Psicología
No llueve. El sol calienta hasta los últimos rincones del lugar alcanzando temperaturas inhumanas. La vegetación, antes húmeda y de abundantes verdes, se ha secado irremediablemente, dando paso a otros tipos de floras y de faunas, aptas para las condiciones climáticas. Y a veces son tan extremas esas condiciones, que hasta los cactus más recios sucumben y de ello sólo quedan dunas de arena.
Bonitas de ver, las dunas. Pero desde el punto de vista bioenergético es otro cantar. Y ni qué decir del desierto emocional en el que viven millones de personas que no encuentran el camino de vuelta a la experiencia de sentirse, con su energía vital.
Wilhelm Reich, de nuevo y con mucho placer al nombrarlo. En 1955 publicó un documento llamado “El Dor Buster Médico”, que fue reimpreso en 1960 con el nombre de “El Desierto Emocional”, mostrando cómo la vegetación secundaria después de un proceso de desertificación tiene similitudes con el “comportamiento espinoso de las personas vacías y desérticas en su interior”.
En sus palabras:
“La continua presencia de la muerte (atmósfera DOR) y la siempre presente conciencia gris del fin inevitable caracteriza tanto la vida en el desierto como la vida en el hombre acorazado. La desolación de la emoción, la deshidratación de los tejidos alternada con el hinchamiento, con la obesidad flácida o la inclinación al edema o a la enfermedad que causa edema, el alcoholismo que sirve para estimular a lo que queda de un sentido de la vida original, el crimen y la psicosis y finalmente las convulsiones de una vida impedida, frustrada y maltratada son únicamente unas cuantas de las consecuencias del desierto emocional.
El odio amargo y la disponibilidad a matar la vida primaria por parte de la vida desértica no es meramente una expresión de la frustración. Es en el sentido más profundo como se ha demostrado previamente, una lucha por sobrevivir y prevalecer contra la vida natural y sana. Es decir, la lucha amarga y bien organizada en contra de las fuerzas de la vida. Es decir, la perfecta organización en la exclusión o degradación con todo aquello que tiene que ver con lo verdaderamente vivo”.
Ejemplos hay muchos. Reich hablaba en esa época de un pediatra llamado Pirquet, que proponía programas compulsivos de alimentación “diseñados para matar todo movimiento autorregulatorio en los lactantes, creando toda una generación de neuróticos frustrados oralmente”. El señor Pirquet ya estará a metros bajo tierra, pero nos quedan ejemplares parecidos como es el caso de las propuestas de Estivill, relacionadas con los hábitos del sueño, más encaminadas a la disciplina impuesta y antinatural, que al cuidado de la salud de bebés y niños muy pequeños. Y renacen también quienes sugieren separar a los bebés de sus madres prematuramente, así como quienes pretenden prohibir todo lo que tiene que ver con el funcionamiento genital que no esté de acuerdo con las condiciones de vida “establecidas por mentes emocionalmente desérticas”.
Pero no somos tan inconscientes como nos gusta parecer. Sabemos cuando estamos bloqueados/as e incluso cómo escondemos estos bloqueos. Lo que sucede es que no hay quien llegue milagrosamente a despertar a la bella durmiente con un beso que extraiga las emociones bloqueadas, sentidas como vergonzosas, intolerables, sucias, y al no encararlas se aferran cada vez más a una coraza crecientemente rígida y espinosa.
Parece haber, según Reich, dos alternativas de respuesta frente a estas emociones, que no sólo atañen al individuo sino que se pueden extrapolar a todo el sistema social. Tomemos en cuenta esta generalidad e intentemos traducirla a algún aspecto de la vida individual o colectiva. Sorprende su gran parecido con algunas realidades de procesos de transformación, independientemente de tiempos y de espacios.
¿Cómo sería la dinámica de una estructura caracterial acorazada en un proceso de cambio?
Primero, un entusiasmo intenso, ante la posibilidad de “salvarse” de las propias emociones tan incómodas, de los propios huracanes, tornados y otros desastres. Segundo, un odio amargo y letal, al comprobar que esto no es posible sin una implicación absoluta, en donde no hay salvadores. Y por último, una resignación a lo “imposible”, condenando la expresión a lo que hay, especializándose en la evasión de lo crucial en la vida.
Por otro lado, está la respuesta natural, que defiende la vida y que empieza con una sensación de abatimiento e indefensión ante el bloqueo. Pero la energía vital que queda libre se aprovecha para contaatacar con una rabia “sana, buena, honesta” para terminar (¿o empezar?) con una calmada superioridad –no arrogancia– por la conquista de la energía vital sobre la energía estancada.
Vida, pura vida, que recuerda al río cuyas aguas fluyen abundantemente y sin dificultad. Vida que se asemeja al cielo azul con sus nubes claras y bien delineadas. La solución no está en evitar nuestros huracanes interiores. Consiste en el poder de utilizar la fuerza que nos queda para recuperar, contra viento y marea, el funcionamiento natural de nuestro sistema biológico, psicológico y social.
María Clara Ruiz
Nota: Este artículo está basado en la primera parte del documento de Wilhelm Reich: “El Dor Buster Médico” (1955), reimpreso más tarde como “El Desierto Emocional” (1960).
Para los no familiarizados con el pensamiento reichiano, sugiero leer el artículo publicado en este blog: “La Coraza Caracterial y Muscular”. Para profundizar en la teoría y la técnica, propongo acceder a la “Biblioteca”, así como a las páginas web de las diferentes escuelas y centros post-reichianos, gracias a los cuales el paradigma reichiano se actualiza permanentemente: “Recursos Post-Reich”.