Viernes, 04 de julio de 2014
davidsalinasterapeuta
Psicología
Psicología
Hagamos un pequeño ejercicio de imaginación.
Imagina que estás al inicio de un camino.
No importa cómo sea la senda. Si es una travesía de tierra o arena, un sendero de cemento o una calzada de baldosas amarillas. No importa.
No importa el paisaje que observes alrededor. Si es una vista de campo abierto o de arboleda cerrada, una jungla de grandes edificios o un desierto perenne. No importa.
Porque es tu camino. Y tú, con tu imaginación, lo construyes.
Pero imagina que empiezas a andar el camino, y desde muy pronto aparecen varios obstáculos: tienes que saltar zanjas, escalar muros, rodear grandes rocas y esquivar a gente que te entorpece el paso o incluso te hace la zancadilla. Las dificultades son tan amplias, que no puedes evitar tropezarte y caerte, y te caes y te levantas, y te vuelves a caer y te vuelves a levantar, cada vez con más esfuerzo, pero lo sigues haciendo porque quieres seguir en el camino.
Y entonces, de repente, surge de la nada un vendaval con una fuerza inmensa, que te empuja tan, tan lejos, que acabas cayendo de espalda justo casi al principio del camino. Y otra vez tienes que empezar de nuevo.
Desolador, ¿verdad?
Ahora quiero que hagamos un segundo ejercicio de imaginación.
Quiero que cierres los ojos durante unos segundos y que imagines: que estás dentro de una jaula de la que no puedes salir.
La jaula se llama estancamiento o indefensión. El camino es la VIDA.
Por supuesto que el camino tiene muchas cosas agradables, y podemos pararnos siempre que queramos a observar los bellos paisajes que se nos descubren alrededor, y seguro nos encontraremos con gentes amables que nos ayudarán a escalar los muros o saltar las zanjas o simplemente nos entretendrán a lo largo del camino. Por supuesto que sí. Son lo que hace que el camino valga la pena.
Pero los obstáculos nunca deben ser una excusa para abandonar el camino y no querer continuar hacia delante.
Dime, ¿tú qué prefieres? ¿El camino... o la jaula?