no sólo no se cubren tales expectativas, sino que van deteriorando cada vez más su calidad de vida-
EL SENTIDO DE PERTENENCIA
Como seres sociales que somos hemos de sentir que pertenecemos y somos aceptados por algún grupo. Desde chicos compartimos y nos sentimos parte de grupos de amigos o compañeros de estudio y son muchas las oportunidades que vamos transitando hasta llegar a adultos, así somos parte de grupos sociales de distintas categorías, con los que nos sentimos identificados porque compartimos intereses comunes, como por ejemplo amigos de farra, grupos deportivos, religiosos, técnicos, etc.
Sin embargo, sin importar la edad que se tiene, a muchos les cuesta demasiado entrar a grupo alguno, bien porque aprendieron a vivir aislados, o por razones como baja autoestima y poca aceptación de si mismos que los lleva siempre a vivir una sensación de rechazo, por lo que optan por encerrarse en sí mismos y evitar el contacto por temor a la desilusión. Esta exclusión social puede ser una de las experiencias más duras a las que se puede enfrentar una persona. El no sentirse aceptado se traduce en una gran dificultad para establecer relaciones y por ende la conduce a un autoaislamiento que suele ser solo paliado por los familiares más cercanos, sin que ello le evite la terrible sensación de soledad.
ALGUNOS RECURSOS
Encerrarnos o paralizarnos con el miedo no va a evitar el sufrimiento de sentirnos solos, ni mucho menos el quedarnos en el juego de ser víctima del destino. Es necesario asumir responsablemente que hay que tomar acciones y asumir riesgos.
Es necesario entender que la soledad puede sentirse porque circunstancialmente han ocurrido situaciones que la han provocado, como por ejemplo una pérdida importante, en cuyo caso podemos elegir quedarnos en el lamento o elaborar nuestro duelo y seguir adelante. O también puede relacionarse con cierta incapacidad de las personas para manifestar asertivamente sus sentimientos y opiniones, siendo entonces preciso trabajar la incapacidad para desarrollar las habilidades necesarias.
En todo caso vale la pena detenerse y reflexionar algunos aspectos:
- Identificar qué tipo de soledad es la que estamos sufriendo y a qué circunstancias se debe.
- Aprender a actuar a pesar del miedo
- Tomar la iniciativa para conseguir nuevas relaciones
- Precisar qué personas nos interesan y elaborar una estrategia para contactar con ellas.
- Entender que no hay nada que perder y mucho que ganar. Si me para el miedo al rechazo no tendré nuevas amistades o amores. De manera que el “riesgo” sería encontrar esa amistad o ese amor
- Atrevernos a incursionar en nuevas actividades que den pie al conocimiento de gente nueva y a una sensación de pertenencia a algo también nuevo
- Repasar nuestras creencias limitadoras como pueden ser “ya yo estoy viejo para eso”, “es que no hay hombres suficientes”, “¿qué voy a aprender a estas alturas?”
Siempre habrá gente queriendo conocer otra gente. Siempre habrá también grupos abiertos a recibir nuevos participantes y siempre habrá quien pueda brindar la ayuda necesaria a los que la necesiten.
No es válido conformarse con el dicho “mejor solo que mal acompañado”. Siempre será mejor ESTAR Y SENTIRSE BIEN ACOMPAÑADO, y eso siempre será posible…
Gerardo J. Velásquez D.
Psicólogo
gvelasquezd@gmail.com