Miércoles, 27 de abril de 2016
Tortajada
Psicología
Psicología
Como otros tantos términos psicológicos, cualquier persona tiene su propia idea de lo que significa “autoestima”. Es notable el uso y abuso del concepto en las redes sociales y anuncios de terapias de diversa índole, prometiendo, como norma general, aumentarla o bien restituirla. Pero, a fin de cuentas, ¿qué es?¿cómo se forma?¿cómo se aborda?¿con qué objetivo? Son algunas de las preguntas a las que trataré de dar respuesta desde una postura totalmente subjetiva.
Cuando uno escucha la palabra “autoestima” automáticamente debería remitirle a la idea de comparación. En toda comparación se han de tener en cuenta, al menos, dos factores: qué elementos se están comparando y qué criterio se sigue para ello.
La autoestima implica la comparación de la propia persona con un “yo ideal”. Es decir, con la figura que una persona cree que debería ser o parecerse. Esta figura del “yo ideal” se forma durante la infancia de una forma no poco compleja. Esta figura ideal representa la suma de los ideales de los padres, hermanos, amigos, personas sociales,… y la interpretación (en parte inconsciente) que la persona hace de ellos. No hace falta decir que esta figura ideal siempre excede a los anhelos de la persona real.
El segundo factor implicado en la autoestima es el resultado de la comparación con el “yo ideal”. Es como si dijéramos: “voy a compararme, a ver cuál es el resultado”. Como se ha visto antes, el resultado es que “perdemos” por lo que en el aspecto que hay que fijarse es en cómo nos lo tomamos. El “cómo nos lo tomamos” se puede considerar como la parte moral y evaluativa de nuestra mente, también heredada de nuestra educación, principalmente de la familia y la sociedad. Pueden ocurrir tres cosas, en función de la exigencia de esta instancia moral/evaluativa:
Siempre hay que tener en cuenta que la autoestima se construye y reconstruye en el tiempo desde que uno nace. No es algo que podamos modificar a voluntad dado que muchos de los procesos implicados en la autoestima son inconscientes, y como tales, requieren ser trabajados y elaborados. En la gran mayoría de las veces, la persona que acude a consulta siente un dolor psíquico difuso más o menos importante, sintiéndose “poca cosa” o “inútil”, ¡pero sin ser consciente de qué es lo que está pasando!
Llegados a este punto, ¿qué hacer? El objetivo es doble: por una parte, que la persona descubra qué constituye su figura ideal a fin de estar advertido de ella o poder construir una alternativa más asequible; y por otra parte debilitar (o aumentar) la exigencia de la comparación, también descubriendo cómo se ha llegado ha constituir de una forma tan nociva. Todo el proceso se podría resumir en un “conocerse a si mismo”, lo que pasa por el uso de la palabra y por la ayuda un psicólogo que sepa escuchar, preguntar y actuar en consecuencia.
Cuando uno escucha la palabra “autoestima” automáticamente debería remitirle a la idea de comparación. En toda comparación se han de tener en cuenta, al menos, dos factores: qué elementos se están comparando y qué criterio se sigue para ello.
La autoestima implica la comparación de la propia persona con un “yo ideal”. Es decir, con la figura que una persona cree que debería ser o parecerse. Esta figura del “yo ideal” se forma durante la infancia de una forma no poco compleja. Esta figura ideal representa la suma de los ideales de los padres, hermanos, amigos, personas sociales,… y la interpretación (en parte inconsciente) que la persona hace de ellos. No hace falta decir que esta figura ideal siempre excede a los anhelos de la persona real.
El segundo factor implicado en la autoestima es el resultado de la comparación con el “yo ideal”. Es como si dijéramos: “voy a compararme, a ver cuál es el resultado”. Como se ha visto antes, el resultado es que “perdemos” por lo que en el aspecto que hay que fijarse es en cómo nos lo tomamos. El “cómo nos lo tomamos” se puede considerar como la parte moral y evaluativa de nuestra mente, también heredada de nuestra educación, principalmente de la familia y la sociedad. Pueden ocurrir tres cosas, en función de la exigencia de esta instancia moral/evaluativa:
- Autoevaluación exigente: la persona pierde “por mucho”, además percibe que nada de lo que haga servirá para alcanzar el “yo ideal”. Es lo que se conoce como baja autoestima.
- Autoevaluación flexible: la persona se siente cómoda en como es respecto a su ideal. Hay días que se siente superior y días que se siente inferior, siempre fluctuando entre unos límites aceptables que no interfieren en su vida normal.
- Autoevaluación poco o nada exigente. La persona se siente como su ideal (¡o mejor!). Al contrario de lo que puede parecer, no es una situación deseable si esta se presenta en exceso, ya que la persona tiende a tener comportamientos narcisistas (contrarios al lazo social) y pierde la consciencia de sus límites.
Siempre hay que tener en cuenta que la autoestima se construye y reconstruye en el tiempo desde que uno nace. No es algo que podamos modificar a voluntad dado que muchos de los procesos implicados en la autoestima son inconscientes, y como tales, requieren ser trabajados y elaborados. En la gran mayoría de las veces, la persona que acude a consulta siente un dolor psíquico difuso más o menos importante, sintiéndose “poca cosa” o “inútil”, ¡pero sin ser consciente de qué es lo que está pasando!
Llegados a este punto, ¿qué hacer? El objetivo es doble: por una parte, que la persona descubra qué constituye su figura ideal a fin de estar advertido de ella o poder construir una alternativa más asequible; y por otra parte debilitar (o aumentar) la exigencia de la comparación, también descubriendo cómo se ha llegado ha constituir de una forma tan nociva. Todo el proceso se podría resumir en un “conocerse a si mismo”, lo que pasa por el uso de la palabra y por la ayuda un psicólogo que sepa escuchar, preguntar y actuar en consecuencia.
Por Oscar Tortajada, Psicólogo y psicoanalista, col. 23.751