Viernes, 16 de mayo de 2014
Psicóloga Montse Jiménez
- Terrassa, (España)
Psicología
Psicología
El pensamiento neurótico es un pensamiento confuso, poco provechoso y no lleva a la comprensión clara y lúcida de la realidad. El pensamiento neurótico es impreciso e incoherente, crea una diversidad de ideas fijas, puntos de vista estrechos, preocupaciones y obsesiones. Causa dolor y llena de confusión y desorden interior. Es improductivo, se convierte en una trampa insalvable para la persona que lo padece. El pensamiento neurótico se caracteriza por la ausencia de visión panorámica que no permite actuar adecuadamente. La antítesis del pensamiento neurótico es la lucidez, percibir los acontecimientos de forma clara y consciente.
La mente fabrica pensamientos dolorosos, pensamientos llenos de esquemas mentales rígidos.
Para erradicarlos es necesario acercarse al camino de la ecuanimidad:
La ecuanimidad es equilibrio y estabilidad del estado de ánimo, es una mente emocionalmente trabajada conscientemente, que no se deja arrastrar por los acontecimientos y emociociones negativas. La ecuanimidad es la persona bien afincada en sí misma, imperturbable ante las vicisitudes de la vida, manteniendo un sosiego y lucidez a pesar de las sensaciones gratas o ingratas, de lo placentero y doloroso.
Ello no significa que la eprsona ecuánime prefiera lo ingrato a lo grato, sino que sabe desenvolverse con el placer y el dolor, evita aferrarse a uno y aborrecer el otro, suprimiendo así una gran masa de sufrimiento. La persona ecuánime cuando pierde o fracasa no se autocompadece ni se queja. Cuando nota turbar su mente, cambia de actitud. Tiene una mente firme pero a la vez flexible, es fuerte psicológicamente, pero no rígido. Representa el punto de equilibrio entre los extremos, reacciones anómalas o estados mentales negativos. Tiene una visión imparcial y menos egocéntrica, por lo tanto no tiene ceguera mental.
La ecuanimidad ayuda a superar la confusión y alienta en las dificultades; hace ser más humano, pero no sentimental ni pusilánime. Ahorra en energías que se malgastarían en reacciones desorbitadas o con actitudes erróneas y extremadas, y ayuda a conocerse mejor a uno mismo y a los demás, limpiando así las distorsiones mentales. Hace la mente inmutable, pero flexible. Ayuda a no diferenciar tanto entre lo bueno y lo malo; lo placentero y lo displacentero y a mantenerse en un punto de quietud mental dentro de la inquietud de los vaivenes y vicisitudes de la vida.
A veces se pueden confundir a las personas ecuánimes como seres insensibles, que no tienen sentimientos o que son personas a las que les da igual todo, pero no es así, sí que sienten el dolor, la rabia, la tristeza; pero no viven las emociones desmesuradas, sino que lo hacen con una actitud de crecimiento personal y aceptación (sin resignación) al curso de la vida que fluye como un río, como la naturaleza misma de los vaivenes de la vida.
Se puede ser muy ecuánime y muy sensible; muy ecuánime y muy intenso en cada momento de la vida, porque con la ecuanimidad se aprende a atarse y a desatarse sin aflicción, a no vincularse neuróticamente a las cosas o sucesos de la vida. Es ser fuerte de carácter, pero no duro de corazón.
La ecuanimidad es la madurez, es la antítesis al neuroticismo, es la vía hacia el crecimiento personal.
La personalidad ecuánime no nace sin más, sino que se aprende y se entrena.
La mente fabrica pensamientos dolorosos, pensamientos llenos de esquemas mentales rígidos.
Para erradicarlos es necesario acercarse al camino de la ecuanimidad:
La ecuanimidad es equilibrio y estabilidad del estado de ánimo, es una mente emocionalmente trabajada conscientemente, que no se deja arrastrar por los acontecimientos y emociociones negativas. La ecuanimidad es la persona bien afincada en sí misma, imperturbable ante las vicisitudes de la vida, manteniendo un sosiego y lucidez a pesar de las sensaciones gratas o ingratas, de lo placentero y doloroso.
Ello no significa que la eprsona ecuánime prefiera lo ingrato a lo grato, sino que sabe desenvolverse con el placer y el dolor, evita aferrarse a uno y aborrecer el otro, suprimiendo así una gran masa de sufrimiento. La persona ecuánime cuando pierde o fracasa no se autocompadece ni se queja. Cuando nota turbar su mente, cambia de actitud. Tiene una mente firme pero a la vez flexible, es fuerte psicológicamente, pero no rígido. Representa el punto de equilibrio entre los extremos, reacciones anómalas o estados mentales negativos. Tiene una visión imparcial y menos egocéntrica, por lo tanto no tiene ceguera mental.
La ecuanimidad ayuda a superar la confusión y alienta en las dificultades; hace ser más humano, pero no sentimental ni pusilánime. Ahorra en energías que se malgastarían en reacciones desorbitadas o con actitudes erróneas y extremadas, y ayuda a conocerse mejor a uno mismo y a los demás, limpiando así las distorsiones mentales. Hace la mente inmutable, pero flexible. Ayuda a no diferenciar tanto entre lo bueno y lo malo; lo placentero y lo displacentero y a mantenerse en un punto de quietud mental dentro de la inquietud de los vaivenes y vicisitudes de la vida.
A veces se pueden confundir a las personas ecuánimes como seres insensibles, que no tienen sentimientos o que son personas a las que les da igual todo, pero no es así, sí que sienten el dolor, la rabia, la tristeza; pero no viven las emociones desmesuradas, sino que lo hacen con una actitud de crecimiento personal y aceptación (sin resignación) al curso de la vida que fluye como un río, como la naturaleza misma de los vaivenes de la vida.
Se puede ser muy ecuánime y muy sensible; muy ecuánime y muy intenso en cada momento de la vida, porque con la ecuanimidad se aprende a atarse y a desatarse sin aflicción, a no vincularse neuróticamente a las cosas o sucesos de la vida. Es ser fuerte de carácter, pero no duro de corazón.
La ecuanimidad es la madurez, es la antítesis al neuroticismo, es la vía hacia el crecimiento personal.
La personalidad ecuánime no nace sin más, sino que se aprende y se entrena.