Miércoles, 15 de febrero de 2017
Psychus
- Quintana Roo, (México)
Psicología
Psicología
Entre los sentimientos que experimentamos en el duelo, se encuentran la pena, el bloqueo emocional, la incredulidad, la culpa, la rabia y la incapacidad para interesarnos por el mundo que nos rodea.
El motivo por el que sentimos la pena es bastante claro: la pérdida. Sentimos pena por nosotros, así como por la persona que se ha ido. Es el sentimiento que menos nos cuesta identificar y entender.
La incredulidad tiene un origen doble. Por un lado es un mecanismo de defensa, denominado negación, por el cual no vemos aquello que es doloroso. Como la pérdida es algo muy doloroso, necesitamos tomarnos “descansos” en este sufrimiento. Y aunque sepamos conscientemente que la persona ha muerto, descolgamos el teléfono para llamar y comentar una noticia, un segundo antes de caer en la cuenta de que ya es imposible, o nos parece verle cruzando la calle, o incluso oír los pasos por la casa. El otro origen se debe a que desde que somos bebés vamos aprendiendo que la gente se va, pero vuelve. Un bebé, cuando ve a su madre alejarse, tiene la sensación de que desaparece para siempre, motivo por el cual puede ser tan angustiosa la separación. Según vamos creciendo, en un entorno de apego seguro, vamos siendo conscientes de que las personas se van, pero vuelven. Esto es así casi siempre. Por este motivo, cuando alguien muere, una parte de nosotros sigue durante algún tiempo con la esperanza de que vuelva.
El bloqueo emocional es un mecanismo de defensa. Ya que en esos momentos lo que podemos sentir es muy doloroso, nos desconectamos de las emociones para sufrir menos. Es algo similar al diferencial de la electricidad, que “salta” cortando la luz, y evitando así un problema mayor.
La culpa es a veces más difícil de entender. Aun cuando sabemos que no hemos tenido ninguna responsabilidad, no podemos dejar de sentir que algo no hemos hecho bien. Esta culpa tiene dos formas. Por un lado, la sensación de que tal vez podíamos haber hecho algo más, y nos quedamos horas pensando en lo que teníamos que haber visto antes, por qué no nos dimos cuenta de esos síntomas, etc. Esta culpa está al servicio de nuestra sensación de seguridad, necesitamos sentir que vivimos en un mundo relativamente seguro, y por lo tanto que si hacemos las cosas bien, todo irá bien. La consecuencia de esto es que cuando sucede algo trágico, tendemos a pensar que ha sido culpa nuestra. Esto es a lo que llamamos culpa defensiva, porque nos defiende de la realidad de que pueden pasarnos cosas muy dolorosas aunque no las merezcamos. Otra fuente de culpa aparece cuando el dolor empieza a remitir, y podemos empezar a disfrutar de vez en cuando. En ese momento, nos sorprendemos sonriendo o pasándolo bien, y nos asalta una terrible sensación de culpa, de estar haciendo algo malo o traicionando a la persona fallecida. Esta sensación se podría traducir en “¿Cómo puedes estar disfrutando después de que ha muerto?”. Esta culpa está provocada por la sensación de omnipotencia del cerebro. Es decir, la idea de que todavía podemos encontrar una solución al hecho terrible de la pérdida, por lo que tenemos que dedicar toda la energía a buscarla y encontrarla, y cualquier cosa que nos distraiga de este objetivo es un lujo que no nos podemos permitir.
La rabia es otro factor muy característico de los procesos de duelo. La agresividad (y la rabia es una forma de la agresividad) siempre es síntoma de sufrimiento. El organismo pone a nuestra disposición la energía para cambiar algo que no está como queremos. Ya que en el caso de la pérdida de un ser querido es algo que no podemos cambiar, esa energía no puede ser utilizada o canalizada de manera eficiente, por lo que tiene que “salir” en forma de rabia. En muchas ocasiones, esta rabia se dirige también hacia la persona fallecida, por la que nos sentimos abandonados.
En cuanto a la incapacidad de interesarnos o involucrarnos emocionalmente en el mundo que nos rodea, es consecuencia de algunas de las cosas que hemos hablado anteriormente. Por un lado estamos bloqueados emocionalmente, para protegernos del dolor, pero las emociones se bloquean todas juntas, por lo que tampoco podemos sentir ninguna otra emoción. Por otro lado, nos sentiríamos culpables, ya que como decíamos antes, toda nuestra energía debe ir a resolver una situación que no tiene solución, pero una parte de nosotros se resiste a asumir que no tiene solución, por lo que el resto del mundo es algo a lo que no podemos atender. La rabia hacia el mundo también tiene un peso importante, ya que no podemos interesarnos por algo con lo que estamos enfadados.
¿Qué entendemos por superar el duelo?
Según mi punto de vista, superar un duelo implica por un lado poder recuperar la sensación de que nuestra vida tiene sentido. Tal vez un sentido distinto al que tenía antes, pero algo por lo que merece la pena ser vivida, y ser vivida en las mejores condiciones posibles, con la intención de disfrutar la vida lo máximo posible.
Por otro lado, también implica recuperar el recuerdo de la persona fallecida. Durante el proceso de duelo, este recuerdo está empañado por el dolor, de manera que al acordarnos de la persona nos sentimos inmediatamente tristes, aunque nuestra vida con esta persona haya estado llena de alegría. Un indicador de que el duelo ha sido correctamente elaborado es que podemos reírnos con una anécdota divertida de la persona fallecida, sin sentirnos inmediatamente tristes.
¿Cómo superar el duelo?
Lo primero que debemos saber es que nuestra reacción es una reacción normal ante una situación anormal, por lo que no debemos asustarnos de lo que estamos sintiendo.
También debemos rodearnos de personas que nos quieran y a quien queramos, con quien nos podamos sentir acompañados y comprendidos, y con las que hablar de todo lo que sentimos.
Si trascurridos unos meses, nuestro estado emocional no cambia, no hay ningún proceso, será el momento de acudir a un profesional, para que nos ayude a andar el camino del proceso del duelo.
El motivo por el que sentimos la pena es bastante claro: la pérdida. Sentimos pena por nosotros, así como por la persona que se ha ido. Es el sentimiento que menos nos cuesta identificar y entender.
La incredulidad tiene un origen doble. Por un lado es un mecanismo de defensa, denominado negación, por el cual no vemos aquello que es doloroso. Como la pérdida es algo muy doloroso, necesitamos tomarnos “descansos” en este sufrimiento. Y aunque sepamos conscientemente que la persona ha muerto, descolgamos el teléfono para llamar y comentar una noticia, un segundo antes de caer en la cuenta de que ya es imposible, o nos parece verle cruzando la calle, o incluso oír los pasos por la casa. El otro origen se debe a que desde que somos bebés vamos aprendiendo que la gente se va, pero vuelve. Un bebé, cuando ve a su madre alejarse, tiene la sensación de que desaparece para siempre, motivo por el cual puede ser tan angustiosa la separación. Según vamos creciendo, en un entorno de apego seguro, vamos siendo conscientes de que las personas se van, pero vuelven. Esto es así casi siempre. Por este motivo, cuando alguien muere, una parte de nosotros sigue durante algún tiempo con la esperanza de que vuelva.
El bloqueo emocional es un mecanismo de defensa. Ya que en esos momentos lo que podemos sentir es muy doloroso, nos desconectamos de las emociones para sufrir menos. Es algo similar al diferencial de la electricidad, que “salta” cortando la luz, y evitando así un problema mayor.
La culpa es a veces más difícil de entender. Aun cuando sabemos que no hemos tenido ninguna responsabilidad, no podemos dejar de sentir que algo no hemos hecho bien. Esta culpa tiene dos formas. Por un lado, la sensación de que tal vez podíamos haber hecho algo más, y nos quedamos horas pensando en lo que teníamos que haber visto antes, por qué no nos dimos cuenta de esos síntomas, etc. Esta culpa está al servicio de nuestra sensación de seguridad, necesitamos sentir que vivimos en un mundo relativamente seguro, y por lo tanto que si hacemos las cosas bien, todo irá bien. La consecuencia de esto es que cuando sucede algo trágico, tendemos a pensar que ha sido culpa nuestra. Esto es a lo que llamamos culpa defensiva, porque nos defiende de la realidad de que pueden pasarnos cosas muy dolorosas aunque no las merezcamos. Otra fuente de culpa aparece cuando el dolor empieza a remitir, y podemos empezar a disfrutar de vez en cuando. En ese momento, nos sorprendemos sonriendo o pasándolo bien, y nos asalta una terrible sensación de culpa, de estar haciendo algo malo o traicionando a la persona fallecida. Esta sensación se podría traducir en “¿Cómo puedes estar disfrutando después de que ha muerto?”. Esta culpa está provocada por la sensación de omnipotencia del cerebro. Es decir, la idea de que todavía podemos encontrar una solución al hecho terrible de la pérdida, por lo que tenemos que dedicar toda la energía a buscarla y encontrarla, y cualquier cosa que nos distraiga de este objetivo es un lujo que no nos podemos permitir.
La rabia es otro factor muy característico de los procesos de duelo. La agresividad (y la rabia es una forma de la agresividad) siempre es síntoma de sufrimiento. El organismo pone a nuestra disposición la energía para cambiar algo que no está como queremos. Ya que en el caso de la pérdida de un ser querido es algo que no podemos cambiar, esa energía no puede ser utilizada o canalizada de manera eficiente, por lo que tiene que “salir” en forma de rabia. En muchas ocasiones, esta rabia se dirige también hacia la persona fallecida, por la que nos sentimos abandonados.
En cuanto a la incapacidad de interesarnos o involucrarnos emocionalmente en el mundo que nos rodea, es consecuencia de algunas de las cosas que hemos hablado anteriormente. Por un lado estamos bloqueados emocionalmente, para protegernos del dolor, pero las emociones se bloquean todas juntas, por lo que tampoco podemos sentir ninguna otra emoción. Por otro lado, nos sentiríamos culpables, ya que como decíamos antes, toda nuestra energía debe ir a resolver una situación que no tiene solución, pero una parte de nosotros se resiste a asumir que no tiene solución, por lo que el resto del mundo es algo a lo que no podemos atender. La rabia hacia el mundo también tiene un peso importante, ya que no podemos interesarnos por algo con lo que estamos enfadados.
¿Qué entendemos por superar el duelo?
Según mi punto de vista, superar un duelo implica por un lado poder recuperar la sensación de que nuestra vida tiene sentido. Tal vez un sentido distinto al que tenía antes, pero algo por lo que merece la pena ser vivida, y ser vivida en las mejores condiciones posibles, con la intención de disfrutar la vida lo máximo posible.
Por otro lado, también implica recuperar el recuerdo de la persona fallecida. Durante el proceso de duelo, este recuerdo está empañado por el dolor, de manera que al acordarnos de la persona nos sentimos inmediatamente tristes, aunque nuestra vida con esta persona haya estado llena de alegría. Un indicador de que el duelo ha sido correctamente elaborado es que podemos reírnos con una anécdota divertida de la persona fallecida, sin sentirnos inmediatamente tristes.
¿Cómo superar el duelo?
Lo primero que debemos saber es que nuestra reacción es una reacción normal ante una situación anormal, por lo que no debemos asustarnos de lo que estamos sintiendo.
También debemos rodearnos de personas que nos quieran y a quien queramos, con quien nos podamos sentir acompañados y comprendidos, y con las que hablar de todo lo que sentimos.
Si trascurridos unos meses, nuestro estado emocional no cambia, no hay ningún proceso, será el momento de acudir a un profesional, para que nos ayude a andar el camino del proceso del duelo.