Psicología
Hoy en día prolifera la información y sus distintas fuentes - fidedignas, serias y responsables, improvisadas, ocultas- en las redes sociales. Vemos en los muros y tweets hermosas frases que olvidamos en un segundo al pasar a la siguiente imagen.
Entiendo que con cada click que elegimos dar a un ME GUSTA a una frase inspiradora, un contenido valioso o un acto que nos recuerda la esencia preciosa del ser humano, deseamos de corazón cambiar algo en nosotros para mejorar y crecer como personas. Evolucionar, trascender, avanzar hacia algo más que no sea solo este plano material. Un territorio espiritual, sin religión, de auténtica fe en nosotros mismos, confiando en el potencial para seguir desarrollándonos y crecer al irnos descubriendo en cada faceta de nuestra vida.
Y sucede que si uno mira detenidamente todo el panorama, toma distancia con él y observa desde donde se comunica esa información, a veces puede encontrarse que parte desde un Ego. No desde la esencia de quien lo pensó, reflexionó y quiso compartir su conocimiento. Si no desde ese lugar de autoridad que a veces uno mismo se otorga e imparte verdades como si fuesen absolutas.
¿Existen las verdades absolutas? ¿Cuáles son? Yo me lo pregunto porque cada día estoy más relativista. No sé a qué corriente psicológica pertenece ser así… quizá sea más próximo a una línea filosófica.
Cada quien pondera su verdad como la cierta y buena para todos. Efectiva y sin posibilidad de errores. Determinada técnica o teoría es la indicada para determinado síntoma. O determinado cuerpo teórico y estrategia de intervención es aplicable a determinados cuadros.
¿Y la persona? ¿Y la individualidad? ¿Y la subjetividad? ¿Qué pasa con aquello de la realidad psíquica de cada uno que cada día compruebo más?
¿Acaso no quedamos perdidos en una marea de demagogia, y demagogos, dependientes y necesitados de otro que nos venga a vender su verdad?
El filósofo y ensayista Ortega y Gasset sostenía que “Yo soy yo y mis circunstancias”.
No puedo olvidar esa frase y siempre esta presente como un texto subliminal en todo lo que hago. En el trabajo con pacientes, en mi intercambio con mi hija y mi pareja, en los vínculos con compañeros y familia. Es una frase tan corta y tan vasta.
¿Existen esas circunstancias sin que esté yo presente? ¿O su realidad viene dada porque las estoy vivenciando? ¿Y como puedo tenerme en cuenta solo a mi, o al otro, sin esas ineludibles circunstancias?
No creo que hayan verdades únicas porque cada uno siente, piensa y vive lo que le sucede según su particular forma de ser en el mundo, con su bagage de experiencias, sus expectativas, sus deseos, sus necesidades, su sombra, su inconsciente… en fin… que somos un complejo entramado con disímiles necesidades por lo que ante un mismo síntoma requeriremos una terapia diferente.
Unido a esto, ¿es más importante la teoría, la técnica que un profesional desarrolla, o el encuentro humano entre dos seres que se verán mutuamente transformados por ese momento?
Sergio Sinay, periodista, escritor y logoterapeuta argentino, explica en su libro “Vivir de a dos”, que “construir una relación entre dos es, entonces, tender un puente de amor entre las diferencias. Cuando lo que más me gusta de la otra persona es algo que no tengo y que a ella también le gusta de sí y cuando lo que más le gusta de mí es algo que no tiene y que a mí me gusta también, las diferencias empiezan a unirnos. Sí, en cambio, envidio en ella algo que no tengo o ella envidia en mí algo que no tiene, las diferencias empiezan a alejarnos y acaso acaben por enfrentarnos. La envidia, la no aceptación de eso que ella tiene y yo no, o viceversa, está ahí para recordarme que hay en el otro algo que a mí me falta y que percibo no como diferencia, sino como discapacidad o carencia. La envidia es, en verdad, la dolorosa imposibilidad de aceptar la diferencia. No es ni mala ni buena, resulta disfuncional para un vínculo”.
Todos somos diferentes y en nuestras formas de entender el mundo nunca vamos a existir dos iguales. Podemos tener acuerdos, similitudes, coincidencias e identificaciones, pero en nuestro interior, en la subjetividad percibimos y entendemos cada similitud de una manera única y especial. El significado último es diferente.
Entiendo, y me gusta creer, que esto nos enriquece y si nos integramos con estas diferencias nos haremos mejores personas porque incorporaremos algo de lo nuevo que el otro trae. Si todo es como yo digo y pienso estoy ante una conducta de autoritarismo absoluto. Soy un pequeño dictador. O enorme, vaya uno a tener la vara con la cual medir esto en exactitud.
Esta reflexión es válida para cualquier ámbito de nuestra vida: con hermanos, hijos, pareja, familia, vínculos labores entre compañeros o con jefes, entre colegas, entre los que recibimos en los intercambios diarios con otros, ya sean reales o virtuales.
No deberíamos perder la capacidad crítica para preguntarnos sobre lo que recibimos como una verdad absoluta.
El camino de la verdad es un proceso, un recorrido: se descubre, como premio, al final del camino andado.
Lic. Ana Claudia Martínez