Lunes, 18 de mayo de 2015
u-52362
Psicología Técnicas Psicología
Para poder hablar de movimiento, así como de ser humano en la integridad de su existencia, debemos comenzar hablando sobre el cuerpo y el lugar que el mismo tiene en las sociedades actuales, como resultado de un largo desarrollo histórico en relación a su percepción.
Apenas desde comienzos del siglo XIX se da el inicio de una valoración del cuerpo como factor esencial en la vida humana en algunos pensadores, hasta culminar en el pensamiento existencial, que encaró el problema desde el ángulo del cuerpo propio.
Se adoptaron nuevas posturas que conducían a una aproximación con la psicología y la neurología, intentando comprender el operar de instancias corporales y anímicas que aparecían unidas en la experiencia, es decir, en las impresiones vividas. La psicología comenzó a estudiar la imagen del cuerpo/esquema corporal, y la filosofía existencial transformó el tema en el del cuerpo vivido.
Así, pensadores como Gabriel Marcel y Sartre comenzaron a tomar el cuerpo en términos de vivencia subjetiva. Frente a las teorías que identifican al hombre con el alma o con la conciencia y reducen al cuerpo a ser un objeto o un mero mecanismo, se pone de manifiesto que el cuerpo no es algo que se tiene como se tiene un instrumento, sino que más bien constituye al ser humano como tal. Y con esto, el cuerpo adquiere el carácter de base radical para el pensar.
Plantean que el cuerpo propio se halla constantemente presente para uno mismo, como centro ordenador de la totalidad de la experiencia, y la experiencia del cuerpo propio se da ante todo como un sentir. Así, el cuerpo que vivimos no es un objeto, algo situado frente a nosotros, sino el vínculo que nos liga con nuestro pasado y nos dota así de una individualidad propia, nuestras experiencias anteriores se resumen en nuestro cuerpo, éste equivale a nuestra raza, situación social, etc. Es en sí la condición de posibilidad de todas estas facticidades, pero es más, constituye nuestra situación. Esta situación la vivimos, la “existimos”, pero según una modalidad peculiar de la conciencia.
Comienza a verse en la corporeidad un factor esencial de la situación humana, teniendo en cuenta especialmente la repercusión del cuerpo en la conciencia. La corporeidad propia constituye una de las estructuras de la autoconciencia, pero una irreflexiva. El cuerpo resulta siempre lo “desatendido”, lo “pasado en silencio”. Sartre habla de cuerpo psíquico, noción en la cual ya no se trata de la vivencia inmediata del cuerpo como cenestesia, sino que es el resultado de la aprehensión reflexiva de lo vivido.
Se llega así a la conclusión de que el hombre es un ser irreductible en su esencia a una facticidad biológica como a una pura conciencia. Se descubre siempre como ser-en-el-mundo, ser en situación. El cuerpo, como medio perceptivo y activo posibilita este ser-en-el-mundo o trascender de la conciencia hacia las cosas, no es un agregado material separado o indiferente en la existencia, sino que entra en su trama más íntima.
Los hechos corporales no son meras traducciones o símbolos de un sentido que estaría como detrás de ellos, sino que son en sí mismos significativos. Por otra parte, ninguna significación puede darse sin su mediación. Entonces, no es que lo mental constituya la causa de los fenómenos fisiológicos expresivos, sino que ambos forman una entidad única: el cuerpo dota de espesor real a un determinado estado anímico, y con ello éste se torna cierto.
Los actos psíquicos se apoyan en disposiciones fisiológicas, pero a su vez los procesos orgánicos están ligados con direcciones psíquicas; lo fisiológico y lo psíquico están reintegrados a la existencia.
El cuerpo es un objeto expresivo, pero nunca se limita como tal sólo a la traducción de contenidos correspondientes a otros planos; expresa la existencia total, no porque sea un acompañamiento exterior a ella, sino porque ella se realiza en él.
Nacemos con un cuerpo y las funciones corporales se hallan ligadas con la existencia de modo que ésta no puede prescindir de este basamento, así como nacemos en medio de un mundo y un tiempo que nos preceden y que nos sobrevivirán; pero, ese mundo es estructurado y trascendido por cada sujeto individual y ese tiempo es temporalizado en pasado y futuro para el presente de ese sujeto. De esta manera, no es posible concebir la existencia sin verla fundida con una facticidad a la que hace suya para poder ser. El cuerpo no es el “instrumento” de la conciencia, sino su condición. El hombre puede empezar a tener una historia personal porque existe en él una “prehistoria” fisiológica.
Así, la personalidad reside primordialmente en la manera en que se acoge todo lo dado, en el vaivén entre lo que nos ha sido dado y la dirección que nuestra libertad le imprime es donde verdaderamente residimos. Por ende, nuestra existencia como subjetividad es una con nuestra existencia en tanto cuerpo.
Recibiendo como aporte lo desarrollado desde el ámbito de la filosofía, en psicología, se fue admitiendo que no todos los sectores del funcionamiento orgánico son “mudos” para el sujeto, y que la presencia sentida del organismo físico acompaña constantemente toda la experiencia particular. El sujeto vive íntimamente la impresión de su propia corporeidad como aspecto integral y permanente de su vida, tanto en el actuar en el mundo externo junto a los demás como en el percibir y ser emocionalmente afectado por ellos, con grados de conciencia variables.
La neta separación establecida por Descartes en el siglo XVII entre sustancia extensa y sustancia pensante tuvo un efecto paralizador en la psicología, se osciló entre un monismo espiritualista (“psicología racional”, “ciencia del alma”: cerebro y cuerpo como meros instrumentos del espíritu) y un monismo materialista (psicología del siglo XIX, ciencia empírica: las reacciones corporales pasaron a primer plano; auge de la psicofísica, psicofisiología y psicología experimental).
En la actualidad, si bien hay una tendencia establecida dentro de la psicología a visualizar al individuo como totalidad singular en lugar de suma de facultades y funciones, no puede decirse que esté resuelto el problema de las relaciones entre el cuerpo y el alma.
Le Breton menciona que fue a principios del siglo XX que el psicoanálisis fue tomando fuerza y rompió uno de los cerrojos que mantenían al cuerpo bajo el amparo del pensamiento organicista. Freud mostró la maleabilidad del cuerpo, el juego sutil del inconsciente en la carne del hombre. Convirtió al cuerpo en un lenguaje que habla de manera poco clara sobre las relaciones individuales y sociales; permite pensar la corporeidad en tanto materia modelada, hasta cierto punto, por las relaciones sociales y por las inflexiones de la historia personal del sujeto. Introdujo la idea de la relación en el seno de la corporeidad y la convirtió en una estructura simbólica.
Respecto del problema de la función del cuerpo, la psicoterapia constituyó una toma de posición práctica, ya que el psicólogo no se propone combatir exclusivamente perturbaciones anímicas, sino también síntomas físicos. Se ve al hombre entrañablemente ligado con su
cuerpo así como con su prójimo y la cultura en que vive, en tramas de comunicación sin las cuales no podría ser lo que es.
Cuerpo y conciencia funcionan estrechamente unidos, tanto en procesos normales como patológicos. Todo tipo de relación hombre-mundo requiere la participación del cuerpo.
Como la filosofía aceptó el cuerpo como integrante legítimo de la esencia del hombre, así mismo la psicología lo aceptó como cuerpo humano. Es un despertar conjunto por parte de ambas disciplinas a la verdad que asomaba sobre la unidad del hombre real.
En distintas escuelas psicológicas se reaccionó contra la orientación fisiologista y anatomista que había dominado en la psicología experimental para dar paso a una psicología con un sentido cada vez más marcadamente antropológico.
Paulatinamente los psicólogos fueron reparando cada vez más en la vivencia del propio cuerpo, integrante ineludible de toda experiencia y vivencia cargada de afectividad.
El cuerpo propio puede ser sentido como débil o potente, como atractivo o carente de gracia, como sexualmente más o menos diferenciado, puede exaltarnos o disminuirnos, y de tal modo inspira vanidad o vergüenza, seguridad o indefensión, respeto o repugnancia, e influye por lo tanto en las actitudes generales de cada uno, a su vez éstas lo afectan, y contribuye por todo ello a determinar importantes decisiones individuales, aunque pocas veces se torna consciente ese influjo. Sentiremos nuestro cuerpo según como nos sintamos en general en relación a nosotros mismos, al mundo y a los otros. A la vez, el sentimiento del propio cuerpo influirá en la configuración de actitudes y expectativas, y éstas paulatinamente irán plasmando modificaciones en la estructura de la personalidad ya alcanzada.
Con todo esto, se puede afirmar que las experiencias del cuerpo sentido deben constituir un dato ineludible para el psicólogo, ya que reflejan un modo total y característico del sentir y del ser del consultante en tanto que estructura existencial única, ya que el cuerpo vivido de cada uno integra su mundo vivido.
Otra prueba de la progresiva conciencia que se ha ido dando en diversos campos de la investigación y de acción terapéutica de las connotaciones existenciales del esquema corporal, es el surgimiento de numerosos sistemas de psicoterapia que toman en cuenta la dimensión corporal como factor poderosamente influyente en la dinámica psicopatológica y en el psiquismo normal.
La tendencia a incluir el cuerpo como significante en la psicoterapia constituye algo nuevo, y distinto también de las tradicionales terapias fisiológicas fundamentadas en un nexo supuestamente causal entre cuerpo objetivo y psique.
Una psicología que conceda al esquema corporal el lugar central, si no omnipresente, que le corresponde en la configuración de la personalidad, debe conducir a sistemas de psicoterapia en que el paciente no sólo se exprese verbalmente, sino que se comprometa con actitudes corporales. El paciente dice, se dice y trata al otro a través de su corporeidad.
Laboratorios de sensibilización, talleres de expresión corporal, gimnasia consciente, lenguaje del cuerpo: todos estos métodos y técnicas tienen en común inducir en los pacientes una vivencia más directa, más hondamente sentida de sus emociones y sentimientos, de sus reacciones ante el otro y de las reacciones que ellos mismos provocan, en el cuerpo y a través del cuerpo.
En dichos talleres se promueve en los participantes un mayor contacto con sus emociones y su vida anímica toda, a la vez que una toma de conciencia de su propio cuerpo. No es
necesario que se halle presente ningún tipo de patología para utilizar tales técnicas. Tacto, vista, sentido muscular, son ejercitados a fin de que el paciente se sensibilice a las posibilidades de su propio cuerpo: que sienta su piel, sus huesos, sus órganos, sus miembros, es parte del proceso de dotar de significado vivido al cuerpo todo. La expresión corporal está estrechamente ligada a la danza, tiende también a que el cuerpo acreciente sus capacidades de manifestarse en la imaginación y la creación de movimientos, actitudes, gestos y miradas.
Los métodos y técnicas que consisten o incluyen una corpoterapia constituyen a la corporeidad en vía de movilización psicológica porque es percibida como depositaria de conflictos existenciales.
Hoy en día, en relación con la expansión del individualismo, las sociedades occidentales siguen basándose en un borramiento del cuerpo que se traduce en múltiples situaciones rituales de la vida cotidiana. Un ejemplo de este borramiento ritualizado es el prejuicio ante el contacto físico con el otro.
Se hace pasar por liberación de los cuerpos lo que sólo es elogio del cuerpo joven, sano, esbelto, higiénico. Estos son los valores de la modernidad, los que la publicidad propone. Son la base del relato moderno sobre el sujeto y su obligada relación con el cuerpo. Pero el hombre no siempre tiene el cuerpo liso y puro de las revistas o de las publicidades, es más, raramente responde a este modelo. De este modo se explica el éxito actual de las prácticas que sirven para ejercitar el cuerpo, el éxito de la cirugía estética o reparadora, el de las curas de adelgazamiento, el desarrollo espectacular de la industria de los cosméticos.
El cuerpo debe pasar desapercibido en el intercambio entre los sujetos, debe subsumirse en los códigos en vigencia y cada uno debe poder encontrar en sus interlocutores, como en un espejo, las actitudes corporales propias y una imagen que no lo sorprenda. Cuando las referencias de la identificación somática con el otro cesan, se instala el malestar, cuando las asperezas del cuerpo impiden que el mecanismo social del borramiento se instaure, se instala la molestia.
A través de las acciones diarias del hombre, el cuerpo se vuelve invisible, ritualmente borrado por la repetición incansable de las mismas situaciones y la familiaridad de las percepciones sensoriales. La conciencia de arraigo corporal de la presencia humana sólo la otorgan los períodos de tensión del individuo, sólo existe, para la conciencia del sujeto, en los momentos en que deja de cumplir con sus funciones habituales, cuando desaparece la rutina de la vida cotidiana o cuando se rompe “el silencio de los órganos”. Un dolor fuerte, el cansancio, la enfermedad, un miembro fracturado, por ejemplo, restringen el campo de acción del hombre e introducen el penoso sentimiento de una dualidad que rompe la unidad de la presencia: el sujeto se siente cautivo dentro del cuerpo que lo abandona.
Un buen ejemplo de cómo hoy se ha vuelto común el discurso dualista: se cuida al cuerpo como si se tratase de una máquina de la que hay que obtener un rendimiento óptimo. El cuerpo parece un objeto al que hay que mimar, un socio con el que hay que conciliar los valores, un motor al que hay que mantenerle todas las piezas en condiciones para que el conjunto funcione bien.
Lola Brikman, en su libro El lenguaje del movimiento corporal, define el movimiento como una respuesta que activa la masa muscular por una reacción en cadena que recorre el cuerpo de un punto a otro, provocando un desplazamiento visible en el espacio, o sin producirse éste, una respuesta aparentemente estática. Cabe distinguir un movimiento interior, poco visible, que activa masas musculares profundas, y un movimiento exterior que activa la musculatura periférica fácilmente observable.
Maralia Reca explica que el movimiento es importante porque opera sobre fijaciones como la imagen única de nosotros mismos, partes corporales no atendidas y no usadas, sentimientos que se repiten en nuestras modalidades de relación con los otros y con las cosas.
El movimiento constituye una unidad orgánica de elementos materiales y espirituales que se integran en una totalidad. Por ende, en toda tarea corporal que se intente, el cuerpo debe ser tratado como un todo psicobiológico.
Sin embargo, siguiendo a Ivonne Berge, puede observarse cómo el papel que se le da al cuerpo en la sociedad actual influye en la vida de los sujetos, en conexión con el movimiento. Esta autora plantea que nuestra sociedad atraviesa una crisis profunda, derivada en parte de las condiciones inhumanas que se le imponen. Desde la infancia cada individuo está obligado a adaptarse a dichas condiciones, en detrimento del conjunto de su ser, tanto físico como psíquico. Así, el hombre crea para sí reacciones de defensa, que terminan por formar una caparazón insensible e impermeable. Por instinto de conservación nos cerramos al ruido, a la muchedumbre, a la falta de aire, pero al mismo tiempo a todo aquello que es capaz de aflojarnos, serenarnos, hacernos vibrar.
Ya no tenemos conciencia de nuestro cuerpo. Por estar condenados a la inmovilidad en un espacio restringido, los miembros, los músculos pierden el gusto por el movimiento, se hacen torpes, ya no ayudan a descansar al espíritu, lo cual lleva a la mayor parte de las personas a desahogarse mediante la agresividad de esta energía que no ha hallado su canal de expresión.
La vida moderna perturba la armonía entre nuestra inteligencia, nuestras sensaciones y nuestras necesidades elementales. Este desorden psicosomático cada vez más frecuente, se manifiesta mediante tensiones nerviosas, tics, movimientos descontrolados, fijeza ocular, problemas respiratorios o cardíacos, angustias de todo tipo, sueño perturbado, etc.
Brikman plantea que para el descubrimiento del lenguaje corporal es indispensable la preservación de la unidad cuerpo-mente, la valorización del propio cuerpo y su cultivo en una tarea integrada con el desarrollo y la educación de la personalidad. Como ya fue expuesto, en el momento actual de nuestra cultura, por diversos factores, descuidamos nuestro cuerpo, lo utilizamos sin conocer realmente su funcionamiento, desestimando sus potencialidades, causa y efecto de una unidad psicosomática fracturada.
A la toma de conciencia sobre la estrechez del campo en que se mueve el hombre, puede seguir el sometimiento a esa situación; pero también puede ocurrir que, profundizando y enriqueciendo esa experiencia de limitación, se abra la vía del descubrimiento y comprensión de la importancia de cada individuo y sus posibilidades de proyectarse en la sociedad.
La necesidad de expresarse físicamente es una actitud de reacción contra las inhibiciones de los últimos siglos; y la necesidad de creación, una respuesta al hecho de que todo se compra, nada se fabrica personalmente, y de que los instintos de creatividad, presentes en todo individuo, están totalmente inhibidos.
El logro del movimiento creador requiere que se lo concientice a través de la sensibilidad y de la vivencia del movimiento: la atención debe centrarse sobre los huesos y su ubicación, sobre los músculos y su actividad, sobre el comportamiento de la respiración, sobre el ritmo circulatorio, es decir, sobre cada uno de los aspectos de la expresión corporal. La aptitud creadora se expresa en la capacidad de transformar el propio movimiento corporal, en la capacidad de darse cuenta de la peculiaridad de su movimiento, de sus personales posibilidades, y de enriquecerlas, todo ello en virtud de la aptitud para sentir en forma más honda que, generada por una conexión íntima consigo mismo, por una armonía interior, genera naturalmente, a su vez, nuevas formas de movimiento.
La expresión corporal nos hace tomar conciencia de cuestiones que hemos relegado a lo más profundo de nosotros mismos. Moverse libremente es expresar nuestros sentimientos más ocultos, compartir lo que pensamos pero no sabemos decir, reencontrar el contacto con la naturaleza y con los otros, realizar un poco nuestra necesidad de autenticidad. El movimiento, así como la escritura, la pintura o el canto, es un “amplificador” de las manifestaciones inconscientes.
En este sentido, existen terapias de grupo y psicodramas muy saludables, y disciplinas como la Danza Movimiento Terapia. La misma es definida como “El empleo psicoterapéutico del movimiento en un proceso que posibilita la integración física, emocional, cognitiva y social del individuo”, fundamentándose en la comprensión del “binomio” cuerpo/mente como una unión y un espejo donde cada uno es reflejo del otro. Se funda en la investigación sobre la comunicación no verbal y el movimiento corporal, la psicología del desarrollo y los sistemas de análisis del movimiento. El movimiento creativo (basado en los principios de Laban) es la base de esta modalidad terapéutica. No se trata de un enfoque educativo, ni correctivo, se construye un movimiento propio.
Coincido con Berge cuando habla de buscar una intención no relacionada curar turbaciones psíquicas graves, sino con ayudar simplemente a que la gente encuentre un equilibrio mejor, a vivir más de acuerdo con su naturaleza profunda.
El movimiento vivido con todo uno mismo transforma y mejora al hombre en sus raíces más profundas.
Por todo lo desarrollado a lo largo del trabajo, es que podemos sostener que la danza, el movimiento y la expresión corporal, tomando al ser humano como un todo indivisible, conforman vías válidas de comunicación y trabajo terapéutico, así como de resolución de conflictos existenciales, autoconocimiento, expresión y reafirmación de sentimientos, pensamientos y valores propios.
Bibliografía
* Aisenson Kogan, A. (1981). Cuerpo y persona. Filosofía y psicología del cuerpo vivido. México DF: Fondo de Cultura Económica.
* Brikman, L.(2001) El lenguaje del movimiento corporal. Buenos Aires: Paidós
* Guido, Raquel (2009). Cuerpo, Arte y Percepción. Buenos Aires: IUNA.
* Le Breton, D. (1990). Antropología del cuerpo y modernidad. París: PUF.
* Le Breton, D. (1992). La sociología del cuerpo. París: PUF.
* Reca, M. (2005). Qué es danza/movimiento terapia: el cuerpo en danza. Buenos
Psicología Técnicas Psicología
El movimiento
Para poder hablar de movimiento, así como de ser humano en la integridad de su existencia, debemos comenzar hablando sobre el cuerpo y el lugar que el mismo tiene en las sociedades actuales, como resultado de un largo desarrollo histórico en relación a su percepción.
Apenas desde comienzos del siglo XIX se da el inicio de una valoración del cuerpo como factor esencial en la vida humana en algunos pensadores, hasta culminar en el pensamiento existencial, que encaró el problema desde el ángulo del cuerpo propio.
Se adoptaron nuevas posturas que conducían a una aproximación con la psicología y la neurología, intentando comprender el operar de instancias corporales y anímicas que aparecían unidas en la experiencia, es decir, en las impresiones vividas. La psicología comenzó a estudiar la imagen del cuerpo/esquema corporal, y la filosofía existencial transformó el tema en el del cuerpo vivido.
El cuerpo
Así, pensadores como Gabriel Marcel y Sartre comenzaron a tomar el cuerpo en términos de vivencia subjetiva. Frente a las teorías que identifican al hombre con el alma o con la conciencia y reducen al cuerpo a ser un objeto o un mero mecanismo, se pone de manifiesto que el cuerpo no es algo que se tiene como se tiene un instrumento, sino que más bien constituye al ser humano como tal. Y con esto, el cuerpo adquiere el carácter de base radical para el pensar.
Plantean que el cuerpo propio se halla constantemente presente para uno mismo, como centro ordenador de la totalidad de la experiencia, y la experiencia del cuerpo propio se da ante todo como un sentir. Así, el cuerpo que vivimos no es un objeto, algo situado frente a nosotros, sino el vínculo que nos liga con nuestro pasado y nos dota así de una individualidad propia, nuestras experiencias anteriores se resumen en nuestro cuerpo, éste equivale a nuestra raza, situación social, etc. Es en sí la condición de posibilidad de todas estas facticidades, pero es más, constituye nuestra situación. Esta situación la vivimos, la “existimos”, pero según una modalidad peculiar de la conciencia.
Comienza a verse en la corporeidad un factor esencial de la situación humana, teniendo en cuenta especialmente la repercusión del cuerpo en la conciencia. La corporeidad propia constituye una de las estructuras de la autoconciencia, pero una irreflexiva. El cuerpo resulta siempre lo “desatendido”, lo “pasado en silencio”. Sartre habla de cuerpo psíquico, noción en la cual ya no se trata de la vivencia inmediata del cuerpo como cenestesia, sino que es el resultado de la aprehensión reflexiva de lo vivido.
Se llega así a la conclusión de que el hombre es un ser irreductible en su esencia a una facticidad biológica como a una pura conciencia. Se descubre siempre como ser-en-el-mundo, ser en situación. El cuerpo, como medio perceptivo y activo posibilita este ser-en-el-mundo o trascender de la conciencia hacia las cosas, no es un agregado material separado o indiferente en la existencia, sino que entra en su trama más íntima.
Los hechos corporales no son meras traducciones o símbolos de un sentido que estaría como detrás de ellos, sino que son en sí mismos significativos. Por otra parte, ninguna significación puede darse sin su mediación. Entonces, no es que lo mental constituya la causa de los fenómenos fisiológicos expresivos, sino que ambos forman una entidad única: el cuerpo dota de espesor real a un determinado estado anímico, y con ello éste se torna cierto.
Los actos psíquicos se apoyan en disposiciones fisiológicas, pero a su vez los procesos orgánicos están ligados con direcciones psíquicas; lo fisiológico y lo psíquico están reintegrados a la existencia.
Expresión
El cuerpo es un objeto expresivo, pero nunca se limita como tal sólo a la traducción de contenidos correspondientes a otros planos; expresa la existencia total, no porque sea un acompañamiento exterior a ella, sino porque ella se realiza en él.
Nacemos con un cuerpo y las funciones corporales se hallan ligadas con la existencia de modo que ésta no puede prescindir de este basamento, así como nacemos en medio de un mundo y un tiempo que nos preceden y que nos sobrevivirán; pero, ese mundo es estructurado y trascendido por cada sujeto individual y ese tiempo es temporalizado en pasado y futuro para el presente de ese sujeto. De esta manera, no es posible concebir la existencia sin verla fundida con una facticidad a la que hace suya para poder ser. El cuerpo no es el “instrumento” de la conciencia, sino su condición. El hombre puede empezar a tener una historia personal porque existe en él una “prehistoria” fisiológica.
Así, la personalidad reside primordialmente en la manera en que se acoge todo lo dado, en el vaivén entre lo que nos ha sido dado y la dirección que nuestra libertad le imprime es donde verdaderamente residimos. Por ende, nuestra existencia como subjetividad es una con nuestra existencia en tanto cuerpo.
Recibiendo como aporte lo desarrollado desde el ámbito de la filosofía, en psicología, se fue admitiendo que no todos los sectores del funcionamiento orgánico son “mudos” para el sujeto, y que la presencia sentida del organismo físico acompaña constantemente toda la experiencia particular. El sujeto vive íntimamente la impresión de su propia corporeidad como aspecto integral y permanente de su vida, tanto en el actuar en el mundo externo junto a los demás como en el percibir y ser emocionalmente afectado por ellos, con grados de conciencia variables.
La neta separación establecida por Descartes en el siglo XVII entre sustancia extensa y sustancia pensante tuvo un efecto paralizador en la psicología, se osciló entre un monismo espiritualista (“psicología racional”, “ciencia del alma”: cerebro y cuerpo como meros instrumentos del espíritu) y un monismo materialista (psicología del siglo XIX, ciencia empírica: las reacciones corporales pasaron a primer plano; auge de la psicofísica, psicofisiología y psicología experimental).
En la actualidad, si bien hay una tendencia establecida dentro de la psicología a visualizar al individuo como totalidad singular en lugar de suma de facultades y funciones, no puede decirse que esté resuelto el problema de las relaciones entre el cuerpo y el alma.
Le Breton menciona que fue a principios del siglo XX que el psicoanálisis fue tomando fuerza y rompió uno de los cerrojos que mantenían al cuerpo bajo el amparo del pensamiento organicista. Freud mostró la maleabilidad del cuerpo, el juego sutil del inconsciente en la carne del hombre. Convirtió al cuerpo en un lenguaje que habla de manera poco clara sobre las relaciones individuales y sociales; permite pensar la corporeidad en tanto materia modelada, hasta cierto punto, por las relaciones sociales y por las inflexiones de la historia personal del sujeto. Introdujo la idea de la relación en el seno de la corporeidad y la convirtió en una estructura simbólica.
Respecto del problema de la función del cuerpo, la psicoterapia constituyó una toma de posición práctica, ya que el psicólogo no se propone combatir exclusivamente perturbaciones anímicas, sino también síntomas físicos. Se ve al hombre entrañablemente ligado con su
cuerpo así como con su prójimo y la cultura en que vive, en tramas de comunicación sin las cuales no podría ser lo que es.
Cuerpo y conciencia funcionan estrechamente unidos, tanto en procesos normales como patológicos. Todo tipo de relación hombre-mundo requiere la participación del cuerpo.
El cuerpo en la Filosofía y la Psicología
Como la filosofía aceptó el cuerpo como integrante legítimo de la esencia del hombre, así mismo la psicología lo aceptó como cuerpo humano. Es un despertar conjunto por parte de ambas disciplinas a la verdad que asomaba sobre la unidad del hombre real.
En distintas escuelas psicológicas se reaccionó contra la orientación fisiologista y anatomista que había dominado en la psicología experimental para dar paso a una psicología con un sentido cada vez más marcadamente antropológico.
Paulatinamente los psicólogos fueron reparando cada vez más en la vivencia del propio cuerpo, integrante ineludible de toda experiencia y vivencia cargada de afectividad.
El cuerpo propio puede ser sentido como débil o potente, como atractivo o carente de gracia, como sexualmente más o menos diferenciado, puede exaltarnos o disminuirnos, y de tal modo inspira vanidad o vergüenza, seguridad o indefensión, respeto o repugnancia, e influye por lo tanto en las actitudes generales de cada uno, a su vez éstas lo afectan, y contribuye por todo ello a determinar importantes decisiones individuales, aunque pocas veces se torna consciente ese influjo. Sentiremos nuestro cuerpo según como nos sintamos en general en relación a nosotros mismos, al mundo y a los otros. A la vez, el sentimiento del propio cuerpo influirá en la configuración de actitudes y expectativas, y éstas paulatinamente irán plasmando modificaciones en la estructura de la personalidad ya alcanzada.
Con todo esto, se puede afirmar que las experiencias del cuerpo sentido deben constituir un dato ineludible para el psicólogo, ya que reflejan un modo total y característico del sentir y del ser del consultante en tanto que estructura existencial única, ya que el cuerpo vivido de cada uno integra su mundo vivido.
Otra prueba de la progresiva conciencia que se ha ido dando en diversos campos de la investigación y de acción terapéutica de las connotaciones existenciales del esquema corporal, es el surgimiento de numerosos sistemas de psicoterapia que toman en cuenta la dimensión corporal como factor poderosamente influyente en la dinámica psicopatológica y en el psiquismo normal.
La tendencia a incluir el cuerpo como significante en la psicoterapia constituye algo nuevo, y distinto también de las tradicionales terapias fisiológicas fundamentadas en un nexo supuestamente causal entre cuerpo objetivo y psique.
Una psicología que conceda al esquema corporal el lugar central, si no omnipresente, que le corresponde en la configuración de la personalidad, debe conducir a sistemas de psicoterapia en que el paciente no sólo se exprese verbalmente, sino que se comprometa con actitudes corporales. El paciente dice, se dice y trata al otro a través de su corporeidad.
Talleres y laboratorios
Laboratorios de sensibilización, talleres de expresión corporal, gimnasia consciente, lenguaje del cuerpo: todos estos métodos y técnicas tienen en común inducir en los pacientes una vivencia más directa, más hondamente sentida de sus emociones y sentimientos, de sus reacciones ante el otro y de las reacciones que ellos mismos provocan, en el cuerpo y a través del cuerpo.
En dichos talleres se promueve en los participantes un mayor contacto con sus emociones y su vida anímica toda, a la vez que una toma de conciencia de su propio cuerpo. No es
necesario que se halle presente ningún tipo de patología para utilizar tales técnicas. Tacto, vista, sentido muscular, son ejercitados a fin de que el paciente se sensibilice a las posibilidades de su propio cuerpo: que sienta su piel, sus huesos, sus órganos, sus miembros, es parte del proceso de dotar de significado vivido al cuerpo todo. La expresión corporal está estrechamente ligada a la danza, tiende también a que el cuerpo acreciente sus capacidades de manifestarse en la imaginación y la creación de movimientos, actitudes, gestos y miradas.
Los métodos y técnicas que consisten o incluyen una corpoterapia constituyen a la corporeidad en vía de movilización psicológica porque es percibida como depositaria de conflictos existenciales.
Hoy en día, en relación con la expansión del individualismo, las sociedades occidentales siguen basándose en un borramiento del cuerpo que se traduce en múltiples situaciones rituales de la vida cotidiana. Un ejemplo de este borramiento ritualizado es el prejuicio ante el contacto físico con el otro.
Se hace pasar por liberación de los cuerpos lo que sólo es elogio del cuerpo joven, sano, esbelto, higiénico. Estos son los valores de la modernidad, los que la publicidad propone. Son la base del relato moderno sobre el sujeto y su obligada relación con el cuerpo. Pero el hombre no siempre tiene el cuerpo liso y puro de las revistas o de las publicidades, es más, raramente responde a este modelo. De este modo se explica el éxito actual de las prácticas que sirven para ejercitar el cuerpo, el éxito de la cirugía estética o reparadora, el de las curas de adelgazamiento, el desarrollo espectacular de la industria de los cosméticos.
El cuerpo debe pasar desapercibido en el intercambio entre los sujetos, debe subsumirse en los códigos en vigencia y cada uno debe poder encontrar en sus interlocutores, como en un espejo, las actitudes corporales propias y una imagen que no lo sorprenda. Cuando las referencias de la identificación somática con el otro cesan, se instala el malestar, cuando las asperezas del cuerpo impiden que el mecanismo social del borramiento se instaure, se instala la molestia.
A través de las acciones diarias del hombre, el cuerpo se vuelve invisible, ritualmente borrado por la repetición incansable de las mismas situaciones y la familiaridad de las percepciones sensoriales. La conciencia de arraigo corporal de la presencia humana sólo la otorgan los períodos de tensión del individuo, sólo existe, para la conciencia del sujeto, en los momentos en que deja de cumplir con sus funciones habituales, cuando desaparece la rutina de la vida cotidiana o cuando se rompe “el silencio de los órganos”. Un dolor fuerte, el cansancio, la enfermedad, un miembro fracturado, por ejemplo, restringen el campo de acción del hombre e introducen el penoso sentimiento de una dualidad que rompe la unidad de la presencia: el sujeto se siente cautivo dentro del cuerpo que lo abandona.
Un buen ejemplo de cómo hoy se ha vuelto común el discurso dualista: se cuida al cuerpo como si se tratase de una máquina de la que hay que obtener un rendimiento óptimo. El cuerpo parece un objeto al que hay que mimar, un socio con el que hay que conciliar los valores, un motor al que hay que mantenerle todas las piezas en condiciones para que el conjunto funcione bien.
Referencias
Lola Brikman, en su libro El lenguaje del movimiento corporal, define el movimiento como una respuesta que activa la masa muscular por una reacción en cadena que recorre el cuerpo de un punto a otro, provocando un desplazamiento visible en el espacio, o sin producirse éste, una respuesta aparentemente estática. Cabe distinguir un movimiento interior, poco visible, que activa masas musculares profundas, y un movimiento exterior que activa la musculatura periférica fácilmente observable.
Maralia Reca explica que el movimiento es importante porque opera sobre fijaciones como la imagen única de nosotros mismos, partes corporales no atendidas y no usadas, sentimientos que se repiten en nuestras modalidades de relación con los otros y con las cosas.
El movimiento constituye una unidad orgánica de elementos materiales y espirituales que se integran en una totalidad. Por ende, en toda tarea corporal que se intente, el cuerpo debe ser tratado como un todo psicobiológico.
Sin embargo, siguiendo a Ivonne Berge, puede observarse cómo el papel que se le da al cuerpo en la sociedad actual influye en la vida de los sujetos, en conexión con el movimiento. Esta autora plantea que nuestra sociedad atraviesa una crisis profunda, derivada en parte de las condiciones inhumanas que se le imponen. Desde la infancia cada individuo está obligado a adaptarse a dichas condiciones, en detrimento del conjunto de su ser, tanto físico como psíquico. Así, el hombre crea para sí reacciones de defensa, que terminan por formar una caparazón insensible e impermeable. Por instinto de conservación nos cerramos al ruido, a la muchedumbre, a la falta de aire, pero al mismo tiempo a todo aquello que es capaz de aflojarnos, serenarnos, hacernos vibrar.
Ya no tenemos conciencia de nuestro cuerpo. Por estar condenados a la inmovilidad en un espacio restringido, los miembros, los músculos pierden el gusto por el movimiento, se hacen torpes, ya no ayudan a descansar al espíritu, lo cual lleva a la mayor parte de las personas a desahogarse mediante la agresividad de esta energía que no ha hallado su canal de expresión.
La vida moderna perturba la armonía entre nuestra inteligencia, nuestras sensaciones y nuestras necesidades elementales. Este desorden psicosomático cada vez más frecuente, se manifiesta mediante tensiones nerviosas, tics, movimientos descontrolados, fijeza ocular, problemas respiratorios o cardíacos, angustias de todo tipo, sueño perturbado, etc.
Brikman plantea que para el descubrimiento del lenguaje corporal es indispensable la preservación de la unidad cuerpo-mente, la valorización del propio cuerpo y su cultivo en una tarea integrada con el desarrollo y la educación de la personalidad. Como ya fue expuesto, en el momento actual de nuestra cultura, por diversos factores, descuidamos nuestro cuerpo, lo utilizamos sin conocer realmente su funcionamiento, desestimando sus potencialidades, causa y efecto de una unidad psicosomática fracturada.
A la toma de conciencia sobre la estrechez del campo en que se mueve el hombre, puede seguir el sometimiento a esa situación; pero también puede ocurrir que, profundizando y enriqueciendo esa experiencia de limitación, se abra la vía del descubrimiento y comprensión de la importancia de cada individuo y sus posibilidades de proyectarse en la sociedad.
La necesidad de expresarse físicamente es una actitud de reacción contra las inhibiciones de los últimos siglos; y la necesidad de creación, una respuesta al hecho de que todo se compra, nada se fabrica personalmente, y de que los instintos de creatividad, presentes en todo individuo, están totalmente inhibidos.
El logro del movimiento creador requiere que se lo concientice a través de la sensibilidad y de la vivencia del movimiento: la atención debe centrarse sobre los huesos y su ubicación, sobre los músculos y su actividad, sobre el comportamiento de la respiración, sobre el ritmo circulatorio, es decir, sobre cada uno de los aspectos de la expresión corporal. La aptitud creadora se expresa en la capacidad de transformar el propio movimiento corporal, en la capacidad de darse cuenta de la peculiaridad de su movimiento, de sus personales posibilidades, y de enriquecerlas, todo ello en virtud de la aptitud para sentir en forma más honda que, generada por una conexión íntima consigo mismo, por una armonía interior, genera naturalmente, a su vez, nuevas formas de movimiento.
La expresión corporal nos hace tomar conciencia de cuestiones que hemos relegado a lo más profundo de nosotros mismos. Moverse libremente es expresar nuestros sentimientos más ocultos, compartir lo que pensamos pero no sabemos decir, reencontrar el contacto con la naturaleza y con los otros, realizar un poco nuestra necesidad de autenticidad. El movimiento, así como la escritura, la pintura o el canto, es un “amplificador” de las manifestaciones inconscientes.
En este sentido, existen terapias de grupo y psicodramas muy saludables, y disciplinas como la Danza Movimiento Terapia. La misma es definida como “El empleo psicoterapéutico del movimiento en un proceso que posibilita la integración física, emocional, cognitiva y social del individuo”, fundamentándose en la comprensión del “binomio” cuerpo/mente como una unión y un espejo donde cada uno es reflejo del otro. Se funda en la investigación sobre la comunicación no verbal y el movimiento corporal, la psicología del desarrollo y los sistemas de análisis del movimiento. El movimiento creativo (basado en los principios de Laban) es la base de esta modalidad terapéutica. No se trata de un enfoque educativo, ni correctivo, se construye un movimiento propio.
Coincido con Berge cuando habla de buscar una intención no relacionada curar turbaciones psíquicas graves, sino con ayudar simplemente a que la gente encuentre un equilibrio mejor, a vivir más de acuerdo con su naturaleza profunda.
El movimiento vivido con todo uno mismo transforma y mejora al hombre en sus raíces más profundas.
Conclusión
Por todo lo desarrollado a lo largo del trabajo, es que podemos sostener que la danza, el movimiento y la expresión corporal, tomando al ser humano como un todo indivisible, conforman vías válidas de comunicación y trabajo terapéutico, así como de resolución de conflictos existenciales, autoconocimiento, expresión y reafirmación de sentimientos, pensamientos y valores propios.
Bibliografía
* Aisenson Kogan, A. (1981). Cuerpo y persona. Filosofía y psicología del cuerpo vivido. México DF: Fondo de Cultura Económica.
* Brikman, L.(2001) El lenguaje del movimiento corporal. Buenos Aires: Paidós
* Guido, Raquel (2009). Cuerpo, Arte y Percepción. Buenos Aires: IUNA.
* Le Breton, D. (1990). Antropología del cuerpo y modernidad. París: PUF.
* Le Breton, D. (1992). La sociología del cuerpo. París: PUF.
* Reca, M. (2005). Qué es danza/movimiento terapia: el cuerpo en danza. Buenos