Lunes, 11 de julio de 2016
Juan Ignacio Martínez
- Benidorm, (España)
Psicología Niños
Psicología Niños
Sucesos como el recientemente acaecido en el Instituto Joan Fuster; que lleva el nombre de un ilustre escritor valenciano, que tuve la suerte de conocer en su domicilio de Sueca, afectan a la confianza depositada en los instructores de nuestros hijos, pensando que cada día hay más peligro e inseguridad en las aulas. Pero lo que es peor, es que ellos mismos pierdan la confianza en su trabajo, en su función como docente.
Cuando se producen sucesos aislados como el que nos ha sobrecogido, se produce un esfuerzo por tratar de asimilar, entender algo del acto, desde la motivación de un niño de 13 años para llegar a ese punto, hasta como prevenir acontecimientos similares en el futuro. Saltan las alarmas y se piensa en la seguridad, máxime en estos temas que afectan a nuestros hijos, y cuya protección desea todo padre. Pero la solución no es limitar al máximo la libertad del otro, como sucedió como reacción inmediata, después del atentado a las torres gemelas de New York, o dotar de medios excepcionales a los institutos, como el que ley ayer en el periódico Información, en la que se pedía dotar a los institutos de más de 400 alumnos, de un psicólogo clínico.
Estamos viendo en lo centros educativos como se está abusando de diagnósticos, etiquetas, que favorecen la psiquiatrización de la escuela. El porcentaje de niños con trastornos alimenticios, TDAH, trastornos de personalidad, síndrome de asperger, adicciones a los videojuegos, al hachís, a los móviles, problemas con las redes sociales, bullying, etc., hacen que los laboratorios farmacológicos se froten las manos, ya que el porcentaje de niños medicados es mayor cada día. Todo esto hace también que las escasas unidades de salud mental infanto-juvenil (USMIs), estén colapsadas, puesto que cuando se ve algo raro la derivación a éstas, es inmediata.
Mis palabras, que vienen precisamente de un psicólogo clínico, no tienen que tomarse como que todo este cambio educativo, es negativo. Es necesario, si se sospecha un trastorno mental, diagnosticarlo y tratarlo, pero también hay que entender la individualidad, las características del niño y ejercer como profesor, ya que todas estas patologías no han surgido ahora, y el profesor antes tenía más confianza en sí mismo y en su entorno académico. Con muchos menos medios podía transmitir un saber y lograr una motivación en los alumnos, que ahora también es difícil, porque el propio profesor también tiene algún problema de motivación, angustiado por todos estos sucesos, y sobre todo por la falta de apoyo de las autoridades educativas y por los padres, que buscan a Otro del saber, en la medicina o la psicología, para eludir muchas veces su responsabilidad como padres.
En estas letras por tanto quiero señalar la necesidad de que los docentes recuperen un poco más de seguridad en sí mismos, para poder ejercer su función (en cierta forma imposible como decía Freud), de enseñar y educar en ciertos valores mínimos, como es el amor al saber. Bastaría esto, si pudieran transmitir este amor al saber, sería más fácil enseñar, o mejor dicho, menos difícil.
Cuando se producen sucesos aislados como el que nos ha sobrecogido, se produce un esfuerzo por tratar de asimilar, entender algo del acto, desde la motivación de un niño de 13 años para llegar a ese punto, hasta como prevenir acontecimientos similares en el futuro. Saltan las alarmas y se piensa en la seguridad, máxime en estos temas que afectan a nuestros hijos, y cuya protección desea todo padre. Pero la solución no es limitar al máximo la libertad del otro, como sucedió como reacción inmediata, después del atentado a las torres gemelas de New York, o dotar de medios excepcionales a los institutos, como el que ley ayer en el periódico Información, en la que se pedía dotar a los institutos de más de 400 alumnos, de un psicólogo clínico.
Estamos viendo en lo centros educativos como se está abusando de diagnósticos, etiquetas, que favorecen la psiquiatrización de la escuela. El porcentaje de niños con trastornos alimenticios, TDAH, trastornos de personalidad, síndrome de asperger, adicciones a los videojuegos, al hachís, a los móviles, problemas con las redes sociales, bullying, etc., hacen que los laboratorios farmacológicos se froten las manos, ya que el porcentaje de niños medicados es mayor cada día. Todo esto hace también que las escasas unidades de salud mental infanto-juvenil (USMIs), estén colapsadas, puesto que cuando se ve algo raro la derivación a éstas, es inmediata.
Mis palabras, que vienen precisamente de un psicólogo clínico, no tienen que tomarse como que todo este cambio educativo, es negativo. Es necesario, si se sospecha un trastorno mental, diagnosticarlo y tratarlo, pero también hay que entender la individualidad, las características del niño y ejercer como profesor, ya que todas estas patologías no han surgido ahora, y el profesor antes tenía más confianza en sí mismo y en su entorno académico. Con muchos menos medios podía transmitir un saber y lograr una motivación en los alumnos, que ahora también es difícil, porque el propio profesor también tiene algún problema de motivación, angustiado por todos estos sucesos, y sobre todo por la falta de apoyo de las autoridades educativas y por los padres, que buscan a Otro del saber, en la medicina o la psicología, para eludir muchas veces su responsabilidad como padres.
En estas letras por tanto quiero señalar la necesidad de que los docentes recuperen un poco más de seguridad en sí mismos, para poder ejercer su función (en cierta forma imposible como decía Freud), de enseñar y educar en ciertos valores mínimos, como es el amor al saber. Bastaría esto, si pudieran transmitir este amor al saber, sería más fácil enseñar, o mejor dicho, menos difícil.