Jueves, 09 de febrero de 2017
PSITAM Espacio psicológico
- Granollers, (España)
Psicología
Psicología
Con frecuencia oímos hablar de personas que han sufrido ataques de pánico, en los que han experimentado tal desasosiego que tenían la impresión que se extinguía su vida incluso. Sin embargo, un ataque de pánico es una manifestación de ansiedad extrema que no puede causar la muerte pero provoca un grado de malestar muy elevado para quien lo sufre. Veamos cuáles son sus síntomas, causas y tratamiento.
Estamos mal acostumbrados a forzar al máximo nuestro cuerpo y emociones, “tirando de él” para intentar llegar a todo. Nuestro estilo de vida es apresurado y exigente, pero a ello se une nuestra carencia en habilidades para relajarnos, disfrutar de pequeños momentos de relax y ocio, actitudes de autoexigencia, perfeccionismo, de catastrofismo (exagerar lo negativo, generalizar un suceso, …etc) que van sumando en nuestro fuero interno estrés y ansiedad. Además, el factor que mantiene nuestra ansiedad y precipita el ataque de pánico es nuestra falta de conexión y comunicación con nuestro interior: cuerpo, biorritmos, necesidades biológicas y emocionales….ya que ignoramos los mensajes que nos envía de… “relájate un poco”, “no te juzgues tan duramente”, “no anticipes que tal cosa puede torcerse y salir mal”, etc.
El tiempo va pasando y llega un día en que frenamos un poco el ritmo, nos sentamos en el autobús o nos retiramos a solas a nuestra habitación y entonces ocurre algo inesperado, insólito: sobreviene una avalancha de adrenalina y ansiedad (sin que necesariamente haya ocurrido ningún evento sorprendente o peligroso anteriormente) que se abalanza sobre nosotros. Entonces, dejamos de sentir control sobre nuestro cuerpo y nuestra mente, esta sensación de descontrol nos asusta poderosamente (creemos que puede llevarnos a la locura) y la respiración agitada o apenas perceptible puede parecernos que nos priva del aire necesario para respirar. Todo ello en conjunto nos da la sensación que nos puede dar un infarto, volvernos locos o morir asfixiados. Pero tal predicción no se ajusta a la realidad, lo que ocurre es que sufrimos un ataque de ansiedad, y nadie muere por ello. No es posible, simplemente. Por ello, la instrucción que primero uno debe darse es:
La ansiedad se explica siempre con la siguiente analogía: el miedo es una emoción primaria que garantiza nuestra supervivencia pues activa nuestro cuerpo (segregando adrenalina, enviando energía a nuestros músculos, etc) para huir o escapar de un peligro inminente (por ejemplo en la época de la Prehistoria cuando nuestros antepasados debían huir de un león). Hoy en día, cuando este miedo se activa en situaciones que no suponen peligro o riesgo real para la supervivencia hablamos de ansiedad. Esta ansiedad mantenida por un largo periodo de tiempo puede provocar este ataque de pánico. Durante el ataque de pánico, el cuerpo reacciona como si ese león estuviera persiguiéndonos en ese momento preciso, por tanto es muy importante comprender esto y ser benévolos con nosotros mismos. El cuerpo no puede mantener ese estado tan elevado de gasto energético mucho tiempo, por tanto el ataque remitirá pronto.
Si la persona ha llegado a este punto, debe comprender que deberá realizar cambios en si misma a partir de ese experiencia vivida. No solamente se trata de reducir la ansiedad a sus niveles acostumbrados, sino que además debe realizar cambios en su estilo de vida (ejercicio, alimentación, etc), cambio de actitudes y creencias irracionales, aprender técnicas de relajación, expresión emocional, resolución de problemas…etc y así evitar que continúe llenando el cupo de nuevo con más ansiedad y estrés que no son necesarias, de las que puede prescindir.
Sus causas se pueden narrar des de diferentes perspectivas, pero el motivo central es la sobre-explotación de nuestros recursos físicos, cognitivos y emocionales.
Estamos mal acostumbrados a forzar al máximo nuestro cuerpo y emociones, “tirando de él” para intentar llegar a todo. Nuestro estilo de vida es apresurado y exigente, pero a ello se une nuestra carencia en habilidades para relajarnos, disfrutar de pequeños momentos de relax y ocio, actitudes de autoexigencia, perfeccionismo, de catastrofismo (exagerar lo negativo, generalizar un suceso, …etc) que van sumando en nuestro fuero interno estrés y ansiedad. Además, el factor que mantiene nuestra ansiedad y precipita el ataque de pánico es nuestra falta de conexión y comunicación con nuestro interior: cuerpo, biorritmos, necesidades biológicas y emocionales….ya que ignoramos los mensajes que nos envía de… “relájate un poco”, “no te juzgues tan duramente”, “no anticipes que tal cosa puede torcerse y salir mal”, etc.
El tiempo va pasando y llega un día en que frenamos un poco el ritmo, nos sentamos en el autobús o nos retiramos a solas a nuestra habitación y entonces ocurre algo inesperado, insólito: sobreviene una avalancha de adrenalina y ansiedad (sin que necesariamente haya ocurrido ningún evento sorprendente o peligroso anteriormente) que se abalanza sobre nosotros. Entonces, dejamos de sentir control sobre nuestro cuerpo y nuestra mente, esta sensación de descontrol nos asusta poderosamente (creemos que puede llevarnos a la locura) y la respiración agitada o apenas perceptible puede parecernos que nos priva del aire necesario para respirar. Todo ello en conjunto nos da la sensación que nos puede dar un infarto, volvernos locos o morir asfixiados. Pero tal predicción no se ajusta a la realidad, lo que ocurre es que sufrimos un ataque de ansiedad, y nadie muere por ello. No es posible, simplemente. Por ello, la instrucción que primero uno debe darse es:
“No me estoy muriendo, sólo es miedo, ansiedad y se terminará pronto, en cuanto el cuerpo libere el torrente de adrenalina”.
La ansiedad se explica siempre con la siguiente analogía: el miedo es una emoción primaria que garantiza nuestra supervivencia pues activa nuestro cuerpo (segregando adrenalina, enviando energía a nuestros músculos, etc) para huir o escapar de un peligro inminente (por ejemplo en la época de la Prehistoria cuando nuestros antepasados debían huir de un león). Hoy en día, cuando este miedo se activa en situaciones que no suponen peligro o riesgo real para la supervivencia hablamos de ansiedad. Esta ansiedad mantenida por un largo periodo de tiempo puede provocar este ataque de pánico. Durante el ataque de pánico, el cuerpo reacciona como si ese león estuviera persiguiéndonos en ese momento preciso, por tanto es muy importante comprender esto y ser benévolos con nosotros mismos. El cuerpo no puede mantener ese estado tan elevado de gasto energético mucho tiempo, por tanto el ataque remitirá pronto.
Si la persona ha llegado a este punto, debe comprender que deberá realizar cambios en si misma a partir de ese experiencia vivida. No solamente se trata de reducir la ansiedad a sus niveles acostumbrados, sino que además debe realizar cambios en su estilo de vida (ejercicio, alimentación, etc), cambio de actitudes y creencias irracionales, aprender técnicas de relajación, expresión emocional, resolución de problemas…etc y así evitar que continúe llenando el cupo de nuevo con más ansiedad y estrés que no son necesarias, de las que puede prescindir.