Viernes, 06 de junio de 2014
josejesus
Psicología
Psicología
Durante siglos la vivencia de la masculinidad ha girado en torno al demostrar las características, habilidades, actitudes y valores “apropiados” a los hombres.
Recordando que la construcción de los roles de género tiene una raíz social, y que por consiguiente cumple con una función establecida en códigos y normas prediseñados tanto para los hombres como para las mujeres; es importante partir del supuesto de que para lograr la aceptación y el sentimiento de pertenencia en la manada se deben de cumplir con dichos códigos conductuales y tratar en la medida de lo posible de vivir dentro de la “normalidad”.
Desde la primera infancia, los niños perciben que para ser aceptados por sus padres deben de cumplir con las expectativas que han puesto en ellos; dichas expectativas son muy diferentes conforme al género del niño. Es bien sabido por todos que mientras a las niñas se les permite – demanda tener una vida emocional y afectiva rica en formas expresivas, a los varoncitos se les permite- demanda que el contenido emocional de sus experiencias sea limitado, y no pocas veces se les castiga por mostrar emociones y/o afectos que no son valorados o aceptados por su grupo social.
En occidente vivimos un machismo que ha sido fomentado tanto por los hombres como por las mujeres, que si bien durante las últimas décadas se han logrado avances para ambos géneros, hoy en día, y más en nuestro país, se continua respirando en un ambiente donde hay muy poca o ninguna sensibilización del precio que se paga por tener roles de género tan rígidos – neuróticos - ; y de cómo se excluye, discrimina y violenta a todo aquel o aquella que se permite ir más allá de lo que socialmente se ha establecido.
Cuando un hombre muestra sus afectos, cuida de sus hijos, se ocupa no solo de ser proveedor sino también formador - entre otros cambios que a nivel social sí se han venido gestado dentro del núcleo familiar - no tardan en aparecer los juicios y las etiquetas referente a su masculinidad. Lo positivo de esto es que a pesar de lo anterior cada vez más los hombres se permiten ser flexibles consigo mismos, y jugar con el rol de género que les ha sido impuesto, lo cual genera dentro de la dinámica familiar que los hijos reaprendan códigos y sobre todo se permitan a ellos mismos lo que ven que su padre se permite, y esto tiene un valor altísimo en la salud psico-emocional de un individuo.
Solo aquellos hijos que ven en su padre a un ser humano que es capaz de tener una vida emocional plena se van a permitir a ellos mismos el expresar sus emociones, compartir sus reflexiones y sus pensamientos referente a cómo enfrentan y resuelven la vida. Si un hijo ve en su padre a una figura rígida y dura, que no expresa qué siente ni quién es, será mucho muy difícil que al convertirse en adulto pueda movilizar su energía en aquellas emociones que desde pequeño aprendió a suprimir e inclusive a negar.
En base a lo anteriormente mencionado radica la importancia del reaprender y darle un significado diferente al rol de género, a la vivencia de la masculinidad, vamos pues al ser hombre.
Es un trabajo conjunto entre ambos géneros, tanto los hombres al sensibilizarse con las diferentes formas expresivas de la masculinidad, y darse cuenta que todas y cada una de ellas tiene la misma dignidad, valor y derecho de ser y estar – lo cual lo abordaré en la siguiente reflexión del blog –, como de las mujeres al acompañar al hombre y ayudarle a traducir sus emociones e integrarlas a su experiencia de vida. Solo el trabajo en conjunto, desde un núcleo familiar sólido y tolerante puede generar los cambios que en nuestra sociedad tanto se necesitan.
Recordando que la construcción de los roles de género tiene una raíz social, y que por consiguiente cumple con una función establecida en códigos y normas prediseñados tanto para los hombres como para las mujeres; es importante partir del supuesto de que para lograr la aceptación y el sentimiento de pertenencia en la manada se deben de cumplir con dichos códigos conductuales y tratar en la medida de lo posible de vivir dentro de la “normalidad”.
Desde la primera infancia, los niños perciben que para ser aceptados por sus padres deben de cumplir con las expectativas que han puesto en ellos; dichas expectativas son muy diferentes conforme al género del niño. Es bien sabido por todos que mientras a las niñas se les permite – demanda tener una vida emocional y afectiva rica en formas expresivas, a los varoncitos se les permite- demanda que el contenido emocional de sus experiencias sea limitado, y no pocas veces se les castiga por mostrar emociones y/o afectos que no son valorados o aceptados por su grupo social.
En occidente vivimos un machismo que ha sido fomentado tanto por los hombres como por las mujeres, que si bien durante las últimas décadas se han logrado avances para ambos géneros, hoy en día, y más en nuestro país, se continua respirando en un ambiente donde hay muy poca o ninguna sensibilización del precio que se paga por tener roles de género tan rígidos – neuróticos - ; y de cómo se excluye, discrimina y violenta a todo aquel o aquella que se permite ir más allá de lo que socialmente se ha establecido.
Cuando un hombre muestra sus afectos, cuida de sus hijos, se ocupa no solo de ser proveedor sino también formador - entre otros cambios que a nivel social sí se han venido gestado dentro del núcleo familiar - no tardan en aparecer los juicios y las etiquetas referente a su masculinidad. Lo positivo de esto es que a pesar de lo anterior cada vez más los hombres se permiten ser flexibles consigo mismos, y jugar con el rol de género que les ha sido impuesto, lo cual genera dentro de la dinámica familiar que los hijos reaprendan códigos y sobre todo se permitan a ellos mismos lo que ven que su padre se permite, y esto tiene un valor altísimo en la salud psico-emocional de un individuo.
Solo aquellos hijos que ven en su padre a un ser humano que es capaz de tener una vida emocional plena se van a permitir a ellos mismos el expresar sus emociones, compartir sus reflexiones y sus pensamientos referente a cómo enfrentan y resuelven la vida. Si un hijo ve en su padre a una figura rígida y dura, que no expresa qué siente ni quién es, será mucho muy difícil que al convertirse en adulto pueda movilizar su energía en aquellas emociones que desde pequeño aprendió a suprimir e inclusive a negar.
En base a lo anteriormente mencionado radica la importancia del reaprender y darle un significado diferente al rol de género, a la vivencia de la masculinidad, vamos pues al ser hombre.
Es un trabajo conjunto entre ambos géneros, tanto los hombres al sensibilizarse con las diferentes formas expresivas de la masculinidad, y darse cuenta que todas y cada una de ellas tiene la misma dignidad, valor y derecho de ser y estar – lo cual lo abordaré en la siguiente reflexión del blog –, como de las mujeres al acompañar al hombre y ayudarle a traducir sus emociones e integrarlas a su experiencia de vida. Solo el trabajo en conjunto, desde un núcleo familiar sólido y tolerante puede generar los cambios que en nuestra sociedad tanto se necesitan.