Psicología
“Amar es también poner el límite, porque cuando pones el límite estás ayudando al otro a protegerse de sus demonios”
Me lo dijo un gran amigo, hace unos años, un día de invierno caminando por la playa. ¡Y cuánta verdad contenían sus palabras!
A veces pensamos que el amor es aceptarlo todo. Que somos buenas personas porque no tenemos conflictos con nadie, al menos aparentemente. Pero resulta que, con esta falsa creencia, se contaminan las relaciones con una especie de virus que las debilita hasta destruirlas o, en algunos casos, hasta convertirlas en una condena desde la mañana hasta la noche.
Sucede en la relación con niños y con adolescentes, pero también con personas adultas. Con la pareja, con los amigos, con la familia, con jefes, con compañeros de trabajo. En el contexto de esta frase tan católica que dice: “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, hablar de límites parece más un sistema de tortura que una manifestación de salud.
Y entrando en un contexto más laico, de alguna manera se suelen repetir estos esquemas, por ejemplo cuando se malinterpreta la virtud activa y vitalista de la tolerancia, confundiéndola con un “todo vale” tan falso como desesperante.
Todos y todas necesitamos saber hasta dónde podemos llegar en el encuentro con los otros porque, como decía mi amigo, es muy fácil perder el sentido de la proporción cuando nos encontramos con un baúl sin fondo. Esto, por supuesto, no justifica el abuso pero sí ayuda a comprender por qué hay personas que parecen tener un imán que atrae, precisamente, a quienes necesitan más y cada vez más favores, tiempo, dinero, reconocimiento o atención.
Es por esto que…
- Poner límites no te hace una mala persona. Al contrario, te convierte en alguien asertivo, confiable, seguro.
- La agresividad es una función biológica que necesitamos para la supervivencia. Es muy diferente de la violencia y no desarrollarla no te hace parecer un ángel sino alguien que necesita de vías secundarias para expresar la rabia que se queda contenida y que se hubiera podido descargar por otras vías más directas, sin daño ni sufrimiento.
- Si alguien te abandona por decir “No”, “Hasta aquí”, “Basta” ó “Espera”, no perderás demasiado. El miedo a perder, frecuentemente es el motivo por el que el imaginario nos pone trampas que, en vez de liberarnos, nos esclavizan a relaciones que poco o nada nos aportan.
- Pero también, cuando eres tú quien recibe el límite, habrás de saber que éste no significa que no te quieran, que te rechacen, que seas malo/a. Al contrario, la mayoría de las veces significa que la otra persona desea tu bienestar y que le interesa profundamente una sana relación contigo.
Educar en los límites sigue siendo una tarea pendiente. Lo ideal es empezar en el momento adecuado durante el desarrollo infantil. Digo en “el momento adecuado”, porque tampoco se trata de violentar a niños y niñas con límites que no pueden asumir prematuramente. Conocer el desarrollo evolutivo es una gran ayuda para acertar en este terreno.
Re-educarnos como adultos en los límites supone un proceso de aprendizaje que nunca sobra sino que, al contrario, nos permitirá establecer relaciones más claras y amorosas, tendientes al constante movimiento y, paradójicamente, a posibilidades ilimitadas.