Psicología
Estamos rodeados de películas románticas, imágenes de familias y parejas ideales, publicidad, redes sociales, cuerpos y mentes siempre “perfectas”. Así que uno llega, y por comparación, dice “Mi vida no es como debería”, sintiéndose insatisfecho a menudo, más de lo que le gustaría. Este es el síndrome de utopía, el resultado de plantearnos objetivos utópicos que, tal y como indica el propio término, están en “ninguna parte”. En su libro “El Cambio”, Paul Watzlawick dedica un capítulo a hablarnos sobre cómo funciona y cuáles son las consecuencias para nuestra salud mental.
Y es que existen muchas formas de complicarse la vida y sentirse insatisfecho casi constantemente… Lo hacemos sin querer, desde luego, y sin duda los medios de comunicación no ayudan. Parece que hay una ley no escrita que nos conduce a la perpétua lucha por “ser mejores”; “mejores personas”, “mejores trabajos”, “mejores cuerpos”, “mejores emociones”, “mejores relaciones de pareja”, “mejores pensamientos”... Un momento, “mejores” ¿respecto a qué? ¿cuál es la vara de medir? Esa es la clave…No hay tal vara, es difusa, no está clara. Así que si no sabemos a donde tenemos que llegar, siempre podremos tener la sensación de que no hemos llegado aún y que, por tanto, debemos seguir luchando. Agotador.
Es muy fácil caer en esta trampa hoy día, pues, por ejemplo, en las redes sociales mostramos al mundo nuestro lado más intenso y positivo… Con momentos fugaces recogidos en una foto, damos a entender que comemos platos deliciosos todos los días, que estamos superenamorados de nuestras parejas, que tenemos una vida social fantástica, viajamos por el mundo, tenemos pensamientos profundos, una cara siempre perfecta y sonriente… Entonces, cuando uno cena una tortilla francesa, está medio harto de su pareja, no le apetece salir o le salen arrugas en la frente, dice: “Mal, esto está mal, debería sentirme de otra forma”. ¡Y claro que a veces hacemos cosas fantásticas y somos muy felices! pero es eso, A VECES. El peligro viene por creer que lo que son momentos puntuales, DEBERÍA ser la norma. Es imposible, un fracaso asegurado. Porque en lugar de pensar que no lo consigo porque el asunto está mal planteado (es utópico), creo que es porque yo no estoy haciendo las cosas lo suficientemente bien. Menudo “bajón” innecesario para la autoestima.
¿Y qué me decís de los grandes “hitos” de la vida, en los que se supone que debemos experimentar sensaciones rozando lo místico? Hablo de bodas, hijos, independencias de casa, terminar la carrera, vivir en el extranjero… Me refiero a cualquier meta que nos hayamos planteado como “la SOLUCIÓN a mis problemas” o con un “Cuando llegue a esto, entonces seré feliz”. Una vez alcanzado este destino “ideal” corro el riesgo de verme y decir: “¿Y ahora qué? Pensé que habría algo más”. Tener objetivos, querer progresar y cambiar está bien, es fundamental, pero se convierte en problemático si les damos más poder y trascendencia de la que tienen, cuando le damos un poder “transformador” exagerado e irreal.
Por tanto, lo que me parece interesante del planteamiento de Watzlawick es que en muchos casos, lo que nos impide ser felices no es nuestra realidad misma, sino la comparación de ésta con lo que creemos que debe ser la vida. En ese caso podemos pensar que hay algo malo en nosotros o en nuestro alrededor; pero la realidad es que hemos olvidado el dato más importante: que son expectativas, que son sueños y, por definición, si se materializan, dejan de serlo, se esfuma ese halo “especial”.
Así que no se trata de ser conformista, ni mucho menos; de lo que se trata es de ser realista, porque como dice Robert Ardrey:
Mientras perseguimos lo inalcanzable hacemos imposible lo realizable