Psicología
Hablar de la dependencia emocional sin perderse en clichés siempre me ha parecido algo así como intentar pisar fuerte en un suelo movedizo. Tal vez es por eso que nunca me había animado a escribir una entrada en este blog sobre el asunto en concreto aunque, como saben los lectores más constantes, es un tema recurrente en lo que he ido publicando.
La información es constantemente ambivalente, y por eso es fácil que te hagas un lío decidiendo si eres o no eres “dependiente emocional”. Esa duda ya resulta paradójica, pues en el mundo de los afectos uno no es una cosa u otra, sino que hay tiempos, historias, lugares y valores culturales en constante transformación, además de un entramado de variables que hacen que resalten determinadas características de una persona, según su situación actual en combinación con la manera de gestionar las relaciones afectivas.
Te habrás dado cuenta de cómo cada día se valora más la independencia y el autoabastecimiento, aún en perjuicio de la vinculación con los demás. La persona autónoma se suele identificar como aquella que no necesita de nadie. Buscar ayuda, desear amar y ser amado/a es sinónimo de debilidad, y estas opciones se marginan en un sistema competitivo que premia el individualismo. En el otro extremo, habrás visto o experimentado el sometimiento a formas de relación afectiva que bloquean el desarrollo personal, invirtiendo una cantidad de energía excesiva para tener, al menos, un asomo de placer en la compañía de otra persona.
Por lo tanto, “dependencia” significa muchas cosas según el contexto en el que se use la palabra, ya sea con una connotación de salud o de patología. En medio de las dos vamos y venimos, andando a tientas mientras aprendemos a relacionarnos, caída tras caída.
Por alguna razón, lo que impera es el analfabetismo emocional. Impresiona cómo aprendemos tan rápidamente a dominar el mundo perfeccionando la tecnología, inventando productos que alargan la vida o medicinas contra todos los males, pero ignorando cada vez más el propio mundo afectivo y encontrándonos perdidos en los códigos de encuentro que, recordemos, hacen parte de nuestra biología, por lo que no se pueden comprar en el supermercado como un producto más.
El amor, por su parte, resulta siendo otro extraño que cuando aparece nos pone la vida patas arriba y no hay por donde cogerlo, afortunadamente, porque si lo supiéramos, ya lo habríamos envasado en frascos para venderlo a pequeñas dosis, solo a quienes pudieran pagarlo.
Pero hay quienes están sufriendo -y esto si es real y objetivo- por la angustia que supone no tener a la persona que se ama, o se cree amar, cerca y disponible. Sufren por el abismo en el que se encuentran cuando pasan días o incluso horas y minutos sin recibir noticias, llegando a aceptar migajas de cariño con tal de ser tomados/as en cuenta. Nadie desea sufrir. Sería injusto decir que alguien disfruta pasándolo mal. Pero, por razones que superan la comprensión inmediata, hay personas que han olvidado que se puede vivir de otra manera.
Si crees que necesitas revisar tu forma de relacionarte afectivamente, estas son algunas pistas que pueden ayudarte a sacar conclusiones y a buscar ayuda si lo consideras necesario:
– Cuando, a pesar de no sentirte satisfecha/o con la relación permaneces porque, por mal que lo estés pasando, te parece que es mejor que estar sola/o
– Cuando el maltrato hace parte de tu relación afectiva y en vez de poner límites lo justificas, poniendo así el ancla en tu propio infierno
– Cuando pasas el tiempo esperando una llamada que difícilmente llega, mientras dejas de hacerte cargo de tu propia vida
– Cuando, a pesar de intentar dejarlo después de cada pelea o situación desagradable, vuelves porque te parece imposible acabar con esta relación
– Cuando la palabra “NO” deja de existir en tu vocabulario
– Cuando haces cosas que no te gustan creyendo que así vas a retener a la otra persona
– Cuando, a pesar de que te trata mal, te ignora o te desprecia, sigues pensando que cambiará si tú te portas bien
– Cuando después de cada experiencia frustrante, te convences de que fue tu culpa porque eres un desastre
– Cuando tu tiempo, tu pensamiento y/o tu espacio es ocupado casi totalmente por esa persona y se quedan atrás trabajo, familia, amigos y tiempos de soledad
– Cuando esperas ser tú la excepción, a pesar de haberte dicho que no está dispuesto/a a comprometerse con nadie
– Cuando, a pesar de que las condiciones actuales no se parecen en nada a las del inicio de la relación (tiene pareja pero no lo sabías, consume drogas, alcohol u otras sustancias en exceso y no lo habías notado, no es tan amable como era al principio…) permaneces aceptando las nuevas formas aunque no te gusten
– Cuando no puedes dejar de llamarle, presentarte en su casa o en su trabajo, escribirle emails y mensajes de texto… aunque no te responda.
– Cuando, a medida que aumenta su distanciamiento, más te aferras tú, y cuanto más lejos se encuentra, con más desesperación buscas su contacto.
Amar no es hacer lo que al otro le gusta sin rechistar. Amar también consiste en poner límites y en hacerle saber que lo que hace te afecta, para bien o para mal. Es mostrar a los demás la realidad y las consecuencias de sus actos. Cuando una persona no te trata bien, hacer como si no pasara nada es una falta de respeto, contigo y con él/ella. Si le quieres de verdad, tendrías que hacerle saber que te hace daño y actuar en consecuencia.
La idea del amor romántico, gran responsable de estas distorsiones de los afectos, así como la historia personal, el carácter individual, los modelos afectivos o los valores inculcados, son como piezas de una construcción que forman la estructura de las relaciones afectivas. Es por esto que deberíamos tener mas cuidado al elegir a la pareja, así como lo tenemos con otras cosas. A veces gastamos más tiempo y consciencia eligiendo la nevera, los muebles o el color del suelo, que a la persona que nos acompañará en la vida y parecemos confiar en que Cupido va a hacerse cargo de lo que va mas allá del flechazo. O también pensamos que será suficiente con ser buena gente, sin tomar en cuenta que cuando a uno no lo quieren bien, difícilmente puede hacer brillar tantas cualidades.
No es de aplaudir a quien pasa la vida como Penélope, esperando que su Ulises se decida por fin a volver después de sus aventuras por el mundo para curarle las heridas. Tampoco lo es vivir de espaldas a correr el riesgo de caer en el amor. Considero que la salud consiste en la capacidad de decidir sobre la propia vida de cara a la realidad, con la confianza de que lo que no se sabe siempre se aprende, y de que lo que se pierde se puede reencontrar gracias a la afortunada capacidad de regenerarnos.
La Terapia Psicológica en la Dependencia Emocional:
Después de leer lo anterior podrás pensar que no he dicho nada nuevo y tienes razón, pues nadie más que tú sabe lo que se siente en esta situación. Posiblemente ya has intentado una o varias soluciones, habrás leído libros, asistido a conferencias, tomado medicamentos, y nada ha funcionado por mucho tiempo.
La dependencia emocional no es un asunto fácil. Como decía antes, hay un entramado de variables que la conforman y no es suficiente con atender a una sola de ellas. Como en otras dificultades humanas, un proceso de análisis personal y de reconstrucción de la identidad es fundamental para comprender y cortar de raíz las condiciones que llevan a asumir relaciones que nos enferman y que no nos satisfacen.
El sentimiento de abandono, la incapacidad de estar solo/as, la inseguridad o la disposición al sufrimiento, no son aspectos del carácter que se puedan resolver con una lista de tareas que se cumplen juiciosamente durante un mes. Hay que investigar, revisar los aspectos de la historia, replantear los modelos integrados a lo largo de la vida y recuperar la capacidad bioenergética para un funcionamiento natural.
La Psicoterapia ofrece recursos que ayudan a recuperar estas capacidades, combinando el aspecto psicológico con las habilidades psicosociales que permitan la reconstrucción de una vida emocional sana, equilibrada y satisfactoria.