Miércoles, 23 de abril de 2014
María Andrea Alcázar
- Lomas del Mirador, (Argentina)
Psicología
Psicología
Nuestro trabajo cotidiano en la clínica nos lleva a estudiar el tema del duelo como un momento privilegiado por el cual atraviesa todo analizante, o tal vez tendríamos que decir que un duelo lo atraviesa. Al usar esta palabra sostenemos que hay un sujeto, quedando al descubierto la dimensión de la división estructural. La posición de aquel que atraviesa un duelo o como dijimos es atravesado por él no será la misma al inicio que al final del tratamiento. Existe un final de duelo. Allí el sujeto experimentará que siendo el mismo ya no lo es.
Todos nuestros pacientes llenan el consultorio de palabras ligadas a sus seres queridos que ya no están con vida, decisiones relevantes se toman a partir de estas muertes que no pasan desapercibidas, existe un antes y un después. Entonces podemos decir que “nuestros muertos nos habitan”1, y así nos producen inhibiciones, pero también nos habilitan, ¿A qué? A continuar con nuestra vida que ya no es la misma de antes.
Viñeta clínica:
“Mercedes de 51 años es derivada al Servicio de Psicología por Guardia Médica. La paciente presenta reiteradas internaciones por episodios repetidos de vómitos, jaquecas y dolores gástricos posteriores a “grandes comilonas”, tal como ella las va a nombrar luego en sus entrevistas con la psicóloga. Mercedes dice: “ mi madre siempre fue obesa, hacia grandes comilonas, se daba atracones y después consumía anfetaminas.” La paciente relata que su madre fallece hace 20 años de cáncer. Luego agrega: “ Al día siguiente de su muerte, mi padre se casó con su amante con quien mantenía una relación desde hacia 16 años y mi hermana se separó de su marido cuyo casamiento arregló mi madre.” La analista pregunta: “¿ Y Ud. Mercedes?”. Con notable angustia la paciente contesta “Yo ya no pude criticarla”.
Sostenemos que la forma en que pensamos la teoría rige la forma en que trabajamos en la clínica, es entonces cuando nos cuestionamos acerca del marco teórico que sustenta el trabajo con un paciente en proceso de duelo. Los que desempeñamos nuestro rol de psicólogos en el ámbito hospitalario debemos recurrir al DSM4 como manual clasificador; este dice lo siguiente acerca del duelo: “Categoría que se utiliza cuando el objeto de atención clínica es una reacción a la muerte de una persona querida. La duración y la expresión del duelo varían según los diferentes grupos culturales. Si los síntomas se mantienen por más de dos meses posterior a la pérdida, se considera un Trastorno Depresivo Mayor.”2
Hay en este intento de clasificación una prescripción con relación al tiempo de lo que debe ser un duelo normal, si no cumple con este requisito se considera un duelo patológico y será medicalizado.
Esto nos pone sobre la pista acerca de que la forma de morir y de duelar a quien se ha muerto no son hechos aislados, sino que están dentro de patrones culturales, tal como el hombre y su accionar están alejados de la naturaleza, están desnaturalizado.
La respuesta desde el Psicoanálisis a la problemática del duelo la encontramos en el texto de Freud: “Duelo y melancolía”,3 escrito en el año 1915, este autor va a considerar el duelo como un afecto normal, siendo la reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción. Dirá que en el estado de duelo existe una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, una pérdida de la capacidad de amar y una inhibición de la productividad.
Freud considera que el trabajo de duelo consiste en que el sujeto al realizar un examen de realidad, encuentra que el objeto amado ya no existe, así surge la "exhortación" de quitar toda la libido del objeto. El duelo se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y energía de investidura. Entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico, hasta que se produzca el desasimiento de la libido, por el cual el yo se volverá libre y desinhibido para investir nuevos objetos sustitutos.
Nasio en su libro “El dolor en la histeria”, toma esta versión del duelo y agrega que perdemos dos cosas cuando alguien muere: 1º) el sostén imaginario donde se encuentra mi propia imagen que es devuelta por el otro vivo y amado; y 2º) el lugar que uno ocupaba como objeto del deseo de quien murió.
Pensamos que interrogar la versión freudiana del duelo seria admitir que quizás hay más de una modalidad de resolución del duelo, este alcanzaría el estatuto de incógnita, es decir una “x” a despejar, o resolver en cada caso.
Lacan cuestiona la finalización del proceso de duelo planteada en términos de sustitución del objeto perdido, ya que la sustitución supone la repetición. Lacan va a plantear que la repetición tiene como consecuencia que no hay objeto sustituto por la razón de que en toda sustitución se marca una diferencia que no se puede eliminar, la segunda vez nunca será igual a la primera.
Entonces desde esta perspectiva, ya no se trata de restaurar el goce con un objeto, ni reencontrarlo vaya a saber uno en que lugar, sino de lo que se trata es de un cambio en la relación con el objeto y de producir una figura nueva y creadora con éste. Para ya en el final del análisis, dar la ocasión de inventar un nuevo modo de hacerse amar.
La pérdida de un objeto amado agujerea lo real, es una pérdida intolerable que provoca en el sujeto un duelo actualizando muertes pasadas, justo ahí donde no lo esperaba, entonces lo sorprende.
Viñeta clínica:
“Daniel consulta porque quiere dejar de fumar. En su primera entrevista comenta que hace un año falleció su cuñado de un infarto, el marido de su hermana, éste era fumador. Daniel dice al respecto: “Dejó dos hijos adolescentes, uno de 15 y otro de 17.” Más adelante agrega: “Me angustió mucho su muerte, no sé porque, no tenía mucho trato con él. Ellos viven en Corrientes, no los veía muy seguido”. En otro momento de la entrevista, Daniel relata que su padre falleció de cáncer de pulmón, y que fumó hasta último momento, aún cuando sabía que se estaba muriendo. La analista pregunta: “¿Cuántos años tenía Ud. cuando su padre falleció?” Daniel responde: “Yo tenía 16 años...”, se queda un momento en silencio y agrega, “...a esa edad comencé a fumar”.
Lo intolerable a la experiencia humana no es el enfrentarse con un saber acerca de la propia muerte, ya que nadie lo tiene, o como dice Freud en su artículo “De guerra y de muerte”4: “En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”. Lo intolerable entonces, es la muerte del otro y la confirmación de que aun seguimos con vida. Ese es el punto mayor de angustia. Hay una pregunta habitual que enuncia aquel que está duelando un ser querido: “ ¿Y ahora como sigo sin él?”.
Jean Allouch en su libro “Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca” propone un movimiento en el trabajo de duelo hacia un final posible, este no se agota en perder a alguien sino también en convocar a ese lugar vacante un trozo de sí, como suplemento para poder perderlo. Si no se ofrece al sacrificio una parte del sujeto se corre el riesgo de reabsorberse él mismo en ese trozo antes de ser privado de ello. Se observa con bastante frecuencia lo que actualmente se nombra como duelo melancolizado, donde quien está de duelo sigue a la tumba a su objeto perdido. Es lo que Allouch sitúa como “ la muerte llama a la muerte”.5
Viñeta clínica:
" Ana de 20 años llega a consulta por un intento de suicidio ocurrido 3 días después del día del padre, la madre cuenta que trató de cortarse las venas. Ana, al ser entrevistada, no pudo decir palabra alguna, llorando y en un estado de estupor, sólo miraba a la analista; por fin cuando su angustia pudo apaciguarse, Ana dijo " quiero ir con mi papá ". Cuando se le preguntó dónde estaba el padre Ana respondió: " Se murió hace 12 años, está en el cielo y yo quiero ir con él".
En el curso del análisis, el analizante puede tomar decisiones que se imponen para colocar en su lugar a sus muertos y pasar a algo distinto con ellos, para esto será necesario recurrir a lo simbólico, para poder delimitar ese agujero en lo real que produjo la pérdida. Esto se puede ver más claramente con la muerte de un hijo, allí donde hay una vida sin huellas, sin contenidos para desinvestir. J. Allouch propone así su teorema: “Cuanto menos haya vivido, según quien está de duelo, aquel que acaba de morir, tanto más su vida seguirá siendo para él una vida en potencia, tanto más espantoso será su duelo y más necesaria será esa convocación del simbólico”6. El tiempo de duelo será un tiempo para comprender en el momento de concluir que esa vida fue cumplida y en que lo fue.
En este final de duelo no hay nada a cambio, no hay compensación, no hay satisfacción sustitutiva, ni objeto sustituible, es como lo nombra Allouch “una pérdida a secas”.7
El duelo viene a alterar nuestra posición como sujetos deseantes, nos deja extraviados frente a nuestro propio deseo, es por eso que la versión lacaniana del duelo es en relación al acto, en tanto hay creación, es decir algo no realizado hasta el momento. ¿Qué entendemos por acto?. Aquel movimiento que marca un antes y un después, es atravesar un umbral, un desafío.
Para concluir y a modo de viñeta clínica tomaremos el caso del conocido cantante y compositor Eric Clapton, de quien suponemos que a través de su arte, la música, hace un intento de simbolizar la desaparición de su hijo. En 1991, un 20 de Mayo; Conor, su hijo de apenas 4 años, quien vivía con su madre y no con el cantante, se mata al caer de una ventana desde un piso 53, en Manhattan.
Ginette Raimbault, psicoanalista francesa, analiza este caso en su libro: “La muerte de un hijo”, allí va a decir que luego de este trágico accidente Clapton comenzó una psicoterapia a partir de la cual el cantante se vio reconducido a su propia infancia donde, él fue abandonado por su madre a los 2 años quedando al cuidado de sus abuelos a quienes creyó sus padres hasta sus 9 años. De su padre Clapton sólo recuerda una foto y que creyó que había muerto siendo joven, aunque esto no era verdad. Así pasó su infancia entre secretos y mentiras. Clapton durante su periodo de recogimiento y terapia, tras la muerte de su hijo Conor, sólo compuso canciones mediante las cuales intentó expresar el dolor por la desaparición de su hijo pero también pensándose él mismo como un niño sin padre. Clapton dirá: “ Tengo que rendirle homenaje a mi manera, y que el mundo sepa lo que pensaba de él. No quiero que sea un secreto.” 8
Paradigma de este intento de simbolización de esta absurda muerte, es la canción titulada Lagrimas en el cielo, que Eric Clapton escribe y dedica a su hijo un año después de su desaparición.
Lic María Andrea Alcázar
Todos nuestros pacientes llenan el consultorio de palabras ligadas a sus seres queridos que ya no están con vida, decisiones relevantes se toman a partir de estas muertes que no pasan desapercibidas, existe un antes y un después. Entonces podemos decir que “nuestros muertos nos habitan”1, y así nos producen inhibiciones, pero también nos habilitan, ¿A qué? A continuar con nuestra vida que ya no es la misma de antes.
Viñeta clínica:
“Mercedes de 51 años es derivada al Servicio de Psicología por Guardia Médica. La paciente presenta reiteradas internaciones por episodios repetidos de vómitos, jaquecas y dolores gástricos posteriores a “grandes comilonas”, tal como ella las va a nombrar luego en sus entrevistas con la psicóloga. Mercedes dice: “ mi madre siempre fue obesa, hacia grandes comilonas, se daba atracones y después consumía anfetaminas.” La paciente relata que su madre fallece hace 20 años de cáncer. Luego agrega: “ Al día siguiente de su muerte, mi padre se casó con su amante con quien mantenía una relación desde hacia 16 años y mi hermana se separó de su marido cuyo casamiento arregló mi madre.” La analista pregunta: “¿ Y Ud. Mercedes?”. Con notable angustia la paciente contesta “Yo ya no pude criticarla”.
Sostenemos que la forma en que pensamos la teoría rige la forma en que trabajamos en la clínica, es entonces cuando nos cuestionamos acerca del marco teórico que sustenta el trabajo con un paciente en proceso de duelo. Los que desempeñamos nuestro rol de psicólogos en el ámbito hospitalario debemos recurrir al DSM4 como manual clasificador; este dice lo siguiente acerca del duelo: “Categoría que se utiliza cuando el objeto de atención clínica es una reacción a la muerte de una persona querida. La duración y la expresión del duelo varían según los diferentes grupos culturales. Si los síntomas se mantienen por más de dos meses posterior a la pérdida, se considera un Trastorno Depresivo Mayor.”2
Hay en este intento de clasificación una prescripción con relación al tiempo de lo que debe ser un duelo normal, si no cumple con este requisito se considera un duelo patológico y será medicalizado.
Esto nos pone sobre la pista acerca de que la forma de morir y de duelar a quien se ha muerto no son hechos aislados, sino que están dentro de patrones culturales, tal como el hombre y su accionar están alejados de la naturaleza, están desnaturalizado.
La respuesta desde el Psicoanálisis a la problemática del duelo la encontramos en el texto de Freud: “Duelo y melancolía”,3 escrito en el año 1915, este autor va a considerar el duelo como un afecto normal, siendo la reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción. Dirá que en el estado de duelo existe una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, una pérdida de la capacidad de amar y una inhibición de la productividad.
Freud considera que el trabajo de duelo consiste en que el sujeto al realizar un examen de realidad, encuentra que el objeto amado ya no existe, así surge la "exhortación" de quitar toda la libido del objeto. El duelo se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y energía de investidura. Entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico, hasta que se produzca el desasimiento de la libido, por el cual el yo se volverá libre y desinhibido para investir nuevos objetos sustitutos.
Nasio en su libro “El dolor en la histeria”, toma esta versión del duelo y agrega que perdemos dos cosas cuando alguien muere: 1º) el sostén imaginario donde se encuentra mi propia imagen que es devuelta por el otro vivo y amado; y 2º) el lugar que uno ocupaba como objeto del deseo de quien murió.
Pensamos que interrogar la versión freudiana del duelo seria admitir que quizás hay más de una modalidad de resolución del duelo, este alcanzaría el estatuto de incógnita, es decir una “x” a despejar, o resolver en cada caso.
Lacan cuestiona la finalización del proceso de duelo planteada en términos de sustitución del objeto perdido, ya que la sustitución supone la repetición. Lacan va a plantear que la repetición tiene como consecuencia que no hay objeto sustituto por la razón de que en toda sustitución se marca una diferencia que no se puede eliminar, la segunda vez nunca será igual a la primera.
Entonces desde esta perspectiva, ya no se trata de restaurar el goce con un objeto, ni reencontrarlo vaya a saber uno en que lugar, sino de lo que se trata es de un cambio en la relación con el objeto y de producir una figura nueva y creadora con éste. Para ya en el final del análisis, dar la ocasión de inventar un nuevo modo de hacerse amar.
La pérdida de un objeto amado agujerea lo real, es una pérdida intolerable que provoca en el sujeto un duelo actualizando muertes pasadas, justo ahí donde no lo esperaba, entonces lo sorprende.
Viñeta clínica:
“Daniel consulta porque quiere dejar de fumar. En su primera entrevista comenta que hace un año falleció su cuñado de un infarto, el marido de su hermana, éste era fumador. Daniel dice al respecto: “Dejó dos hijos adolescentes, uno de 15 y otro de 17.” Más adelante agrega: “Me angustió mucho su muerte, no sé porque, no tenía mucho trato con él. Ellos viven en Corrientes, no los veía muy seguido”. En otro momento de la entrevista, Daniel relata que su padre falleció de cáncer de pulmón, y que fumó hasta último momento, aún cuando sabía que se estaba muriendo. La analista pregunta: “¿Cuántos años tenía Ud. cuando su padre falleció?” Daniel responde: “Yo tenía 16 años...”, se queda un momento en silencio y agrega, “...a esa edad comencé a fumar”.
Lo intolerable a la experiencia humana no es el enfrentarse con un saber acerca de la propia muerte, ya que nadie lo tiene, o como dice Freud en su artículo “De guerra y de muerte”4: “En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”. Lo intolerable entonces, es la muerte del otro y la confirmación de que aun seguimos con vida. Ese es el punto mayor de angustia. Hay una pregunta habitual que enuncia aquel que está duelando un ser querido: “ ¿Y ahora como sigo sin él?”.
Jean Allouch en su libro “Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca” propone un movimiento en el trabajo de duelo hacia un final posible, este no se agota en perder a alguien sino también en convocar a ese lugar vacante un trozo de sí, como suplemento para poder perderlo. Si no se ofrece al sacrificio una parte del sujeto se corre el riesgo de reabsorberse él mismo en ese trozo antes de ser privado de ello. Se observa con bastante frecuencia lo que actualmente se nombra como duelo melancolizado, donde quien está de duelo sigue a la tumba a su objeto perdido. Es lo que Allouch sitúa como “ la muerte llama a la muerte”.5
Viñeta clínica:
" Ana de 20 años llega a consulta por un intento de suicidio ocurrido 3 días después del día del padre, la madre cuenta que trató de cortarse las venas. Ana, al ser entrevistada, no pudo decir palabra alguna, llorando y en un estado de estupor, sólo miraba a la analista; por fin cuando su angustia pudo apaciguarse, Ana dijo " quiero ir con mi papá ". Cuando se le preguntó dónde estaba el padre Ana respondió: " Se murió hace 12 años, está en el cielo y yo quiero ir con él".
En el curso del análisis, el analizante puede tomar decisiones que se imponen para colocar en su lugar a sus muertos y pasar a algo distinto con ellos, para esto será necesario recurrir a lo simbólico, para poder delimitar ese agujero en lo real que produjo la pérdida. Esto se puede ver más claramente con la muerte de un hijo, allí donde hay una vida sin huellas, sin contenidos para desinvestir. J. Allouch propone así su teorema: “Cuanto menos haya vivido, según quien está de duelo, aquel que acaba de morir, tanto más su vida seguirá siendo para él una vida en potencia, tanto más espantoso será su duelo y más necesaria será esa convocación del simbólico”6. El tiempo de duelo será un tiempo para comprender en el momento de concluir que esa vida fue cumplida y en que lo fue.
En este final de duelo no hay nada a cambio, no hay compensación, no hay satisfacción sustitutiva, ni objeto sustituible, es como lo nombra Allouch “una pérdida a secas”.7
El duelo viene a alterar nuestra posición como sujetos deseantes, nos deja extraviados frente a nuestro propio deseo, es por eso que la versión lacaniana del duelo es en relación al acto, en tanto hay creación, es decir algo no realizado hasta el momento. ¿Qué entendemos por acto?. Aquel movimiento que marca un antes y un después, es atravesar un umbral, un desafío.
Para concluir y a modo de viñeta clínica tomaremos el caso del conocido cantante y compositor Eric Clapton, de quien suponemos que a través de su arte, la música, hace un intento de simbolizar la desaparición de su hijo. En 1991, un 20 de Mayo; Conor, su hijo de apenas 4 años, quien vivía con su madre y no con el cantante, se mata al caer de una ventana desde un piso 53, en Manhattan.
Ginette Raimbault, psicoanalista francesa, analiza este caso en su libro: “La muerte de un hijo”, allí va a decir que luego de este trágico accidente Clapton comenzó una psicoterapia a partir de la cual el cantante se vio reconducido a su propia infancia donde, él fue abandonado por su madre a los 2 años quedando al cuidado de sus abuelos a quienes creyó sus padres hasta sus 9 años. De su padre Clapton sólo recuerda una foto y que creyó que había muerto siendo joven, aunque esto no era verdad. Así pasó su infancia entre secretos y mentiras. Clapton durante su periodo de recogimiento y terapia, tras la muerte de su hijo Conor, sólo compuso canciones mediante las cuales intentó expresar el dolor por la desaparición de su hijo pero también pensándose él mismo como un niño sin padre. Clapton dirá: “ Tengo que rendirle homenaje a mi manera, y que el mundo sepa lo que pensaba de él. No quiero que sea un secreto.” 8
Paradigma de este intento de simbolización de esta absurda muerte, es la canción titulada Lagrimas en el cielo, que Eric Clapton escribe y dedica a su hijo un año después de su desaparición.
Lic María Andrea Alcázar