Psicología
El camino se bifurcaba en el bosque... yo tomé el menos trillado y eso me cambió la vida. (Robert Frost)
Hay momentos definitivos en la vida. Nos damos cuenta cuando han pasado los años y vemos cómo una decisión o una no-decisión nos ha llevado por un camino determinado. Suele pasar en momentos críticos, pero también en ocasiones de las que ni siquiera nos damos cuenta.
Son esas experiencias cruciales en las que se nos aparecen al menos dos vías, casi siempre opuestas, obligándonos a elegir. Quisiéramos desdoblarnos y optar por las dos, probar, conocer el resultado antes de apostar. No hablo de decisiones cotidianas en que, por ejemplo, equivocarse de película o no acertar en el color de los zapatos, no cambia esencialmente la vida. Me refiero a lo que trasciende el día a día y define algo más que una ocasión puntual.
Sucede pocas veces, a no ser que uno se sienta cómodo viviendo al borde del abismo. Pero si ese no es el caso, como mucho dos o tres decisiones como estas marcan la vida, de verdad.
¿Y si hubiera decidido otra cosa? Es la pregunta que muchas veces nos hacemos cuando recordamos ese momento en el que el destino tomó un rumbo determinado. Nunca lo sabremos. Y como no lo sabremos, más vale darle al camino ya tomado el valor de realidad y decorarlo con esmero en el aquí y ahora, poniéndole toda la energía a lo que es y no a lo que hubiera podido ser.
Pero si estamos en ese punto, el de la decisión definitiva, conviene detenerse un instante y resolver la disyuntiva con consciencia. Sucede con frecuencia que estos momentos se viven sin darse cuenta, como si fuera el tiempo el que tuviera que decidir, o las circunstancias o los amigos, los padres o el dinero... de todas formas algo externo. Y ahí es donde se gestan los arrepentimientos: “si hubiera hecho”, “si hubiera ido”, “si no hubiera dicho”... Hay quienes comentan que se sienten títeres del destino, que la vida les ha pasado como un viento que sopla para un lado y para el otro y ellos/as intentando mantener el equilibrio para no caer en el abismo.
Estos son sólo tres ejemplos (de muchos):
- Cuando llevas un tiempo en otro país —por algún motivo suele ser alrededor de los 10 años de proceso migratorio—. Ha pasado el tiempo y estás adaptado/a a la nueva cultura —que ya no es tan nueva—, pero permaneces con un pie acá y otro allá, echando raíces mientras mantienes la expectativa de regresar. En momentos de crisis, cuando aprieta el bolsillo, la soledad, la edad o lo que sea, o en tiempos de duelo, suele aparecer de nuevo la pregunta de si fue una buena idea y si lo sigue siendo, eso de buscar una mejor calidad de vida en otro lugar. Creo que hay un momento para decidir y si esa decisión no se tomó, se corre el riesgo de cronificar una ambivalencia desgastante, que se hubiera podido prevenir. Porque aunque no elijamos, elegimos. Y nunca es tarde para asumir la elección de una manera más autónoma y, por lo tanto, menos vulnerable.
- Cuando estás definiendo el camino profesional. A cuántos/as les ha pasado... o mejor, ¿A cuántos/as no les ha pasado, que eligen una carrera o un oficio casi por inercia? Este es el drama de una gran cantidad de fracasos laborales, porque pasarte las tres cuartas partes del día haciendo algo que ni siquiera sabes si te gusta, durante toda tu vida laboral, resulta como mínimo inquietante. Me refiero, por supuesto, a quienes gozan de las oportunidades para elegir. Ahí es donde se anida el pensamiento de que el trabajo es una maldición y que la solución de todos los males está en ganarse la lotería, momento a partir del cual se acabarán las desdichas. Si estás leyendo esto y estás en edad para decidir tu camino laboral, te pido encarecidamente que te tomes un tiempo para imaginar cuál era tu juego preferido en la infancia. Sigue el hilo y, seguramente, encontrarás algunas respuestas. Si ya no estás en edad, hazlo también. Posiblemente encontrarás sorpresas.
- Cuando la relación de pareja llega a un punto en el que hay que seguir o terminar, pero de todas formas cambiar. O se lucha dentro para cortar lo que destruye o se toma otro camino en soledad o con una pareja diferente. Me pregunto cuántas veces se toma esta decisión conscientemente, lejos de condicionantes externos como: “¿Qué dirán?”, “¿Y si me quedo solo/a?”... Después de mucho tiempo, incluso años, hay quienes se preguntan cuál fue el verdadero motivo de cerrar los ojos ante una relación infeliz y hay quienes se entristecen por haber dejado escapar una relación que pudo ser gratificante. De todas formas, lo que genera sufrimiento no siempre es la ruptura o la permanencia, sino no haber tenido la mente más clara para elegir libre y voluntariamente.
Vivir en el campo o en la ciudad, tener un hijo o no, optar por una filosofía de vida o por otra, son diferentes ejemplos de decisiones que pueden cambiar la historia. De todas formas, decidir conscientemente no nos salva de la equivocación, pero al menos nos aporta la maravillosa experiencia de ser protagonistas de la propia vida, de saborearla, de masticarla y a veces hasta de morderla, pero sobre todo de vivirla!!