Jueves, 19 de diciembre de 2013
Psicocrece
- Puebla, (México)
Psicología
“Llevo más de 20 años divorciada, sin embargo me sigo sintiendo deprimida, creo que no lo he superado”. Esto fue lo que me comentó una mujer de casi 60 años de edad cuando asistió a uno de los talleres que impartí con relación al divorcio. Últimamente es común encontrar, ya sea en el consultorio o fuera de él, parejas que a pesar de haber firmado su sentencia de divorcio NO sienten haber logrado la independencia ni el bienestar emocional tan esperado que creyeron tendrían cuando el juez los declarara formalmente divorciados. Este fenómeno es al que yo llamo Divorcio Fantasma.
Firmar una sentencia de divorcio es una cosa, mientras que separarse emocionalmente de tu pareja es otra totalmente diferente. El proceso de divorcio es algo que, muchas veces, aumenta el vínculo emocional entre las personas que se están separando. Esto podrá sonarte raro o poco creíble. Mucha gente cree que cuando los sentimientos de amor por la pareja se han desvanecido, es suficiente para desvincularse y poder vivir sin tener que pensar más en la otra persona. Esto es parcialmente cierto. Cuando he atendido a parejas en terapia de divorcio (es decir, una terapia cuyo objetivo es lograr una separación lo más armónica y lo menos agresiva posible), se hace evidente que dejar de sentir “cosas románticas y bonitas” no es suficiente para desapegarse sanamente. Las personas siguen conectadas por medio de intensas emociones negativas. Piénsalo de esta manera, ¿recuerdas la caricatura del correcaminos y el coyote? En cada capítulo, el coyote vive obsesionado con desarrollar mejores estrategias para atrapar al correcaminos. No son amigos, sin embargo, sus energías están invertidas ya sea en atrapar o en escapar. ¿Cuánto de su valioso tiempo desperdician pensando en el otro? Su razón de ser gira irremediablemente en torno a la vida de alguien por quien no sienten cariño. Existen parejas que, a pesar de estar divorciadas, siguen funcionando igual que estos personajes animados.
Pero… ¿por qué pasa esto? Una de las razones que me he encontrado es el proceso mismo del divorcio. Esto es especialmente evidente cuando se trata de un divorcio que ha sido promovido de manera unilateral. Me pregunto qué efectos estará teniendo a nivel emocional esta nueva modalidad de “divorcio express”. De acuerdo con estadísticas del INEGI, en 2009 se registraron un total de 71,689 divorcios en México. De ellos 45,889 fueron de mutuo acuerdo. El resto (es decir 25,800) fueron por otras causas (infidelidad, amenazas, violencia intrafamiliar, entre otras). De lo que he podido observar, el procedimiento legal para divorciarse cuando no es de mutuo consentimiento, en general incrementa la vinculación negativa. Veamos el proceso. Una persona solicita el divorcio pero su pareja no se lo quiere dar (aunque la pareja también desea separarse, le da temor pensar en las consecuencias económicas. Habrá que repartir los bienes y llegar a acuerdos económicos. Esta es una tarea muy compleja, ya que si cuando “había amor” no se podían poner de acuerdo, ahora que hay resentimiento, llegar a negociaciones de quién se queda con qué y que ambos queden satisfechos es prácticamente imposible). Para empeorar la situación, muchas veces los abogados promueven la enemistad y el enojo entre la pareja. Por ejemplo, el abogado le dice a su cliente “vamos a pelear por la mitad de la casa y por una buena pensión. Ya pensé en un buen argumento defensivo para ganar, pero necesito que practiquemos cómo vas a responder durante el juicio.” Acto seguido, el cliente ensaya como responderá durante el interrogatorio frente al juez. Sin embargo, sus respuestas carecen de la intensidad emocional que el abogado necesita para que su argumento defensivo sea sólido y creíble. “Necesitas mostrarte más enojada, tenemos que demostrar lo injusto que ha sido tu pareja contigo y así no te ves convincente”, sugiere el abogado. En consecuencia, por ganar un pleito legal, las semillas del rencor y el resentimiento se siembran y echan raíces en el corazón de la persona que busca separarse.
Sobra decir que hay ciertos abogados que alimentan el odio hacia la pareja de sus clientes. Apoyándose en el argumento de que la ley establece ciertos derechos, hacen cuentas de todo lo que su defendido puede llegar a reclamar al disolver el contrato matrimonial. Es difícil no sentir enojo cuando alguien nos convence de todo lo que nos merecemos (y que no hemos obtenido) por haber soportado un matrimonio infernal. Así, la pareja se vuelve un enemigo al que hay que derrotar. Finalmente, cuando el proceso de divorcio termina, el abogado estrecha la mano de su cliente, satisfecho de haber ganado el juicio. Sin embargo, el abogado no se encarga de restablecer la esfera emocional que queda tan golpeada tras todo el proceso. Luego, la persona tiene que ingeniárselas para procesar y superar el daño que la separación generó y que el juez, por obvias razones, no tomó en cuenta. Simplemente porque cuantificar legalmente y probar un daño emocional cuesta mucho trabajo y dinero (usualmente 3 peritajes: el de él, el de ella y el de “desempate”). Si tú tuviste o estás atravesando por un divorcio de este tipo, entenderás ahora por qué uno termina actuando como el coyote y el correcaminos.
Otro factor que me he encontrado para explicar el divorcio fantasma, se da cuando a pesar de que la pareja ya está divorciada, siguen actuando como si no lo estuvieran. Esto implica que continúan encargándose de las necesidades emocionales de su ahora ex-cónyuge. Procedo a explicarme. A nivel psicológico, el matrimonio implica un contrato donde cada una de las partes acuerda (lo admitan conscientemente o no) satisfacer las necesidades del otro, siempre y cuando la pareja acepte, en reciprocidad, satisfacer las necesidades que uno tiene. Cuando una pareja se divorcia, lo hacen porque en teoría este acuerdo implícito no se cumplió (el término legal para este fenómeno psicológico suele llamarse “incompatibilidad de caracteres”).
De esta manera, un divorcio implica que ya no se tiene el compromiso ni la obligación social de velar por las necesidades de la pareja. Pero existen circunstancias donde las personas tienen dificultad para enfrentar la nueva responsabilidad de hacerse cargo de su propia vida. Yo lo comparo con un fenómeno similar que sucede hoy en día, donde personas de más de 30 años siguen viviendo y dependiendo (económica o emocionalmente) de los padres por miedo a enfrentar el reto de crecer. Así, muchas personas firman el divorcio con la idea de librarse de los conflictos y discusiones. Sin embargo, mantienen la intención inconsciente de seguir contando con alguien que se haga cargo de sus necesidades emocionales y/o económicas. Esto implica, por ejemplo, llamadas telefónicas donde te platico lo triste que he estado o lo mal que me ha ido en mis proyectos, con la doble intención de que me consueles o me ayudes a sentirme mejor. Así, como puede verse, el vínculo afectivo se puede mantener y conservar por años. A veces a nuestras necesidades emocionales poco les importa que exista un documento firmado donde se asiente que ya no somos pareja.
No quiero implicar de ninguna manera que los divorcios deban terminar con ambas personas odiándose o siendo indiferentes por completo a quien en el pasado fue su pareja. El punto que quiero resaltar simplemente está en la confusión que muchas personas sienten cuando no se dan cuenta que el vínculo emocional aún respira y ellos lo creían muerto. Me refiero a los casos cuando se empeñan en actuar como si ya se hubieran desapegado, pero a los ojos de los demás, es evidente que su estado de ánimo y su conducta los contradicen. Lo resalto porque es algo que veo con relativa frecuencia. Gente deprimida, preocupada de que su vida no marche bien, con dificultad para encontrar una nueva pareja o para hacerse cargo de sí mismos en su nueva condición de solteros, sorprendidos porque no entienden qué está mal en su vida o dónde está el error. Pero que, a su vez, son incapaces de ver que su vínculo emocional con su ex sigue vivo. Incapaces de reconocer también cómo esto está obstaculizando su desarrollo y crecimiento personal.
Finalmente, divorciarse es una decisión que requiere de madurez. Así como muchas personas idealizan la relación de pareja soñando con un romanticismo eterno, muchas personas idealizan el divorcio. Creen que será la solución a sus problemas. “No más discusiones” – se dicen a sí mismos. Una de las mayores ironías que observo durante una separación legal, es que para poder divorciarse de manera civilizada y armónica, ambas personas necesitan tener un nivel de tolerancia a la frustración igual, y a veces mayor, que cuando eran una pareja bien avenida. Si durante los buenos tiempos no lograron ponerse de acuerdo, divorciarse con la menor agresión posible implica aprender a negociar (e incluso, a veces, ceder), a pesar de traer las emociones como “avispero alborotado”.
Ahora, piensa en tu ex pareja. ¿Sientes coraje por lo que se llevó? ¿Te hierve la sangre? ¿Sigues pensando que fue injusto? ¿Le das vueltas en la cabeza durante varios días pensando cómo hubieran podido separarse de manera menos dolorosa? ¿Quieres venganza? ¿Crees que se quedó con la mejor parte? ¿Esperas que responda a tus llamadas telefónicas o mensajes cuando tienes alguna necesidad que NO está relacionada con los hijos que tienen en común? ¿Te lamentas pensando por qué él/ella si ha logrado rehacer su vida y tú no? ¿Sientes que aún te debe una explicación? ¿Sigues esperando que recapacite y vuelva? No conozco tu caso, pero si lo que te menciono te resulta familiar, pudiera ser que tu corazón jamás te acompañó cuando firmaste esa sentencia de divorcio.
Psicología
Psic. José Manuel Lomelí
“Llevo más de 20 años divorciada, sin embargo me sigo sintiendo deprimida, creo que no lo he superado”. Esto fue lo que me comentó una mujer de casi 60 años de edad cuando asistió a uno de los talleres que impartí con relación al divorcio. Últimamente es común encontrar, ya sea en el consultorio o fuera de él, parejas que a pesar de haber firmado su sentencia de divorcio NO sienten haber logrado la independencia ni el bienestar emocional tan esperado que creyeron tendrían cuando el juez los declarara formalmente divorciados. Este fenómeno es al que yo llamo Divorcio Fantasma.
Firmar una sentencia de divorcio es una cosa, mientras que separarse emocionalmente de tu pareja es otra totalmente diferente. El proceso de divorcio es algo que, muchas veces, aumenta el vínculo emocional entre las personas que se están separando. Esto podrá sonarte raro o poco creíble. Mucha gente cree que cuando los sentimientos de amor por la pareja se han desvanecido, es suficiente para desvincularse y poder vivir sin tener que pensar más en la otra persona. Esto es parcialmente cierto. Cuando he atendido a parejas en terapia de divorcio (es decir, una terapia cuyo objetivo es lograr una separación lo más armónica y lo menos agresiva posible), se hace evidente que dejar de sentir “cosas románticas y bonitas” no es suficiente para desapegarse sanamente. Las personas siguen conectadas por medio de intensas emociones negativas. Piénsalo de esta manera, ¿recuerdas la caricatura del correcaminos y el coyote? En cada capítulo, el coyote vive obsesionado con desarrollar mejores estrategias para atrapar al correcaminos. No son amigos, sin embargo, sus energías están invertidas ya sea en atrapar o en escapar. ¿Cuánto de su valioso tiempo desperdician pensando en el otro? Su razón de ser gira irremediablemente en torno a la vida de alguien por quien no sienten cariño. Existen parejas que, a pesar de estar divorciadas, siguen funcionando igual que estos personajes animados.
Pero… ¿por qué pasa esto? Una de las razones que me he encontrado es el proceso mismo del divorcio. Esto es especialmente evidente cuando se trata de un divorcio que ha sido promovido de manera unilateral. Me pregunto qué efectos estará teniendo a nivel emocional esta nueva modalidad de “divorcio express”. De acuerdo con estadísticas del INEGI, en 2009 se registraron un total de 71,689 divorcios en México. De ellos 45,889 fueron de mutuo acuerdo. El resto (es decir 25,800) fueron por otras causas (infidelidad, amenazas, violencia intrafamiliar, entre otras). De lo que he podido observar, el procedimiento legal para divorciarse cuando no es de mutuo consentimiento, en general incrementa la vinculación negativa. Veamos el proceso. Una persona solicita el divorcio pero su pareja no se lo quiere dar (aunque la pareja también desea separarse, le da temor pensar en las consecuencias económicas. Habrá que repartir los bienes y llegar a acuerdos económicos. Esta es una tarea muy compleja, ya que si cuando “había amor” no se podían poner de acuerdo, ahora que hay resentimiento, llegar a negociaciones de quién se queda con qué y que ambos queden satisfechos es prácticamente imposible). Para empeorar la situación, muchas veces los abogados promueven la enemistad y el enojo entre la pareja. Por ejemplo, el abogado le dice a su cliente “vamos a pelear por la mitad de la casa y por una buena pensión. Ya pensé en un buen argumento defensivo para ganar, pero necesito que practiquemos cómo vas a responder durante el juicio.” Acto seguido, el cliente ensaya como responderá durante el interrogatorio frente al juez. Sin embargo, sus respuestas carecen de la intensidad emocional que el abogado necesita para que su argumento defensivo sea sólido y creíble. “Necesitas mostrarte más enojada, tenemos que demostrar lo injusto que ha sido tu pareja contigo y así no te ves convincente”, sugiere el abogado. En consecuencia, por ganar un pleito legal, las semillas del rencor y el resentimiento se siembran y echan raíces en el corazón de la persona que busca separarse.
Sobra decir que hay ciertos abogados que alimentan el odio hacia la pareja de sus clientes. Apoyándose en el argumento de que la ley establece ciertos derechos, hacen cuentas de todo lo que su defendido puede llegar a reclamar al disolver el contrato matrimonial. Es difícil no sentir enojo cuando alguien nos convence de todo lo que nos merecemos (y que no hemos obtenido) por haber soportado un matrimonio infernal. Así, la pareja se vuelve un enemigo al que hay que derrotar. Finalmente, cuando el proceso de divorcio termina, el abogado estrecha la mano de su cliente, satisfecho de haber ganado el juicio. Sin embargo, el abogado no se encarga de restablecer la esfera emocional que queda tan golpeada tras todo el proceso. Luego, la persona tiene que ingeniárselas para procesar y superar el daño que la separación generó y que el juez, por obvias razones, no tomó en cuenta. Simplemente porque cuantificar legalmente y probar un daño emocional cuesta mucho trabajo y dinero (usualmente 3 peritajes: el de él, el de ella y el de “desempate”). Si tú tuviste o estás atravesando por un divorcio de este tipo, entenderás ahora por qué uno termina actuando como el coyote y el correcaminos.
Otro factor que me he encontrado para explicar el divorcio fantasma, se da cuando a pesar de que la pareja ya está divorciada, siguen actuando como si no lo estuvieran. Esto implica que continúan encargándose de las necesidades emocionales de su ahora ex-cónyuge. Procedo a explicarme. A nivel psicológico, el matrimonio implica un contrato donde cada una de las partes acuerda (lo admitan conscientemente o no) satisfacer las necesidades del otro, siempre y cuando la pareja acepte, en reciprocidad, satisfacer las necesidades que uno tiene. Cuando una pareja se divorcia, lo hacen porque en teoría este acuerdo implícito no se cumplió (el término legal para este fenómeno psicológico suele llamarse “incompatibilidad de caracteres”).
De esta manera, un divorcio implica que ya no se tiene el compromiso ni la obligación social de velar por las necesidades de la pareja. Pero existen circunstancias donde las personas tienen dificultad para enfrentar la nueva responsabilidad de hacerse cargo de su propia vida. Yo lo comparo con un fenómeno similar que sucede hoy en día, donde personas de más de 30 años siguen viviendo y dependiendo (económica o emocionalmente) de los padres por miedo a enfrentar el reto de crecer. Así, muchas personas firman el divorcio con la idea de librarse de los conflictos y discusiones. Sin embargo, mantienen la intención inconsciente de seguir contando con alguien que se haga cargo de sus necesidades emocionales y/o económicas. Esto implica, por ejemplo, llamadas telefónicas donde te platico lo triste que he estado o lo mal que me ha ido en mis proyectos, con la doble intención de que me consueles o me ayudes a sentirme mejor. Así, como puede verse, el vínculo afectivo se puede mantener y conservar por años. A veces a nuestras necesidades emocionales poco les importa que exista un documento firmado donde se asiente que ya no somos pareja.
No quiero implicar de ninguna manera que los divorcios deban terminar con ambas personas odiándose o siendo indiferentes por completo a quien en el pasado fue su pareja. El punto que quiero resaltar simplemente está en la confusión que muchas personas sienten cuando no se dan cuenta que el vínculo emocional aún respira y ellos lo creían muerto. Me refiero a los casos cuando se empeñan en actuar como si ya se hubieran desapegado, pero a los ojos de los demás, es evidente que su estado de ánimo y su conducta los contradicen. Lo resalto porque es algo que veo con relativa frecuencia. Gente deprimida, preocupada de que su vida no marche bien, con dificultad para encontrar una nueva pareja o para hacerse cargo de sí mismos en su nueva condición de solteros, sorprendidos porque no entienden qué está mal en su vida o dónde está el error. Pero que, a su vez, son incapaces de ver que su vínculo emocional con su ex sigue vivo. Incapaces de reconocer también cómo esto está obstaculizando su desarrollo y crecimiento personal.
Finalmente, divorciarse es una decisión que requiere de madurez. Así como muchas personas idealizan la relación de pareja soñando con un romanticismo eterno, muchas personas idealizan el divorcio. Creen que será la solución a sus problemas. “No más discusiones” – se dicen a sí mismos. Una de las mayores ironías que observo durante una separación legal, es que para poder divorciarse de manera civilizada y armónica, ambas personas necesitan tener un nivel de tolerancia a la frustración igual, y a veces mayor, que cuando eran una pareja bien avenida. Si durante los buenos tiempos no lograron ponerse de acuerdo, divorciarse con la menor agresión posible implica aprender a negociar (e incluso, a veces, ceder), a pesar de traer las emociones como “avispero alborotado”.
Ahora, piensa en tu ex pareja. ¿Sientes coraje por lo que se llevó? ¿Te hierve la sangre? ¿Sigues pensando que fue injusto? ¿Le das vueltas en la cabeza durante varios días pensando cómo hubieran podido separarse de manera menos dolorosa? ¿Quieres venganza? ¿Crees que se quedó con la mejor parte? ¿Esperas que responda a tus llamadas telefónicas o mensajes cuando tienes alguna necesidad que NO está relacionada con los hijos que tienen en común? ¿Te lamentas pensando por qué él/ella si ha logrado rehacer su vida y tú no? ¿Sientes que aún te debe una explicación? ¿Sigues esperando que recapacite y vuelva? No conozco tu caso, pero si lo que te menciono te resulta familiar, pudiera ser que tu corazón jamás te acompañó cuando firmaste esa sentencia de divorcio.