Psicología
Huimos... permanentemente. Ante situaciones conflictivas, escapar resulta fácil o, como mínimo, menos difícil que enfrentarlas directamente. Nos defendemos del sufrimiento, de la soledad, de la crítica, del abandono. Huimos hacia todas partes y hacia todos los tiempos, con tal de no permanecer en el único lugar y momento donde hay que estar: en el aquí y ahora.
Los mecanismos de defensa están ahí para protegernos. Y más vale ser conscientes de su presencia y gestionarlos, que pretender expulsarlos violentamente o intentar convencer —y convencernos— de que no existen, de que somos la fotografía más genuina de la transparencia. No funciona, porque el autoengaño no suele ser un buen antídoto para los miedos.
Huimos de diferentes maneras. Hacia adelante, hacia atrás, hacia afuera, hacia adentro. Cada cual tiene sus preferencias. Pero ¿cuáles son esas situaciones que suelen motivar la fuga? Veamos algunas:
Hacia adelante...
Esta huida es fascinante, desde el punto de vista psicológico. Huir hacia adelante significa insistir en el avance, ignorando las señales que invitan a detenerse, a replantear, a modificar el rumbo, a retirarse. Por ejemplo:
- Cuando la relación de pareja hace aguas y en vez de plantear un enfrentamiento del conflicto que ha llevado a su desgaste, se abren compulsivamente nuevos proyectos como la compra de una casa, otra luna de miel, la creación de una empresa y hasta se llegan a proyectar embarazos, trayendo al mundo hijos "salvavidas".
- Cuando el negocio va mal y aunque los números no cuadran de ninguna manera, se hace una nueva inversión —otra vez—, con tal de no renunciar a lo que, evidentemente, es un fracaso anunciado.
- Cuando duele el cuerpo y en vez de parar para escucharle, se le exige que funcione y que responda a ejercicios, carreras y excesos físicos.
Hacia atrás...
También se puede huir hacia atrás, manteniéndose anclado/a en un pasado, muchas veces idealizado. Por ejemplo:
- Cuando amigos/as o parejas se han ido pero se vive como si estuvieran, hasta el punto de rechazar o de ignorar las oportunidades reales y actuales de entablar nuevas relaciones.
- Cuando han pasado los años pero se siguen asumiendo comportamientos antiguos que nada tienen que ver con la realidad actual.
- Cuando se trata a hijas e hijos adolescentes y adultos como si fueran niños, bajo la siempre odiosa justificación de que para un/a padre/madre, los hijos siempre son bebés.
Hacia afuera:
Es la forma más conocida de huir y la más fácil, tomando en cuenta que vivimos en una sociedad que la potencia permanentemente. Consiste en desviar la atención hacia estímulos externos, que nos salven del contacto con nosotros/as mismo/as. Por ejemplo:
- Cuando se está ante un proyecto, un trabajo o un examen y cualquier cosa distrae la atención, obligando a aplazar o, incluso, a detener su desarrollo. "Cualquier cosa" puede llamarse internet, televisión, juegos, ganas de tomar café, etc., siempre bienvenidos cuando son auténticos. Lo que tienen en común, en el contexto de la huida, es la capacidad de apartar la atención y dirigirla hacia aquello que no supone un conflicto o un esfuerzo.
- Cuando se está en una relación vinculante emocionalmente y el compromiso genera tal ansiedad, que se intenta calmar superponiendo otras relaciones menos implicantes.
- Cuando la soledad abruma y se la intenta apaciguar con una vida social intensa, multitudinaria y superficial.
Hacia adentro...
Este tipo de huida también es muy interesante. Sucede, en ocasiones, a personas con rasgos de carácter extremadamente reflexivos, perfeccionistas, tímidos, pasivos o en situaciones de bloqueo en la expresión de las emociones. Por ejemplo:
- Cuando un miembro de la pareja propone una discusión con el fin de aclarar un conflicto y el otro se retrae hasta el punto de bloquear por completo la comunicación.
- Cuando impera la necesidad de tomar una rápida decisión y, ante el estrés que supone, se opta por analizar con pelos y señales las propias emociones, sensaciones, deseos, miedos y demás, dejando pasar el momento sin haber llegado a nada claro.
- Cuando el mundo entero llama a tu puerta para que salgas a disfrutar de la vida pero prefieres quedarte, lamentándote por lo que querías que fuera... y no fue.
Diferentes formas de huida que construimos desde la más temprana infancia, convirtiéndonos en perfectos evasores de conflictos. Las formas dependen del carácter, es decir, de la máscara protectora con la que salimos al mundo. Conocer las trampas del carácter nos permite avanzar a pesar de nuestros miedos, así como prevenir relaciones tóxicas, ya sean de pareja, de amistad, laborales o familiares.
Tenemos derecho a utilizar nuestros mecanismos de defensa. Pero también tenemos derecho a disfrutar de la vida, a conocer el amor, a experimentar el abandono sexual, el trabajo satisfactorio, el éxito. Que la falta de consciencia sobre nuestras formas de huir de los conflictos no nos quite estos derechos sino que, por el contrario, la consciencia nos guíe hacia una manera de vivir, más auténtica y más libre.