Psicología
“Todo esto debe entenderse no en el sentido de que las vivencias infantiles son la causa de las vivencias emocionales adultas, sino en el sentido de que las vivencias infantiles constituyen el modo con el que ya de adultos vivimos las experiencias de nuestra vida emocional” (U. Galimberti)
¿Realmente es importante trasladarse en el tiempo para recordar los eventos de la niñez? ¿Acaso no es cierto que la vida son dos días y hay que aprovecharla al máximo dejando atrás lo que ya no está? ¿No es el “aquí y ahora” el momento más adecuado para vivir?
Alguna vez alguien me dijo que deseaba tener una goma de borrar, de esas que se usan en el colegio, pero no para borrar los deberes mal hechos sino para hacer desaparecer las penas del corazón. La imagen siempre me ha parecido preciosa, especialmente por la cara triste e inocente de su joven creadora.
Pero hasta el momento el borrador mágico brilla por su ausencia. Y en cambio sí abundan las caras tristes –inocentes o no– de quienes ignoran por qué la vida les ha traído tantos sinsabores. “Mala suerte”, dicen algunos. “La culpa es de los ricos”, dicen los otros. Y cuando las relaciones afectivas fallan sistemáticamente o cuando los proyectos suelen acabar en el cubo de la basura, los lamentos y las culpas bailan burlonamente alrededor, oprimiendo con su soga las últimas fuerzas hasta casi ahogar a su pobre víctima.
Y después de la culpa viene más culpa, por ser incapaz de desatar la soga. Por desconocer los pasos para lograr lo que se quiere en la vida, cuando se supone que uno lo tiene todo. Por ignorar “la respuesta” a pesar de los intentos de la mente para encontrarla. En el lado opuesto, están quienes entran en una espiral de recuerdos que ya no se sabe si son reales o imaginarios, pretendiendo, otra vez, forzar la mente para comprender qué pasó y por qué.
¡Cómo nos gustan los extremos! ¡Y cómo malinterpretamos tantas veces el legado de los maestros! Fue Sigmund Freud quien estructuró en los tratamientos psicológicos la importancia de la historia infantil y sus implicaciones conscientes e inconscientes en la vida adulta. A partir de su teoría psicoanalítica han surgido algunas otras posturas, incluido el paradigma reichiano.
En resumen, se podría decir que la historia infantil afecta la vida emocional adulta, ya que es la base sobre la que se asientan las experiencias actuales. Pero esta frase corta y desmesuradamente incompleta está muy lejos de reflejar una verdad absoluta e inamovible. Si fuera así, hace mucho tiempo alguien habría inventado una calculadora de causas-efectos, o una app para autoanalizarse (aunque no faltará quien se lo plantee).
La cosa es algo más compleja. El desarrollo infantil tiene connotaciones biológicas, psicológicas y sociales, implicando un entramado tan particular que nos permite encontrar tanta variedad como seres humanos en el mundo.
Para entenderlo mejor, imaginemos la situación de un niño abandonado por sus padres. Abandonado puede significar literalmente dejado de lado, como también inmerso en una constante ausencia mezclada con una falsa presencia, lo cual no es difícil de encontrar en los tiempos actuales. Es absurdo asegurar que, de adulto, ese niño va a ser un delincuente o un psicópata. Tal vez sí, tal vez no. Puede haber tenido la suerte de ser acogido por una madre sustituta adecuada y/o por una figura masculina con suficiente capacidad de contacto estructurante, siendo estos últimos los modelos que llevará consigo durante su vida.
Se suele crear preocupación cuando hablamos de delincuentes y de psicópatas. Si uno no lo es, entonces parece que no hay problema. Pero ¿qué pasa con tanto fracaso afectivo? ¿Y con la infelicidad laboral? ¿Y qué sucede con la apatía, el desasosiego y la desmotivación que están a la orden del día?
Sea como haya sido la historia, también vale la pena recordar la inmensa capacidad de resiliencia que nuestra naturaleza nos ha otorgado, es decir la posibilidad de curar, de restañar heridas a la hora de sobreponernos a situaciones emocionales adversas. Pero para eso es necesario estar presentes en la propia vida, para poder ver las oportunidades de cambio que se presentan cada día.
De todas formas, llevar la biografía con uno, no encima de los hombros aplastando el presente sino en el sitio que le corresponde, es un antídoto contra la conocida tendencia a repetir precisamente lo que más nos gustaría erradicar.
Tomar en cuenta las experiencias infantiles tampoco quiere decir acordarse milimétricamente de lo que pasó, cómo y cuándo exactamente. Recordemos que en la vida intrauterina o a la edad de dos meses o de dos años, es imposible que el cerebro funcione como a los veinte o a los treinta. Está fuera de toda lógica pedir a nuestras funciones cerebrales que traigan a la memoria recuerdos de los primeros tiempos, como si se tratara de recordar una película. Pero sí podemos encontrarnos con las sensaciones guardadas en el cuerpo, a veces bien escondidas detrás de una rígida coraza, que nos darán claves valiosísimas y certeras sobre la historia infantil. La película se puede inventar, pero como diría Alice Miller, el cuerpo nunca miente.
“Antes simplemente estaba, ahora soy” es, en resumen, la frase de quienes han pasado por la experiencia de conocerse, cortando nudos que bloquean, trayendo a la consciencia sus momentos amargos y recuperando sus experiencias placenteras. Son ellos y ellas quienes, en el presente, pueden disfrutar del “aquí y ahora” tan anhelado y tan merecido.