Miércoles, 05 de febrero de 2014
u-52175
Psicología
Psicología
Yo siento, ¿y tú?
Socio-culturalmente se ha transmitido que la infancia y la niñez son etapas caracterizadas por la alegría y la ausencia de preocupaciones. Sin embargo, numerosas investigaciones demuestran que los niños también sienten tristeza, angustia y ansiedad, que pueden desencadenar en trastornos emocionales.
En consecuencia, es necesario dar prioridad al desarrollo emocional saludable de todos los niños y adolescentes, con mayor énfasis en esta época de tecnologías fantásticas que los atrapan en el anonimato y no dejan espacio para el pensar-sentir-actuar. La primer tarea para el logro de ese fin consistirá en aprender a identificar nuestras emociones a través de sus componentes (cognitivos, fisiológicos, conductuales), ya que no nacemos con esa habilidad. Una vez que puedo identificar mis emociones en respuesta a un acontecimiento, será posible hacer consciente mis pensamientos y manejar de forma positiva mis acciones.
Con el objetivo de fomentar el desarrollo socio-emocional muchos autores han trabajado sobre el concepto de Inteligencia Emocional. La misma es definida por Mayer y Salovey (1997) como: “la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud;….y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”.
Por eso la importancia de desarrollar actividades en un Taller de Inteligencia Emocional que se focalice en ayudar a los niños a desarrollar habilidades que les permitieran superar sus miedos, afrontar situaciones complejas de su vida cotidiana y a resolver conflictos como “niños valientes y niños de paz”. Esas actividades deberán incluir estrategias de reflexión y de relajación, y el trabajo en conjunto con los padres o cuidadores de estos niños y adolescentes.
Finalmente, nos queda abierta la invitación de recordar la importancia de fomentar un clima familiar que esté atento a las necesidades afectivas de sus hijos e hijas, en el cual el expresar sentimientos positivos y el compartir las emociones de todos los miembros de la familia sean anfitriones en la mesa de cada cena.
Socio-culturalmente se ha transmitido que la infancia y la niñez son etapas caracterizadas por la alegría y la ausencia de preocupaciones. Sin embargo, numerosas investigaciones demuestran que los niños también sienten tristeza, angustia y ansiedad, que pueden desencadenar en trastornos emocionales.
En consecuencia, es necesario dar prioridad al desarrollo emocional saludable de todos los niños y adolescentes, con mayor énfasis en esta época de tecnologías fantásticas que los atrapan en el anonimato y no dejan espacio para el pensar-sentir-actuar. La primer tarea para el logro de ese fin consistirá en aprender a identificar nuestras emociones a través de sus componentes (cognitivos, fisiológicos, conductuales), ya que no nacemos con esa habilidad. Una vez que puedo identificar mis emociones en respuesta a un acontecimiento, será posible hacer consciente mis pensamientos y manejar de forma positiva mis acciones.
Con el objetivo de fomentar el desarrollo socio-emocional muchos autores han trabajado sobre el concepto de Inteligencia Emocional. La misma es definida por Mayer y Salovey (1997) como: “la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud;….y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”.
Por eso la importancia de desarrollar actividades en un Taller de Inteligencia Emocional que se focalice en ayudar a los niños a desarrollar habilidades que les permitieran superar sus miedos, afrontar situaciones complejas de su vida cotidiana y a resolver conflictos como “niños valientes y niños de paz”. Esas actividades deberán incluir estrategias de reflexión y de relajación, y el trabajo en conjunto con los padres o cuidadores de estos niños y adolescentes.
Finalmente, nos queda abierta la invitación de recordar la importancia de fomentar un clima familiar que esté atento a las necesidades afectivas de sus hijos e hijas, en el cual el expresar sentimientos positivos y el compartir las emociones de todos los miembros de la familia sean anfitriones en la mesa de cada cena.
“Cuanto más abiertos estemos hacia nuestros propios sentimientos, mejor podremos leer los de los demás”. Daniel Goleman